El Madrid consolida alguna de sus virtudes

La zurda de Asensio produce. Da cosas ya, grano, fruto. Y es un acierto de Zidane que lo haga, pues ha esperado al florecimiento del jugador contra todo pronóstico y contra toda impaciencia.

Para ser sinceros, nada presagiaba eso. La misma alineación de Asensio contra el Celta le daba a la tarde, e incluso al año nuevo, un tono previsible y triste. Cansino, agotador. Asensio hace que Lucas Vázquez, por comparación, parezca un extremo brasileño de los de antes. Asensio motiva menos que un discurso de Cuca Gamarra, pero así está el Madrid, y así está el campeonato, que tiene al gran Iago Aspas como estrella indiscutible. Es el máximo goleador y asistente y no le llevan a la selección. Tampoco va Benzema, que se supone es el segundo «decisivo». Las estrellas de la Liga no jugarían la Eurocopa.

Pese a las dudas que despertaba la escasa carga pasional de Asensio, fue un acierto pleno, pues él volvió a abrir el partido. Un pase suyo por la banda izquierda, perfecto, lo remató Lucas Vázquez de cabeza llegando al segundo palo. Unos segundos antes del 1-0, Aspas había tenido su ocasión a pase de Nolito. El partido empezaba alegre y bonito de ver, el balón corría por los dos equipos y el Celta le dejaba al Madrid espacio para contragolpear.

El Celta es un equipo extraño que mezcla frenesís y serenidades. Le entran sirocos presionantes y luego la tiene con cierta parsimonia latinoché, es un equipo como mixto, un poco desconcertante y seguro de sí mismo, y tiene la gran elegancia de ir a la suya, de jugar con un 4-4-2 que suena retro y original y evoca otro fútbol.

La quería tener el Celta, pero el Madrid estaba adusto y para poca broma y ocasiones no había. En el 30 tuvo una el Celta con autochut de Varane, que en todos los partidos tiene su instante errático. El Madrid, que tan prometedor había empezado, lo más que daba, en realidad, eran centros de Asensio. Era el intermitente del equipo. Cada cierto tiempo aparecía colgando un balón sin destinatario.

El Celta se fue quedando así la pelota pasada la media hora y al Madrid se le puso un rostro conservador, pero en el peor y más aburrido sentido de la palabra conservador. En realidad, es una palabra que a veces se dice cuando no se puede decir otra cosa. El Madrid defendía, se iba quedando en su campo. No es que hiciera nada distinto, sino que se iba apagando un poco. Sus contras se abortaban ellas solas, rozando alguna vez el «slapstick» y el partido sonaba a las voces de los miembros de los cuerpos técnicos, parecían instrucciones de los dueños en una pelea de gallos. Unas cuantas voces (pocas) de signo más animoso que autoritario y el ruido oscuro y gallináceo del aleteo, ¡eso era el partido!

A poco del descanso, como moribundos que reciben el último hálito de vida, a los equipos les da por tener alguna ocasión que desmienta el bodrio y Carvajal, en el 43, enganchó una volea ajustada al palo que se fue por poco. Era un rechace, segunda jugada, patito feo del juego, ese fútbol bastardo y espurio que ahora todos reclaman. ¡De ese fútbol putativo vivimos!

El partido regresó del descanso muy parecido pero cambió o murió pronto porque se tuvo que retirar Iago Aspas con unas molestias físicas. Ahí acabó el partido para el Celta. Muy poco después, Lucas le devolvió la asistencia a Asensio, que batió al portero con claridad y en soledad. Da gusto ver su zurda, aunque es casi seguro que parte del gol se lo atribuirán a Benzema por «llevarse a un defensa». Y pese a todo, Asensio se llevará más titulares que Lucas Vázquez, el elemento más fiable y eléctrico del ataque madridista que además acabó jugando de lateral.

Con 2-0, otro quizás sentiría el impulso de dar un rato a los olvidados de su gestión, pero Zidane dejó pasar los minutos. El Madrid estaba asentado en defensa y el Celta la tenía sin más. Al fútbol antes se iba con almohadilla (que además era arrojadiza), ahora se tendría que ir con almohada cervical, como cuando se viaja en autobús.

En el 63 hubo un largo toque del Madrid que Benzema acabó con peligro. Iban cayendo ya ocasiones blancas, el Celta se resquebrajaba poco a poco y Benzema acudía con carroñera elegancia a buscar su golito estadístico.

Veía el Madrid abrirse espacios, pero eran espacios que derivaban del cansancio y cierta desesperación rival, espacios como descolgamientos, flaccideces, blanduras y decadencias ajenas, sin la geometría acelerada de un tiquitaca o las contras fulgurantes del cinismo. Ah, pero no seamos criticones. No nos pongamos exquisitos. ¿Qué pedimos, eternos insatisfechos? ¿A qué aspiran nuestros meñiques disparatados?

Siempre-cumple Nacho y siempre-aporta Lucas le daban al Madrid dos polos bravos que hacían olvidar a Ramos. Todo estaba en su sitio y el Celta, dócil. ¿A qué esperaba Zidane entonce para darle unos minutillos a Odegard, Vinicius o Hazard?

En el 74 entró Hazaard por Asensio, elevado en la jerarquía del equipo sobre Vinicius, al que Zidane mira como dicen que Tito Agustín mira a Isa P. Asensio es académico, fino, comprensible y es normal que le guste más a Zidane. Es fútbol puro, futbolista de futbolistas, mientras que Vinicius es candomblé y formas caóticas, una hernia feliz de fútbol despanzurrado frente al mármol frío de biorritmos de Asensio.

Contra el celta se vio que el Madrid del unocerismo ha vuelto. Tiene altibajos, tiene oscilaciones de sismógrafo tímido. Pájaras como en Elche. Pero la solidez está ahí, se le ve, la contextura de mantecado futbolístico es indudable y es un logro que debe mantener. No es el mejor Madrid, pero sirve para eso que antes se llamaba el «entreguerras».

Hazaard participó en unos minutos de circulación animada. Entraron Valverde, Vinicius y Odegaard y el partido perdió la seriedad. Más cerca del correcalles que de la fricción, todo se demoro en idas y venidas.

Estos cambios colectivos son otra atrocidad del fútbol moderno. Se pierde el hilo y se entrecorta el ritmo. Los partidos son como todo lo demás. Es imposible que la atención se concentre en una sola cosa. Por entrar entró hasta Mariano.

Ahora se ha puesto de moda en el fútbol la palabra «ventana». Ventana de cambios, ventana de fichajes… ¿Y la ventana para saltar del partido inacabable en marcha? Ojalá una eutanasia del fútbol, acabar con los minutos vegetativos. ¡Cortar por lo insano!

Pero el árbitro se apiadó, por fin. El Madrid está firme en Liga y agradece la calidad de sus rivales. Queda demostrado: cuanto mejores son, mejor juega el Madrid.