Segundo Mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano

Se respeta la santidad del nombre de Dios invocándolo, vendiciéndole, alabándole y glorificándole. Ha de evitarse, por tanto, el abuso de apelar al nombre de Dios para justificar un crimen, y todo uso inconveniente de su nombre, como la blasfemia, que por su misma nauraleza es un pecado grave; la imprecación y la infidelidad a las promesas hechas en nombre de Dios.

Las personas que quieren a otras personas las llaman por su nombre, siempre que se dirigen a  cada una de ellas. Las saludan cuando se encuentran. Les manifiestan su agradecimiento por todas las cosas que reciben de ellas y  siempre que pueden hablan bien de ellas a todos los que tratan. Hablar bien de corazón a otros es bendecir (bien decir), alabar y reconocer la gloria merecida por sus logros y actos. 

Está prohibido jurar en falso, porque ello supone invocar en una causa a Dios, que es la verdad misma como testigo de una mentira. Dice San Ignacio de Loyola: «No jurar ni por criador, ni por criaura, sino fuere con verdad, necesidad y reverencia».

Jurar sin un motivo justo y necesario, es poner de manifiesto que lo que decimos o hacemos no es de fiar, porque, si no es suficiente nuestra palabra es que la mentira no nos es ajena y la falta de respeto a los demás y sobre todo a Dios es evidente.

El perjurio es hacer, bajo juramento, una promesa con intención de no cumplirla, o bien violar la promesa hecha bajo juramento. Es un pecado grave contra Dios, que siempre es fiel a sus promesas.

El maligno o demonio, es maestro de la mentira,   prometiendo lo que no solo no piensa o puede cumplir, sino que además, quiere nos sumemos a él y seamos sus secuaces. Ya que ofendemos a Dios y poco a poco, nos vamos endemoniando. Convirtiéndonos en personas de las que los demás no se podrán fiar y nos alejamos del amor de Dios.