Cuarto Mandamiento II: Honrarás a tu Padre y a tu Madre

Los vínculos familiares, aunque sean importantes, no son absolutos, porque la primera vocación del cristiano, es seguir a Jesús, el Hijos de Dios amándolo: «El que ama a su padre o a su madre más que a Mí no es digno de Mí» (Mt.10,37). LOs padres deben favorecer gozosamente el seguimiento de Jesús por parte de sus hijos en todo estado de la vida, también en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.

Entender hoy que los hijos al igual que todas las criaturas son de Dios parece que cuesta un poco más. Tenemos derecho a casi todo y no somos conscientes de que todo es del Señor. Así lo debemos pensar y vivir. Lo contrario nos lleva a la soberbia y creer que somos como Dios. Hemos perdido, a veces, el Santo temor de Dios, que no es otra cosa que vivir como si Dios no existiera y nos creemos mas seguros afirmando que no lo necesitamos. Somos como niños mal criados que renegamos de nuestro Padre y Señor. Solo cuando nos vemos impotentes nos acordamos de su omnipotencia y gracias a su Misericordia podemos volver a la casa del Padre que nos espera.

En los distintos ámbitos de la sociedad civil, la autoridad se ejerce siempre como un servicio, respetanto los derechos fundamentales del hombre, una justa jerarquía de valores, las leyes, la justicia distributiva y el principio de subsidiaridad. Cada cual, en el ejercicio de la autoridad, debe buscar el interés de la comunidad antes que el propio, y debe inspirar sus decisiones en la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo.

Así, tambien sucede a algunos gobernantes y políticos que pierden la conciencia de que han sido colocados ahí para servir y han de ser ejemplares en el servicio, en el respeto a los derechos fundamentales de cada hombre, a respetar el orden que impone la justa jerarquía de valores, las leyes, la justicia distributiva (dar a cada uno lo suyo) y el principio de subsidiaridad que les obliga a atender a aquellos que no tienen lo necesario y no intervenir en lo que ya está resuelto justamente.

Quienes están sometidos a las autoridades deben considerarlas como representantes de Dios, ofreciéndoles una colaboración leal para el buen funcionamiento de la vida pública y social. Ésto exige el amor y servicio de la patria, el derecho y el deber del voto, el pago de los impuestos, la defensa del país y el derecho a una crítica constructiva.

Por eso, al ejercer fielmente sus funciones se convierten en (ministros) administradores en representación de Dios y se les debe colaboración, respeto por la función que desempeñan. De ahí, el amor y servicio a la patria, con el voto, los impuestos, la defensa, y la crítica constructiva.

El ciudadano no debe en conciencia obedecer cuando las prescripciones de la autoridad civil se opongan a las exigencias del orden moral: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch.5,29).

Todo ello, lleva a la conclusión de poder y deber de oponerse a todo aquello que no respete los derechos del hombre y la libertad de los hijos de Dios.