«Da igual lo que nos pase, contad nuestra historia»: los civiles ucranianos suplican ayuda

Hace unos días, a la abuela de Tina Piliya le diagnosticaron coronavirus. Tiene 87 años y ha desarrollado neumonía, por lo que necesita estar conectada a una máquina de oxígeno cuando tiene episodios de ahogos. Vive en Kiev, en el mismo edificio que su nieta, una operadora de cámara de 33, la cual no ha querido trasladarse a un refugio antiaéreo para no dejarla sola. «Parece que está mejor, esta misma mañana ha hecho sopa de remolacha«, cuenta mientras me manda una fotografía de una gran cazuela repleta de un caldo morado a través de Instagram, la red social que ha permitido eliminar los casi 4.000 kilómetros que separan Madrid de la capital de Ucrania en plena invasión rusa.

Mientras hablamos, la distancia a la que se encuentran los tanques rusos del centro de Kiev no deja de variar. Por un momento, parecía que la capital ya había sido tomada, pero parece que prosiguen los combates entre ambos ejércitos. Ante esta aparente normalidad en la que Tina cuenta que va a ir al piso de su abuela para comer juntas, pide por favor que no les abandonemos. «No sé que será de nosotros, pero pase lo que pase, por favor, enseñad lo que está ocurriendo, contad nuestra historia», expresa con lágrimas en los ojos.

Cuenta con ironía cómo su abuela vuelve a vivir una guerra, que la historia se repite y que nadie ha prestado atención a lo que estaba haciendo Putin. «La Segunda Guerra Mundial se está repitiendo, pero él no es Hitler, es peor», dice con contundencia evitando pronunciar el nombre del dirigente ruso en todo momento. Se refiere a él como el demonio o simplemente con el pronombre.

Es la segunda noche que pasa despierta. «El sonido de las Fuerzas Aéreas es ensordecedor», narra y añade que, cuando quiere descansar, se coloca entre una puerta y una pared para estar alejada de las ventanas por si alguna bomba cae cerca. «Jamás olvidaré cómo está siendo sobrevivir entre bombas», comenta entre risas y dice que, cuando sale a la calle, intenta evitar estar cerca de edificios.

«Lucharemos con cualquier cosa que tengamos, balas, palas, rocas… Cualquier cosa, pero Ucrania no puede caer»

De pronto, dice asustada que suenan las sirenas y que acaban de apagar la calefacción central de todo Kiev, cree que es debido a la cercanía de las tropas al centro de la ciudad. «Tratan de bloquear Kiev y matarnos de hambre», asegura y aclara que la «rendición no está en el ADN de los ucranianos» y que no puede decaer el ánimo porque el Ejército necesita calma y apoyo incondicional para seguir la lucha.

«Lucharemos con cualquier cosa que tengamos, balas, palas, rocas… Cualquier cosa, pero Ucrania no puede caer», sentencia y pide que Europa no sea «neutral». «En esta guerra debemos elegir, depende del futuro de todos», y se despide diciendo que el sol brilla ahora mismo sobre la ciudad y que lo único que le queda es su palabra, su libertad de pensamiento y, aunque eso pueda ponerla en peligro, asegura que nadie se lo va a arrebatar.

placeholderDaños en los edificios de una zona residencial de Kiev tras los bombardeos rusos. (Getty/Chris McGrath)
Daños en los edificios de una zona residencial de Kiev tras los bombardeos rusos. (Getty/Chris McGrath)

Cristina está ahora mismo en Járkov, al norte del país, y, aunque es oriunda de una pequeña localidad al lado de Lugansk, una de las repúblicas prorrusas, desde que comenzó en conflicto en 2014 prefirió huir de la zona. «Decidí mudarme buscando seguridad porque sentía la presión», expresa. Narra cómo uno de los problemas fundamentales que están viviendo es la desinformación porque tratan de enterarse mediante la televisión, Telegram o Twitter. «Oímos bombas y no sabemos que está pasando», narra en un audio que manda a través de WhatsApp mientras se escucha de fondo el agudo sonido de un artefacto atravesando el cielo.

Según cuenta, Járkov ha sido atacada por las tropas rusas y no tiene claro si las fuerzas ucranianas se han rendido. «He escuchado sonidos alrededor de la ciudad, de mi casa, y creo que la estación de televisión ha sido destruida, pero que de momento no hay heridos», narra reiterando de nuevo esa desinformación a la que se enfrentan. Ayer estuvo en un gimnasio que se ha habilitado para que los ciudadanos se protejan durante los bombardeos, pero luego quiso volver a casa.

«Hace una hora, algo parecido a un cohete ha impactado aquí, pero no sé más, veo fotos, pero no sé qué está pasando tras mis paredes»

«Yo ahora mismo estoy en mi piso, pero mis vecinos están en la parte subterránea del edificio«, explica mientras me manda una foto de lo que se ve desde su ventana: unas calles completamente vacías y repletas de nieve en la que el gris del cielo parece impregnar hasta en el ánimo. La gente lleva días sin acudir al trabajo y dice que solo algunas tiendas de alimentación permanecen abiertas.

«Hace una hora, algo parecido a un cohete ha impactado en el centro de mi ciudad, pero no sé más, veo fotos, pero no sé qué está pasando tras mis paredes». Así, ha decidido permanecer en casa hasta que le den algo más de información. Así, aprecia asombrada el silencio en la que está sumido la ciudad cuando cesan los bombardeos y asegura que desde ayer no hay nadie en la calle.

Sobre Kiev, Cristina cree que Rusia quiere entrar en la capital «para hacer daño», crear sus propios órganos de poder y deponer el equipo de Gobierno ucraniano. Aun así, dice no estar asustada por la ocupación en sí, sino «por las acciones militares, las armas». «No tengo miedo de tener que vivir en un mundo ruso, tengo miedo del daño que nos puedan hacer». De momento, descarta marcharse: «Estoy a la espera de los acuerdos a los que puedan llegar y después ya decidiré».

Yuri, de 43 años, nos atiende por teléfono desde su coche, atascado en la autopista de camino a la frontera oeste de Ucrania. Es director de Producción de una fábrica de The Good Plastic Company en Kiev, donde ha vivido el ataque ruso hasta esta mañana. «La noche ha sido horrible, con muchísimos ataques aéreos», escribía por WhatsApp todavía de madrugada, desde un refugio antibombas a 10 kilómetros de la capital en el que ha pasado los primeros momentos tras la invasión junto a otras 200 personas.

Yuri dice estar listo para luchar, pero reconoce que la fuerza rusa es demasiado superior como para que merezca la pena. «Solo puedes resistir si estás vivo, tenemos que ser inteligentes. No quiero ser el héroe de manera estúpida, quiero resistir», afirma. «No tengo miedo, estoy enfadado». Apenas han podido recorrer 90 kilómetros en cinco horas de trayecto —»la carretera está completamente embotellada»— y cree que pueden tardar hasta dos días en llegar a la frontera. «Ahora mismo no sabemos si vamos a intentar cruzar o no. Queremos llegar a Rava-Ruska, en el borde con Polonia, o a Chop, entre Eslovenia y Hungría».

«Solo puedes resistir si estás vivo, tenemos que ser inteligentes. No quiero ser el héroe de manera estúpida»

Sobre la respuesta y ayuda occidental, cree que no ha sido suficiente hasta ahora. «Putin es un loco idiota. Nadie sabe quién será el próximo. Puede ser Moldavia, puede ser Polonia… Europa irá después y tiene que apoyar ahora a Ucrania. No con palabras, sino con hechos».