El personal de la uci: «Esto hay que pararlo cuanto antes»

Son las 16.00 horas de un jueves en el que Aragón ha vuelto a notificar más de mil casos de coronavirus. En los pasillos del hospital Clínico de Zaragoza reina una calma aparente, pero en la planta 1, donde está la uci, se combate la muerte a contra reloj. No hay medias tintas. El tiempo se agota. Y el personal, harto y cansado, habla claro: «Esto hay que pararlo cuanto antes. Si no lo hacemos, vamos a ver gente por los pasillos o en las aceras de la calle», advierten. A derecha y a izquierda se observa una dura realidad de la que la sociedad parece no ser consciente. «Se ha perdido el miedo y la gente está haciendo lo que le da la gana», transmiten unos sanitarios que apenas han dormido, que vienen de doblar turno y que cuando llegan a casa no logran desconectar.

Las ucis están llenas. Las 34 camas de las que dispone el Clínico están completas y en algunos boxes hay dos pacientes donde tan solo debería haber uno. La separación entre ellos es mínima. Están inconscientes e intubados. E incluso algunos se encuentran colocados boca abajo. Esta postura denota todavía más gravedad, porque significa que ni siquiera con los respiradores al 100% el oxígeno llega a la sangre y esta colocación en la cama facilita la circulación.

Mil cables rodean sus cuerpos. Cientos de luces se encienden en los aparatos de monitorización. Y a todos se les trata con un mimo indescriptible por parte de unos trabajadores que, camuflados bajo los epis, las mascarillas y las pantallas de protección, no entienden de horarios. «Tengo un mantra que siempre repito: donde no llega uno, lo hace el otro», cuenta Marta Palacios, supervisora de Enfermería. El compañerismo es latente. «Sin ellos esto no saldría adelante. Los jefes pasamos una vez al día a ver a los enfermos y luego nos vamos al despacho, pero son todos ellos quienes están siempre. El mérito es suyo sin ninguna duda», asegura Juanjo Araiz, jefe de servicio de la uci del Clínico.

Un perchero con trajes de protección se encuentra al inicio de los pasillos. El personal se ayuda a vestirse minutos antes de acceder a un habitáculo que más bien parece un búnker. Un búnker donde se quieren salvar vidas. Tras los cristales, el equipo covid se afana durante horas en el control de los enfermos, cuyas constantes vitales aparecen en la pantalla de un ordenador situado en el centro y que da la voz de alarma cuando algo se desestabiliza en el box.

Marta Palacios (izquierda), supervisora de Enfermería en la uci del Clínico, conversa a través de un walkie con una sanitaria que se encuentra en la zona contaminada

La comunicación con los compañeros que están en la zona limpia se hace mediante móvil, con  walkie talkies o con una pizarra que se enseña a través del cristal y sobre la que se escribe el medicamento necesario. Entre ellos no se ponen cara a pesar de trabajar codo a codo. Se distinguen por los colores de sus trajes o por el nombre escrito a rotulador en sus máscaras. El cuidado es máximo. Saben que un contagio entre el personal puede ser un caos porque la plantilla, de entre 40 y 50 personas diarias, es la que es. No hay más. En toda la pandemia no han registrado ni un positivo en el servicio de uci, pero faltan medios humanos. Ha habido renuncias de contratos y personal que «con 15 días de indicaciones y algo de formación» ya entra a la uci.

«Bomba de relojería» / «No vemos la luz y hay desánimo. Veo lo que pasa fuera y he dejado de creer en el ser humano porque te das cuenta de que es egoísta», confiesa Elena Jiménez, enfermera en la uci. «Los momentos de estrés y las malas contestaciones los pagan ellos, pero somos un familia y eso es lo que nos salva porque sino estaríamos todos de baja psicológica», asegura José Miguel Ezquerra, que es técnico en cuidados auxiliares de enfermería  (Tcae).

Las fuerzas, a pesar de que cunde el buen rollo y se ven sonrisas en medio de tanta tragedia, flaquean. «Estoy casado, tengo un hijo, y la conciliación familiar no existe. Esto es una bomba de relojería que cuando explote no sabemos a dónde nos va a llevar», añade el también enfermero Gustavo Fernández. «Jamás en la vida pensé que me tocaría vivir esto. Cuando te vas a casa, vuelves y te dicen que un enfermo con el que has establecido ya una relación está intubado te vienes abajo porque piensas que igual ya no se vuelve a despertar», dice Eva Peñaranda, también Tcae.

Dos sanitarios atienden a un paciente consciente, afectado por covid, en la uci del hospital Clínico

Antes de salir a la zona limpia, los sanitarios pasan por la llamada esclusa para desvertirse y desinfectarse. Cuando hacen acto de presencia en el pasillo muestran una cara de agotamiento, señales sobre la piel por los equipos de protección y están totalmente empapados en sudor. Algunos optan por ir a buscar un refresco. Otros, directamente, van a la ducha.

Son las 17.38 horas y llega una carta junto a una caja de bombones. Es de una paciente que les pide perdón por si alguna vez les ha faltado el respeto. «Por cosas como esta, todo merece la pena», dice emocionada Marta Palacios. Un aplauso retumba en la uci, donde la vida quiere continuar.

Araiz: «La gestión no ha sido buena. El gran error fue negar la enfermedad»

El jefe de sección de la uci del hospital Clínico, Juanjo Araiz, se muestra muy crítico con la situación y con la gestión política, sobre todo tras la experiencia de la primera ola. «El gran error ha sido negar la enfermedad. El primer caso covid de Aragón lo diagnosticamos nosotros, después de que ya llevara varios días por los centros de salud y las urgencias. Llamaba al Salud para pedir una autorización para realizar una PCR y me preguntaban: «¿Ha estado en China?». Yo decía que no y entonces la respuesta era inmediata: «Si no ha estado en China, no es covid», confiesa Araiz.

El doctor aboga por el confinamiento, aunque es consciente de que se trata de una decisión «muy difícil», pero insiste en que el escenario es «límite», asegura. «La ocupación de camas uci es del 100% y la disponibilidad que dice la DGA que tenemos es porque se doblan las habitaciones y eso es algo que no debería ocurrir. Y no tenemos personal. Si seguimos tensionando el sistema, ¿qué va a ser lo siguiente?», se preguntó Araiz.