Aviso a Biden: «Los demócratas no han dado soluciones a la minoría negra»

«Aquí viven abogados, médicos, pequeños empresarios, bomberos. Algunos negros empezaron a comprar casas en el barrio en la década de los 50 y 60. Hoy son el 90% de los vecinos», cuenta Terrence Devezin, al volante de su camioneta. Es el pastor de Trinity Community Presbyterian, una iglesia en el oeste de Detroit, en una zona de casas centenarias y cuidadas, con los jardines alfombrados por hojas secas. «Aquí no se te ocurra bajarte», dice un poco más adelante, más cerca del centro de la ciudad, mientras apunta a un chaval sacando metal en una casa abandonada. Detroit es una ciudad de contrastes, aunque desde el nudo de autopistas que la atraviesan parezca toda igual.

El «white flight», el éxodo de vecinos blancos desde que los negros empezaron a establecerse en sus barrios desde mediados del siglo pasado, la desindustrialización y las sucesivas crisis económicas la vaciaron. De 1,8 millones de habitantes en 1950, se ha quedado ahora en 680.000. El 80% de los que quedan son negros. Hace cuatro años, la apatía de este electorado, olvidado de todos, fue una de las claves de la victoria de Donald Trump. Joe Biden trata ahora a contrarreloj de no repetir el error de Hillary Clinton, que no supo convencer a la minoría negra en estados cruciales.

«Los negros aquí estamos cansados, nos sentimos ignorados», dice David Bell, un voluntario de Michigan United, una organización que se esfuerza por llevar a las urnas a miembros de su comunidad para votar a candidatos progresistas. «Con Hillary Clinton no estábamos motivados. Pero no podemos permitir que eso ocurra otra vez».

Lo que pasó es que Trump ganó Míchigan por poco más de diez mil votos. Decenas de miles de negros de este estado clave se quedaron en casa. Solo en Detroit, Clinton obtuvo 47.000 votos menos que Barack Obama en 2012.

Ocurrió algo similar en otros dos estados instrumentales para la victoria de Trump, Wisconsin y Pensilvania, en el mismo «cinturón del óxido» del Medio Oeste, la América industrial deteriorada, donde el multimillonario neoyorquino cautivó el voto blanco de clase media desencantado. Y ganó también por la mínima, por decenas de miles de votos, mientras la participación de la minoría negra se hundió: en Míchigan y Wisconsin, más de un 12%, y en Pensilvania, un 2,1%. Según un análisis de «The Washington Post», si la participación hace cuatro años hubiese sido la misma que en 2012, esos tres estados hubieran caído -también por los pelos- del lado demócrata y Clinton hubiera sido la primera presidenta de EE.UU.

«Los demócratas no han conseguido los resultados que nosotros necesitamos, no tienen un programa para los negros, es descorazonador», asegura Kevin Harris, pastor de la iglesia Nazarene Baptist y uno de los líderes de Michigan Liberation, una organización que busca reformas en el sistema criminal. La reelección de Trump se produce tras un verano violento, con protestas en todo el país por los últimos episodios de abuso policial contra la minoría negra, como los de George Floyd (Minnesota), Breonna Taylor (Kentucky) o Jacob Blake (Wisconsin). «Ya hemos pasado el punto de la desesperanza. Lo que hay ahora es una sensación de urgencia, de conciencia de que tiene que haber cambio», asegura Harris.

La mano dura del presidente

Trump echó gasolina a esa hoguera. Prometió mano dura con las protestas, calificó de «símbolo de odio» al movimiento Black Lives Matter («Las vidas de los negros importan»), cuya presencia en las calles ha crecido con esos episodios y animó a milicias vinculadas al supremacismo blanco, como las que entraron armadas en el Capitolio de Lansing, la capital de Míchigan, para protestar ante medidas restrictivas frente al Covid-19.

Biden, mientras tanto, ha tenido que hacer equilibrios. Ha defendido las protestas, pero ha condenado «cualquier tipo de violencia». Ha ofrecido reforma policial pero sin abrazar los lemas de «recortes a la policía» o «abolición de la policía» que se impusieron en las calles («sería el error más grande y estúpido que puede cometer EE.UU.», dice el pastor Devezin, en una muestra de la diversidad de opiniones en la comunidad negra). Harris, como muchos otros líderes negros, no las tiene todas consigo sobre el compromiso de Biden con una reforma radical del racismo estructural que afecta a su comunidad.

Las credenciales del candidato demócrata no son las mejores en este capítulo. A finales de los años 60, en los primeros pasos de su carrera política en Delaware, no mostró gran compromiso con el movimiento de derechos civiles para la minoría negra. Ya como senador, mostró su oposición a las estrategias para acabar con la segregación de los distritos escolares, como la afeó su ahora candidata a la vicepresidencia, Kamala Harris, en el primer debate de las primarias demócratas. Fue, además, un impulsor de la ley penal de 1994, que impactó de lleno en la comunidad negra, con sentencias más duras y largas. Trump y su campaña, que tratan de rascar votos en la minoría negra, se lo recuerdan cada vez que pueden.

«Biden se ha arrepentido por aquello. Creo que se entiende eso. Y si no se entiende, todavía está Trump», dice el pastor Harris sobre la motivación en su comunidad para ir a las urnas. Como en muchas otras partes del país, aquí el entusiasmo demócrata es más contra Trump que a favor de Biden. Pero todavía falta su reflejo en las urnas.