El Madrid canta una Liga de otro tiempo

Además de una Liga con rima, la 35 es una Liga de otro tiempo. El Madrid cierra con ella un trienio muy notable: la Liga del Covid, el subcampeonato por el canto de un VAR, y este campeonato, primero español de Ancelotti. Este 1-2-1 no lo firmaba el Madrid desde hacía mucho tiempo, y tampoco se recordaba ganar la Liga cinco fechas antes, cosa de los 80, 70 o 60. Esto dice bastante del Madrid y también del Barça, que sumido en una crisis existencial vuelve a tiempos precruyffistas, cuando el Madrid campaba a sus anchas, razón que explica, hay que entenderlo, que necesiten ver en Xavi un profeta.

Es, por tanto, una liga de hegemonía del Madrid, de una cierta hegemonía nacional. Repasemos las Ligas por década. En los ochenta, las cinco de la Quinta; en los noventa: dos, la de Valdano y la de Capello, que abrió la puerta a la 7ª; en la primera década del siglo XXI, las dos del Primer Florentinismo, con Del Bosque y la Galaxia y luego, en los años de Calderón, las de Capello y Schuster, consecutivas, pero sin reflejo de grandeza en Europa. La década siguiente llega el Segundo Florentinismo, la Liga de Mourinho, que como la de Capello abrió las puertas europeas, y la de Zidane con aquella ‘segunda unidad’.

En ese momento cambia algo. El Madrid consigue la 13ª, se va Cristiano, se acaba la década y lo que volverá será otra cosa que podríamos llamar el Tercer Florentinismo (postcristiano) y que se sustancia ya en dos Ligas, la de 2020 y esta última.

Y son Ligas que se parecen, hasta poder decir que Zidane es coautor del alirón. ¿Qué hay suyo? Haber detenido la revolución de Solari reintegrando a los veteranos cuando todo pedía cambio, el 4-3-3, el Casemiro-Modric-Kroos convertido en reyes godos, y el logro de bajar de 46 goles recibidos a 25, lo que puso al Madrid en tesitura de ganar el torneo.

Ancelotti mantuvo eso. Tampoco cambió Benzema especialmente. Benzema había cambiado antes, cuando se fue Cristiano en 2018 subieron sus números. Esta fue la temporada en la que subieron hasta llegar a ser Cristiano.

El gran logro de Ancelotti, su hazaña específica, fue transformar a Vinicius, darle la confianza en el área, el consejo de la serenidad, del pensar poco y hacer menos. Revelarle a Vinicius el minimalismo del delantero fue la obra de Ancelotti y eso revolucionó el ataque y provocó una reduplicación de sinergias con Benzema, de goles y asistencias en las que se engrandecen mutuamente. Del hipotético tridente Bale, Hazard, Benzema se pasó a Benze-Vini como Batman y Robin de la Liga.

Hubo otros cambios y tendencias confirmadas: Courtois se engrandeció y el Madrid sustituyó con éxito y sin trauma la defensa.

Pero todo esto, lo heredado del club o de Zidane, lo armonizó Carletto con un carácter que supo expresar, plasmar físicamente, como debe hacer un entrenador en tanto director de orquesta. Ancelotti aportó su trilogía en la banda: la ceja (escepticismo casi auto-irónico), el chicle (estabilidad, imperturbabilidad), los carrillos hinchados (la cavilación, saber corregirse ante los errores, que los hubo y recurrentes).

Su panoplia gestual estaba ahí, como algo reconocible y paternal al principio de un día festivo. Saque de honor para Nadal, con una ovación digna de Puskas. Es uno más. Las lonas en parte de la grada provocaban un cierto nerviosismo, un poco de TOC, porque rompían la perfección y de alguna forma remitían a los clareos capilares del tenista.

El minuto 7 se dividió con cariño entre Juanito y Cristiano, más querido que nunca, querido de otra forma ahora que alguien ocupa su lugar en el campo (su vacío se llenó de Benzema y nostalgia).

El Madrid aprovechó el partido entero. Como en una buena fiesta, se sumaron todos. Todos se llenaron su copa. Se rotó, jugó hasta el entrañable Vallejo, que como revancha será el cromo más buscado por los niños; debutó Gila, volvió Mariano, que meses después mantiene fresca, intacta, su obstinada relación coyote-correcaminos con el gol; empezaron a ser homenajeados Isco y Marcelo, y los jóvenes aprovecharon el partido para darse una inesperada confirmación en el estadio: Rodrygo con dos goles de papel pautado en la línea de sus últimos partidos, Camavinga más serio aun y desvelando suertes nuevas como el contragolpe con temple final, y sobre todo Ceballos, que hizo por fin lo que se le soñaba. Jugó de una forma que hace imposible sacarlo del Madrid.

Esto es significativo, define la matizada continuidad en el banquillo: Ancelotti ha sabido ver en Ceballos lo que no supo Zidane, pero también ha sabido ver con claridad lo que el otro vio, y ahí está el caso de Asensio, que mereció de Zidane una confianza a veces irritante que da sus frutos ahora.

Entraron, cómo no, los titulares. No todos. Los jefes, los que tenían que entrar: Modric, Kroos, Vinicius y Benzema, que marcó el gol que más se ha visto esta temporada: el extremo asiste al goleador. La pareja de la Liga, la foto de la Liga.

Con las obras, es como si el Madrid jugase ante lo que está formando, en el estadio como en el césped. Tiene el estadio un aire a olla tapada, borboteante, a lugar aun más separado de todo, más auto-referencial, más resonante, con mayor eco si cabe: la historia del Madrid se rehace, se cita, se renueva constantemente…

En ese estadio lleno y aun por terminar (¿no debería ser así siempre, quedar en crecimiento?), lo mejor se sentía aun por llegar, y pensar en el City no creaba remordimientos, al contrario, aumentaba las ganas de fiesta.

Sonó al final, otra vez, el mejor verso de la poesía popular española del último siglo, con su éxtasis primero carnal y luego elevatorio: «Así, así, así gana el Madrid».