Séptimo Mandamiento I: No robarás

El séptimo Mandamiento declara el destino y distribución universal de los bienes; el derecho a la propiedad privada; el respeto a las personas, a sus bienes y a la integridad de la creación. La Iglesia encuentra también en este mandamiento el fundamento de su doctrina social, que comprende la recta gestión en la actividad económica y en la vida social y política; el derecho y el deber del trabajo humano; la justicia y la solidaridad entre las naciones y el amor a los pobres.

Existe el derecho a la propiedad privada cuando se ha adquirido o recibido de modo justo, y prevalezca el destino universal de los bienes, para atender debidamente las necesidades fundamentales de todos los hombres.

Hemos de plantearnos seriamente si en realidad somos propietarios de todos los bienes que poseemos, si consideramos que hay muchas personas que carecen de lo necesario para sobrevivir y ello nos ha de llevar a vivir con austeridad y a cuidar de las cosas que usamos y necesitamos y a compartir lo que nos es superfluo. («Si no lo usas véndelo») y si puedes entrégalo a los pobres.

La finalidad de la propiedad privada es garantizar la libertad y la dignidad de cada persona, ayudándoles a satisfacer las necesidades fundamentales propias, las de aquellos sobre los que tiene responsabilidad, y también las de otros que viven en necesidad.

Los cristianos de hoy hemos de esforzarnos en compartir en Caridad.

El séptimo mandamiento prescribe el respeto a los bienes ajenos mediante la práctica de la justicia y de la caridad, de la templanza y de la solidaridad. En particular, exige el respeto a las promesas y a los contratos estipulados; la reparación de la injusticia cometida y la restitución del bien robado; el respeto a la integridad de la Creación, mediante el uso prudente y moderado de los recursos minerales, vegetales y animales del universo, con singular atención a las especies amenazadas de extinción.

El hombre debe tratar a los animales, criaturas de Dios, con benevolencia, evitando tanto el desmedido amor hacia ellos como su utilización indiscriminada, sobre todo en experimentos científicos, efectuados al margen de los límites razonables y con inútiles sufrimientos para los animales mismos.

No es digno de un amigo de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, excedernos en el cuidado material y en dedicación personal, a mascotas que nos ocupan tanto gastando en cosas superfluas en ellos y que nos impiden acompañar a tantos hombres que viven e incluso mueren en soledad.

El sétimo mandamiento prohibe ante todo el robo, que es la usurpación del bien ajeno contra la razonable voluntad de su dueño. Esto sucede también cuando se pagan salarios injustos; cuando se especula haciendo variar artificialmente el valor de los bienes para obtener beneficio en detrimento ajeno, y cuando se falsifican cheques y facturas. Prohibe además cometer fraudes fiscales o comerciales y ocasionar voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas. Prohibe igualmente la usura, la corrupción, el abuso privado de bienes sociales, los trabajos culpablemente mal realizados y el despilfarro.

Hemos de hacernos mirar, si cuidamos el medioambiente, las propiedades ajenas ya sean públicas o privadas, si por acción u omisión perdemos el tiempo que debemos a los demás, no aprovechando las oportunidades que, por regalo de Dios, desperdiciamos.