El PP culpa al “aznarismo” del fallido pulso con la alarma

Las piezas que José María Aznar ha colocado en el entorno de Pablo Casado vuelven a dar que hablar dentro del partido. Esta vez porque se las responsabiliza de inducir la decisión del líder popular de no apoyar la prórroga del estado de alarma. Los que fueran principales ideólogos del «aznarismo» han vuelto a la primera línea de influencia sobre el presidente nacional del partido, en algunos casos, con nombramientos en la estructura orgánica; en otros, desde la sombra.

La portavocía del Congreso, desde donde se implementa la estrategia parlamentaria, es «aznarismo» en estado puro, no sólo por su «número uno», Cayetana Álvarez de Toledo. Sus principales colaboradores vienen de la órbita del ex presidente del Gobierno, como Alfredo Timermans, «peón» clave en Moncloa en la etapa de gobierno de Aznar. Ahora vuelve a ser uno de los «fontaneros» de la estrategia del partido. Pero, por ejemplo, también tiene mucho peso sobre Casado el que fuera jefe de Gabinete de Aznar, Carlos Aragonés.

De manera recurrente en el partido se responsabiliza a ese entorno del líder nacional de la radicalización de la estrategia y de que se opte por una oposición bronca, que incluso aún estando justificada –advierten–, carece de relato. En esta ocasión, la intrahistoria confirma que desde distintas baronias se alertó al líder nacional de la inconveniencia de favorecer la anulación del estado de alarma por motivos de gestión sanitaria. Casado estaba convencido de mantener este pulso, sobre la base de los informes que le habían facilitado sus colaboradores y su convicción personal de que Pedro Sánchez le «engaña». La reflexión que hacen dentro del partido es que deben centrarse más en los problemas reales y alejarse «del ruido y de una estrategia en la que sobra tacticismo». La división en el centro derecha debilita su alternativa, y ni siquiera ante la crisis sanitaria nacional este bloque está siendo capaz de ofrecer una imagen de unidad «coherente», y que sólo esté pendiente del interés general.

El debate interno que acompaña a la estrategia del PP frente a la crisis del coronavirus no tiene ya nada que ver con movimientos «sorayistas» ni con el «marianismo», sino con el sentido de utilidad y de alternativa que significados dirigentes creen que debe manifestar la principal fuerza de la oposición. De hecho, dentro del partido hay importantes matices respecto a la posición que deben adoptar ante la demanda de acuerdos nacionales. Solo que Casado está fuerte, controla las estructuras territoriales, y en su «núcleo duro» le insisten en que los acuerdos son una «trampa» de Sánchez que les haría perder posiciones con respecto a Vox. De momento, las encuestas que manejan dan la razón a esa idea de que la política de dura oposición al Gobierno de Sánchez les beneficia electoralmente. Y que los acuerdos y las complicidades con la «negligente» gestión del Gobierno socialista no serían entendidos por su militancia más ortodoxa.

El tropezón de este último debate parlamentario no tiene marcha atrás y lo que preocupa dentro del PP es qué hacen si dentro de dos semanas el Gobierno de Sánchez vuelve a solicitar mantener el estado de alarma por razones sanitarias para controlar la pandemia. Así lo están ya anunciando desde Moncloa, y Ciudadanos sí se ha dejado una mínima coartada para incluso renegociar un nuevo apoyo si Sánchez cumple con sus compromisos y en función de la evolución de la crisis sanitaria. El órdago que lanzó Casado en este último debate deja muy poco margen para que el PP, en coherencia con su discurso, haga algo distinto a votar en contra de que se mantenga el estado de alarma. En política las circunstancias y los discursos casi siempre son muy flexibles, pero hasta ahora lo que parece evidente es que Sánchez sigue creyendo que puede salir de esta crisis orillando al PP, y que Génova cree que acercarse al PSOE engorda a Santiago Abascal.