Vuelve Hazard, y parece que es él. Esto significa que, si ajusta su defensa, el Madrid puede ganar la Liga muy pronto y además aspirar a mejorar su imagen en Europa, subir alguno de los peldaños que ha bajado.
Partido contra el Huesca a una hora que empezó siendo el “horario chino”, pero que ya hemos asumido.
Las previas del Madrid tienen una especie de ritual: la declaración siempre ponderada (ponderadísima) de Butragueño y la porra e interpretación de la rotación de Zizou. Las dos cosas forman una especie de mantra purgativo que por la vía de lo idéntico nos prepara el alma, desnudándola, para la experiencia del fútbol del Madrid.
La noticia era Hazard. También Militao, Militao, viva la militación y Marcelo junto a Ramos (nunca sin Ramos, so pena de desastre). Hazard era el interés y respondió.
El Huesca es un equipo de los que llaman “atrevidos”, la manera de llamar ofensivo al equipo pobre, pues ya se sabe que ofende quien puede y no quien quiere, igual que es el hombre (el futbolista) el que propone, pero solo Dios dispone. El Madrid proponía, al principio, mucha proposición, pero los ojos se iban a la bonita construcción de juego del Huesca, a partir de la zurda galante de Mosquera.
En el minuto 7, estrenó Mir sus contragolpes (no habría muchos más) con una aventura que detuvo Courtois. A ello respondió, poco después, un remate extraño y acrobático de Hazard que algo preludiaba.
El Huesca es uno de esos equipos que se conocen pronto: el pase de Mosquera, la diagonal de Ontiveros, el forcejeo de Mir… un equipo previsible en el buen sentido, no misterioso, no difuso, de líneas claras.
El Madrid sí tardaba un poco en despixelarse. En el 25, Marcelo centró para el remate de cabeza de Ramos, que se había quedado remoloneando tras un córner. Fue una buena ocasión del mejor delantero del Madrid, además de su jerarca absoluto. Su abundante barba ya no es de deportista, es de iniciado en la sabiduría sufí y combinada con la moda de recogerse el pelo recuerda a la de la mujer barbuda del cuadro de Ribera (aunque quien de verdad se parece a ella es Luis Tosar, ¡mírenlo!).
El Huesca, en los términos de cortés reciprocidad que aun guiaban el encuentro, respondió con jugada similar: centro de Ontiveros al segundo palo para la llegada insuficiente de Sergio Gómez.
En ese punto, el partido tenía dos maneras de ser visto según se hubiese comido o no. En ayunas, los jugos gástricos aún tiraban del espectador, en forma de ilusión; en caso contrario, el mayor riesgo de cualquier ataque era el de despertar sintiendo la propia babilla sesteante…
Siendo el Huesca de toque constructivo, no renunciaba a prensarse en dos líneas, lo que le dificulta mucho el juego al Madrid. Era algo mixto que quizás lastre de indefinición a un equipo que aún no ha ganado: intentos de defensa cerrada y salidas combinativas que pudieron haber sido espacios para un Madrid más rápido.
El ataque era aun congestivo y tedioso. Lucas Vázquez, bien de nuevo, metió un centro alienante que sin embargo Benzema le aplaudió mucho. Luego veríamos el motivo.
Sin muchas alharacas, el Madrid fue ocupando el campo ajeno. No fue un violento empotrar, tampoco una súbita “okupación”, fue un progresivo atornillamiento que hubiera quedado en nada, como tantas veces, de no ser por la aparición de Hazard, que en el minuto 40 recibió de espaldas en el lugar donde el mediocampo pierde su honesto nombre sin llegar a ser del todo delantera, giró como solo giran los que tienen el centro de gravedad permanente y bajo, y arreó un zurdazo que fue cogiendo un avieso efecto exterior, como la bola de un tenista, que lamió con lascivia el palo oscense. Qué golazo. El Madrid había encontrado, de repente, un fichaje de cuando había dinero, de los tiempos anteriores a la ruina covidiana y, con ello, la promesa de un manantial de goles.
Se intuye también algo más, el proyecto de recostrucción de la delantera del Madrid. Hazard vuelve y por el otro lado Asensio tiene varios partidos, recibe (él sí) continuidad de Zidane, que confía claramente en él (Zidane tiene filias y fobias, y con las dos es igual de terco). El resto del equipo estaba claro y más que claro, y faltaban esas dos posiciones por definir. Porque la otra, la del Nueve, es casi institucional. ¿Por qué Benzema no deploraba los centros de Lucas Vázquez? Porque en el 45 recibió uno de ellos, controló con elegante pecho y cruzó de zurda para marcar el segundo justo antes del descanso.
En la reanudación, Valverde marcó pronto el tercero tras una jugada colectiva y un pase suyo, cima del altruismo artístico.
Hacía sol y ZZ se puso la gorra de RMA (quisimos ver RMAGA).
Ya no había partido, quedaba expedito para lo que mejor se le da al madridista cuando las cosas salen bien: desatar la euforia.
Hubo cambios múltiples y pudimos ver a Vinicius con Benzema. Su primera jugada tuvo su ironía: le fabricó un gol que el francés falló como de costumbre, dicho sea no como crítica, sino como objetiva descripción. La «crisis» de esta semana entre los dos deja la sospecha de un cierto «raulismo» en Benzema. Un jugador-institución con mucho poder que combina el «con lo que nos ha dado», el elogio unánime de la prensa, y un halago sutil al aficionado, que ya no se expresa en la forma del correr populista de Raúl, sino en ese finústico «¡qué bien baja a recibir!». Lo de Vinicius deja dudas sobre si, además, se ejerce un poder de vestuario capaz de convertirse en veto en el campo de fútbol. Es indiscutible que Vinicius ha perdido su alegría inicial, que su sonrisa tiene menos dientes.
Hubo reparto de descanso y minutos en el Madrid, muy definidos de repente los titulares y los suplentes, los que sí y los que no. Vimos a Isco, por ejemplo, con ese aspecto nuevo de outsider que tiene, de actor a medio camino entre un papel físico y otro de carácter. O al revés.
Sentenciado y sin apelación el partido, el Huesca encontró el gol del honor en una buena jugada que remató Ferreiro y produjo varias largas posesiones que nos fueron conduciendo dulcemente a la siesta. En el 90, Benzema, que lo juega todo, terminó con uno de sus goles estadísticos.