Conocer a Jesús y su Iglesia XI: Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesús II

La coronación de espinas.

Los soldados encargados de la flagelación no se contentaron con imponerle este tormento tan cruel y recordando que Jesús había sido acusado de querer hacerse rey le llevaron al  patio del pretorio*, y, burlándose de Él, lo coronaron por rey. Cubrieron sus hombros con un trozo de tela de grana a guisa de manto real, le pusieron en la cabeza una corona de espinas, y en la mano derecha una caña por cetro; luego pasaban por delante de Él, doblando la rodilla, y diciendo con mofa: Dios te Salve Rey de los Judíos. Entre tanto le escupían en el rostro, le golpeaban en la cabeza y le daban bofetadas.

Jesús sufrió con la mayor paciencia y mansedumbre todos estos ultrajes, sin proferir la menor queja, haciéndose semejante al manso cordero que ni se defiende, ni opone siquiera la menor resistencia a la mano del que va a degollarlo.

Jesús condenado a muerte.

Al ver Pilatos el lastimoso estado en que habían puesto a Jesús, creyó que quedaría satisfecho el odio de los judíos, y que ya no pedirían su muerte. Así es que se presentó al pueblo y dijo: Ved que os lo traigo, para que sepáis que no hallo en él delito alguno. Al mismo tiempo apareció Jesús cubierto con un manto de grana, coronado de espinas y con el rostro lleno de sangre; y mostrándolo Pilato a las turbas, dijo: ¡Ved aquí al hombre! (Ecce Homo).

El furor de los enemigos de Jesús ahogaba en ellos todo sentimiento de compasión y se repitió el grito deicida de: ¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícale! Pilatos respondió: Tomadle vosotros y crucificadle si queréis, porque yo no hallo causa para ello. -Nosotros tenemos una ley.  Replicaron los judíos. Y según esta ley debe morir, porque se dice Hijo de Dios.

Cada vez más perplejo el gobernador, volvió a interrogar a Jesús; pero los judíos continuaban gritando: Si sueltas a ese hombre no eres amigo del César, porque todo el que se hace rey se declara contra el César. Se ofuscó Pilato, oyendo estas palabras y concluyó por faltar a su conciencia. Se hizo servir agua, y lavándose las manos a la vista del pueblo, dijo: Soy inocente de la muerte de este justo, allá os entenderéis vosotros. Y todo el pueblo contestó: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos!…, entonces Pilatos dictó sentencia contra Jesús, condenándole a morir crucificado.

Jesus, camino del Calvario.

Tan pronto como fue publicada la sentencia de muerte contra Jesús, procuraron los judíos activar la ejecución. Le quitaron el manto de púrpura, le pusieron sus propios vestidos, le cargaron el madero en que había de ser crucificado y le condujeron al sitio llamado Calvario, o lugar de la Calavera (en hebrero Gólgota).

De tal manera se hallaba Jesús acongojado por tantos tormentos, apenas había salido del Pretorio, cuando cayó bajo el peso de la cruz, rendido de fatiga y angustiado de dolor. En vista de ello, los soldados obligaron a un tal Simón de Cirene que volvía del campo, a que ayudase a llevar la cruz.

Le acompañaba una gran turba de gente, en la cual se distinguían alguas mujeres, que lloraban amargamente, y volviéndose a ellas Jesús, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, porque tiempo vendrá en que se dirán: ¡Dichosas las estériles! Por momentos iba Jesús perdiendo las fuerzas, apesar de los esfuerzos del Cirineo, de modo que dió en tierra varias veces antes de llegar al Calvario.

Durante el camino se afligió tanto una piadosa mujer al ver el rostro de Jesús inundado de sudor y de sangre, que se le acercó animosamente y enjugó su santa faz con un lienzo, en el cual quedaron milagrosamente impresas las admirables facciones del Señor.

Llevaban con Jesús dos ladrones, condenados también a ser crucificados: y así se cumplió esta profecía de la Escritura: Ha sido colocado entre los malhechores.

Crucifixión de Jesús.

Cuando llegaron al Calvario fue Jesús tendido sobre la cruz, y clavados en ella sus piés y manos según se hallaba profetizado en este pasaje: Han taladrado mis manos y mis piés. Levantaron luego aquella entre las de los ladrones, y el Señor, en lugar de maldecir a sus verdugos, pedía gracia para ellos, diciéndo: ¡Padre mío!, perdónales porque no saben lo que hacen.

Los soldados que cruficaron a Jesús se repartieron sus vestidos menos la túnica, que se sortearon, para que se se viese cumplida esta otra profecía: Se han repartido mis vestidos y han echado suerte sobre mi túnica. Después se sentaron allí para guardarle.

Jesus, en la cruz.

Agonizando el Señor en la cruz en medio de los más crueles sufrimientos, era insultado por sus verdugos, que le decían: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Otros de los judíos principales añadían: Has salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es rey de Israel que baje de la cruz y creeremos en él. Los soldados y aún los ladrones que estaban con él le prodigaban insultos contra él.

Sin embargo uno de los ladrones, iluminado repentinamente por la gracia, creyó en Jesús y le dijo: Señor, acuérdate de mí cuando estéis en vuesto reino. –En verdad te digo, respondió Jesús, que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Promulgación de la maternidad espiritual de María.

María, madre de Jesús; María mujer de Cleofás; María Magdalena y el Apóstol San Juan, estaban al pie de la cruz. Viendo Jesús a su madre, que se hallaba junto al discípulo amado, le dijo: Ahí tienes a tu hijo; después, dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre; desde aquel momento Juan vivió al lado de María, con el respeto y sumisión que pueda tener el mejor de los hijos.

Últimos momentos de Jesús.

Cuando Jesús fue puesto en la cruz era cerca de la hora sexta del día, y sin embargo se oscureció el sol durante tres horas, quedándo la tierra en las mayores tinieblas.

Hacia la hora nona, exclamó Jesús: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? Poco después se le oyó decir: ¡Tengo sed! entonces, uno de los soldados pueso en la puenta de la caña una esponja empapada en vinagre, y se la acercó a la boca. Sabiendo Jesús que nada faltaba a su sacrificio, dijo: Todo está consumado. Por fin, levántando la voz, exclamó gritando: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, e inclinando la cabeza, expiró.

Prodigios que acompañaron a Jesús.

En aquel mismo instante, se rasgó en dos partes, de arriba a bajo el velo del Templo; hubo temblores de tierra, se abrieron las rocas y resucitaron algunos muerte, que se dejaron ver en Jerusalén.

Viendo estos prodigios, el Centurión y los soldados encargados de guardar a Jesús, quedaron aterrorizados y dijeron: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.

Un soldado abre el costado de Jesús.

Como la ley disponía que se quitasen del suplicio antes de caer el día, los cuerpos de los que morían en la cruz, fueron los judíos a rogar a Pilatos que mandase quebrar las piernas de Jesús y de los otros dos crucificados, para poder bajarlos inmediatamente. En efecto, los soldados rompieron las piernas a los ladrones, y no lo hicieron con Jesús porque le encontraron ya muerto; pero uno de ellos le abrió el costado con una lanza, y de la herida brotó sangre y agua. Se cumplió con ello la palabra de la Escritura: No romperéis ninguno de sus huesos… Verán al que traspasaron.