El Atlético ya siente en su nuca el aliento del Madrid

La de Valladolid fue una victoria importante para el Madrid. Casemiro se elevó a la condición de estrella absoluta del equipo. Su segundo máximo goleador y su bastión. Goleador decisivo que, después de marcar, se recoloca como defensa para asegurar al Madrid en su «unocerismo». Se reforzó así «el estilo» del equipo al agarrarse a las virtudes (defectos transformados) de la última Liga. Hay muchas formas de ganar y el Madrid ya tiene una. Quizás no es la mejor de su historia. Pero es una.

Es un lugar común, pero es cierto que el fútbol permite expiar los pecados. Ganándole al Valladolid, el Madrid arreglaba en una noche muchos desaguisados ligueros. Y salió dispuesto a ello. Se percibía la voluntad de dominio, tener la pelota por algo más que el puro “toquenaccio”. Pero muy pronto se intuyó algo más: que el Valladolid era el que tenía peligro. Courtois salvó una doble ocasión local en el minuto 7. Los movimientos del voluminoso Guardiola se coordinaban bien con la linea de mediapuntas, y el Valladolid parecía el equipo con más instinto en el campo.

El Madrid se enfrentaba a un problema. Para quienes piensan que el peso de Benzema es demasiado grande, el partido era decisivo: ¿cómo supliría el Madrid su ausencia? Benzema ocupa una gran franja del campo. Con Mariano en el área y Asensio y Vinicius pegados a la banda, ¿de quién sería esa gran meseta benzemista?

El Madrid juega a lo que dice Benzema, es el que tiene la ruta, el mapa, el director y ejecutante del ataque. ¿Cómo lo harían sin él?

El Madrid siguió jugando igual. Jugar a-la-Benzema pero sin Benzema. Ese espacio libre estimuló al principio a Vinicius, que demostró más visión de juego, más iniciativa, más importancia en suma. Cierta emancipación sin el macho alfa. Pero su lugar en la banda invitaba a Asensio a centrarse, o incluso a Modric a ocupar el espacio vacante. Ninguno lo hacía, o ninguno lo hacía del todo.

Mariano se movió mucho, se desmarcó como un toro destorilado pero de forma extemporánea, cayendo en fueras de juego.

A medida que transcurría la primera parte, las iniciativas de Vinicius decayeron y apareció el intenso realismo de Lucas Vázquez, colgando un par de balones parabólicos y remotos para Mariano. Esto introducía una variante, una alternativa, por pobre que fuera, un intento de explotar el capital humano real del Madrid en el campo.

En el ataque del Madrid no pasaba nada. ¿Qué quedaba? La “ultima ratio”: el balón parado y los parietales de los defensas (así fue la temporada anterior en Valladolid, con gol de Nacho). Casemiro tuvo la mejor ocasión de la primera parte en el minuto 39 y volvió a tener otra al inicio de la segunda.

El Madrid había evitado nuevas ocasiones, así que la solución podía ser la reciente: mantener el “cero” atrás y exprimir el partido para que el gol se destilara como una gota en el desierto. O sea, la actitud del Madrid ante el gol ha de ser la del cactus o el dromedario con el agua.

Contra esta actitud tuareg, contra esta nueva economía de las ocasiones, conspiró Mendy con una extravagancia de tipo suicida: un balón rifado en su propia área sin motivo alguno. Una aureola de santidad se iba dibujando sobre la cabeza de Courtois (lo que confirmaba su aspecto de figura del Greco -sale en La Adoración de los Pastores-).

Y efectivamente: así llegó el gol. Un centro de Toni Kroos en el 65 lo remató Casemiro en el segundo palo. Justo antes del triple cambio que ya tenía anunciado Zidane, al que le salió perfecto.

¿Quién hizo de Benzema? Casemiro. Esta es la realidad del Madrid, no necesariamete triste si se asume. El Madrid, si gana la Liga, será capellizado, incluso clementizado porque la importancia de los defensas es total, es defensiva y es ofensiva. La media le da una estructura, lo clava en el campo, le da madurez, flotación, y los partidos los ganan apariciones concretas en ataque y paradas de Courtois. Y los goles son, en su mitad, la trama de Benzema, lo que toca o en lo que participa Benzema; y por otro lado, el balón parado (o sea, Kroos). El Madrid es simple y una vez conocido esto se hace más divertido de ver. Su fútbol deja de ser un enigma, son teclas muy concretas en las que se puede expresar el agonismo del grupo y el acierto de Zidane cuando su flema roza la flor en el instante exquisito.

El lujo con el que cuenta el equipo no está arriba, sino en la correa física y técnica de Modric en la media. Su acarreo, su sacrificio humano (hecho pivote) y su capacidad para el pase dulce cuando el oxigeno se hace más caro.

El Valladolid metió a Weismann, más ataque, y el Madrid pudo demostrar entonces oficio y solidez. Después de marcar, Casemiro, hombre orquesta, se aculó entre los centrales sellando la defensa y Mendy o Arribas buscaron el contragolpe.

Sin Ramos y sin Benzema, el esqueleto del Madrid se bastó con las otra vértebras: Courtois, Casemiro y Modric.

Sergio Gonzalez se calentó tanto la cabeza, probó tantas cosas que pareció hacer más cambios de los reglamentarios. Pero no pudo ya nada contra un Madrid constituido en frontón liguero.

La victoria en Valladolid es importante porque acerca al Madrid al líder, porque la logra justísimo de recursos y porque confirma un estilo y sus posibilidades. El Madrid es el del año pasado y “los once de Zidane” se suplen unos a otros como dando la razón otra vez a su entrenador.