Tras haber perdido la Supercopa y la Copa del Rey, el Madrid se queda a siete o quizás diez o quizás trece puntos del Atlético con otra nueva derrota ante el Levante. Es muy difícil sostener que no han perdido también la Liga. El Madrid se prepara para deambular por la competición como tantas veces poniéndole velas a la Champions y a Mbappé. Por ese orden: primero a Europa, y luego, si falla, al francés.
Vayamos al partido. Al once ya no se le llama once, se le llama «propuesta», igual que al menú del chef ya se le deja de llamar menú. La propuesta de Bettoni/Zidane consistía, salvo dos novedades provocadas por las bajas, en lentejas; gloriosas sí, pero lentejas.
Las bajas se habían concentrado en un punto concreto y no tardó en cebarse allí el azar del partido. El Levante buscaba a sus delanteros con balones largos, a Morales, sobre todo, para explotar su prometedor duelo con Odriozola, y en uno de ellos, Sergio León le ganó la carrera y el sitio a los centrales del Madrid. Fue derribado por Militao, declarado último hombre según el VAR, que entró de oficio. La amarilla inicial se convirtió en roja y el Madrid pasó a jugar con diez, cosa que al principio pareció poder llevar con dignidad. Muy pronto Asensio marcó un gol al contragolpe tras un buen pase de Kroos.
Iba a entrar el joven Chust por Militao, pero Bettoni reculó y retrasó a Casemiro, que ampliaba aún más el rango de su influencia.
Al principio pareció funcionar, aunque quizás fuera solo el efecto psicológico del gol. El Madrid mandaba, estaba más serio y la concienciación general redundaba en más disciplina. Se protegían más atrás, lo que regalaba espacios para posibles contraataques.
Parecía que podía cumplirse aquello de Helenio Herrera, mejor con diez que con once, pero las cosas comenzaron a cambiar.
Fue a la altura del minuto 25, con un paradón de Courtois a Roger, a bocajarro. Ahí puede decirse que cambió superficialmente el partido, que ya venía removido en sus estructuras por la colocación del Madrid. Al retrasarse Casemiro, en el medio quedaban Modric y Kroos, solos, salvo que consideremos centrocampista a Hazard, algo que sería imprudente viendo su desempeño defensivo en la banda izquierda.
Hubo en el 27 una buena ocasión del Madrid, un pase muy largo de Casemiro a la espalda del Levante que pinchó Asensio y no pudo rematar con una media vuelta a la altura del control. Todo lo había hecho el Madrid a la contra: el gol, esa jugada y otra inicial de Hazard. Pero se fue quedando encajonado. El repliegue comenzó a parecer sumisión; la media, un vacante agujero, un cráter con la forma de Casemiro; y las distancias a hacerse larguísimas.
El encajonamiento acabó en gol del Levante, un balón desde la derecha de Miramón que Morales remató el segundo palo recién botado. Un gran gol. Morales y el Levante son ahora como Lewandowski y el Bayern para el Madrid.
Poco después, Courtois le tuvo que parar otra a Roger.
El problema del Madrid no era ya defensivo, sino haber perdido el rastro a la pelota. Tampoco había contras ya. ¿Quién podría hacerlas? Renunciar a la velocidad de Vinicius es un lujo incomprensible. Bettoni no rehízo la defensa del Madrid, quizás por dudas sobre Chust y los galones en la delantera, y el problema lo estaba pagando el mediocampo, raquítico y viejo en una especie de 4-2-3.
Al volver del descanso, Modric estuvo más activo y dio algunos pases excelentes con su característico efecto exterior, órdenes que alejaban y a la vez abrían el juego, expandiéndolo, como un viejo rey español mandando expediciones a los confines del mundo. Uno de esos pases acabó, tras Asensio, en ocasión de Benzema. Fue la uni-ocasión, la monocasión.
En el 60, media hora después de que fuera evidente, entró Vinicius por Hazard, que lleva desde 2019 sin jugar un partido completo.
Nada más entrar, Vinicius hizo una falta que el VAR volvió a redefinir: penalti, un penalti muy justo en el sentido de muy apretado, porque fue (si fue) por milímetros. Lo tiró Roger y Courtois (por tercera vez) volvió a ganarle con una parada colosal con la izquierda, mano en alto cuando el cuerpo se vencía.
El penalti fue muy protestado por la grada. Por Ramos, fundamentalmente. En estos meses, Ramos hace de central, de capitán, de goleador, de prolongación táctica, y hasta de grada o público. ¡Renovación!
El penalti era digno de una polémica eterna. Un penalti para una moviola infinita, que es a lo que parece está condenado el Madrid «por ser quien es». Un detalle: en la repetición televisiva del gol de Asensio, el realizador colocó antes un posible penalti previo en área del Madrid. Hay una sensación de videovigilancia que se extrema con el Madrid.
La parada de Courtois dio vida a su equipo, que no juego. El Levante se había rehecho con los cambios y Vinicius por la derecha era poca novedad para un Madrid cansado y lejos del gol.
Había un paso exhausto, un jadeo colectivo, y además pasividades poco comprensibles: el Levante convirtió un saque de esquina en una especie de ensayo de estrategia con pase, tuya mía y centro final al área que Roger remató desquitándose entre unos jugadores blancos hechos cono, convertidos en estatuas tácticas.
Los cambios, Arribas y Mariano, ya entrarían tarde. Estaba Bettoni en la banda, pero el influjo de Zidane era innegable, la autoría intelectual de esos cambios y de todo lo demás.
Se dirá que el Madrid jugó con diez (y que hacía viento, y que el VAR, y que tres copas de Europa…) pero no hubo cambios, transformaciones, imaginación. El Madrid tiene menos posiciones que un futbolín.
No fue nuevo el cansancio de los veteranos, la invisibilidad de Hazard y Benzema o la falta de iniciativa con los cambios. Lo nuevo y llamativo fue la incapacidad para reestructurar el equipo con diez. Darle una forma, darle al menos un chisporroteo. Eran los mismos, casi igual.
Acabó el Madrid con jugadores extenuados y jugadores por destetar, con glorias despanzurradas e inéditos carne de diván por el desdén de Zidane. El gran reseteo tendría que ser el del Madrid.