Carta al G20

Relevantes personalidades exigen, ahora o nunca, un liderazgo global que actúe con urgencia para evitar que el coronavirus se extienda y reaparezca en zonas vulnerables de Asia, África y Latinoamérica

Escribimos para pedir una actuación inmediata coordinada a nivel internacional —en los próximos días— para hacer frente a las graves crisis sanitarias y económicas mundiales derivadas de la Covid-19.

El comunicado de la reunión extraordinaria de los líderes del G20 el 19 de marzo reconoció la gravedad y la urgencia de la crisis de salud pública y la crisis económica, pero ahora necesitamos medidas inmediatas y específicas sobre las que podamos ponernos de acuerdo de inmediato y en la dimensión necesaria: ayuda de emergencia para las iniciativas mundiales de salud emprendidas por la OMS y medidas de emergencia para restablecer la economía. Para ambas cosas es necesario que los líderes mundiales se comprometan a financiar cantidades muy superiores a la capacidad actual de nuestras instituciones internacionales.

En 2008-2010, la crisis económica inmediata se pudo superar cuando se abordó la línea de fractura económica: la subcapitalización del sistema bancario mundial. Ahora, sin embargo, la emergencia económica no podrá resolverse hasta que se haya resuelto la emergencia sanitaria; y la emergencia sanitaria no se acabará solo con vencer a la enfermedad en un país, sino garantizando la recuperación de la Covid-19 en todos los países.

Todos los sistemas de salud —incluso los más avanzados y mejor financiados— están tambaleándose bajo la presión del virus. Ahora bien, si no actuamos a medida que la enfermedad se extienda por las ciudades y los barrios más pobres de África, Asia y Latinoamérica, con mínimos equipos de pruebas, apenas unos cuantos respiradores y escaso material médico, y en los que resulta muy difícil implantar el distanciamiento social e incluso el lavado de manos, el coronavirus persistirá en esas zonas y reaparecerá para atacar el resto del mundo en nuevas oleadas que prolongarán la crisis.

Los líderes mundiales deben ponerse inmediatamente de acuerdo en asignar 8.000 millones de dólares —según lo previsto por la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación— a cubrir los vacíos más urgentes en la respuesta contra la Covid-19. Las partidas deberán ser:

1.000 millones de dólares este año para que la OMS pueda llevar desempeñar su función, de importancia crucial, en su totalidad. Aunque la OMS ha hecho una petición pública y 200.000 personas y organizaciones han hecho la generosa aportación de más de 100 millones de dólares, no podemos contar con que dependa exclusivamente de las donaciones benéficas.

Es necesario ayudar a la OMS a coordinar la producción y la adquisición mundial de suministros médicos con el fin de cubrir la demanda mundial

3.000 millones de dólares para vacunas: La Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI) está coordinando los esfuerzos internacionales de investigación para desarrollar y producir en masa vacunas eficaces contra la Covid-19. La Alianza Global para Vacunas e Inmunización (GAVI) tendrá un papel fundamental en la adquisición y distribución de dichas vacunas, y necesita 4.500 millones de dólares para su reabastecimiento: habrá que procurar financiación para estas y otras necesidades futuras.

2.250 millones para terapias; el acelerador terapéutico para Covid-19 pretende distribuir 100 millones de tratamientos antes de que termine 2020, y necesita dinero para desarrollar y extender rápidamente el acceso a dichas terapias.

En lugar de que cada país —o cada Estado o provincia— compita por una parte de las reservas existentes, con el riesgo de un rápido aumento de precios, debemos aumentar la oferta, para lo que es necesario ayudar a la OMS a coordinar la producción y la adquisición mundial de suministros médicos, como tests, equipos de protección individual y tecnología de telecomunicaciones, con el fin de cubrir la demanda mundial. También habrá que reservar recursos para acumular y distribuir material esencial.

Asimismo se necesitarán otros 35.000 millones de dólares, tal como ha destacado la OMS, para ayudar a países con sistemas de salud más débiles y poblaciones especialmente vulnerables; entre otras cosas, para suministrar material médico fundamental, dar más apoyo al personal sanitario nacional y reforzar la resistencia y la preparación de cada país. Según la OMS, casi el 30% de los países no tienen planes nacionales de respuesta a la Covid-19, y solo la mitad dispone de un programa nacional de prevención y control de las infecciones. Los sistemas de salud en los países de rentas más bajas tendrán más dificultades, y las estimaciones más optimistas del Imperial College de Londres indican que habrá alrededor de 900.000 muertes en Asia y 300.000 en África.

Proponemos que se convoque una conferencia mundial de donantes —con el respaldo de un Grupo de Trabajo Ejecutivo del G20— con el fin de asignar recursos a estas urgentes necesidades sanitarias mundiales.

Los Gobiernos nacionales han trabajado mucho para contrarrestar la caída de sus economías. Pero un problema económico mundial exige una respuesta económica mundial. Nuestro propósito debe ser impedir que una crisis de liquidez se convierta en una crisis de solvencia y una recesión mundial se convierta en una depresión mundial. Para ello es necesario coordinar mejor una serie de iniciativas fiscales, monetarias, de bancos centrales y antiproteccionistas. Los ambiciosos estímulos fiscales de algunos países serán más eficaces si los acompañan todos los demás países que estén situación de implantarlos.

Se debería dar acceso a los acuerdos de canje de divisas a un grupo más amplio de bancos centrales; el FMI debería firmar acuerdos de canje con los principales bancos centrales y utilizar esos recursos de divisas fuertes para ofrecer ayuda financiera de emergencia a los países emergentes y en desarrollo. Pero es vital que, para evitar despidos masivos, las garantías que se ofrezcan en cada país vayan inmediatamente seguidas del apoyo de los bancos locales a las empresas y las personas.

Las economías emergentes —y en particular, las de los países más pobres— necesitan una ayuda especial, entre otras cosas para asegurar que los recursos lleguen a todos los perjudicados por el drástico descenso de la actividad económica. El FMI ha dicho que va a movilizar todos sus recursos. Tiene una capacidad de préstamo de 1,2 billones de dólares y la posibilidad de asignar de inmediato 600.000 millones de dólares. Además debería haber una asignación adicional de 500.000 millones a un billón en forma de Derechos Especiales de Giro (DEG). Al mismo tiempo, para garantizar que cada país tenga suficiente financiación, animamos a los miembros del FMI a que permitan que se excedan los límites de la cuota de préstamo en los países más necesitados.

El Banco Mundial y muchos bancos regionales de desarrollo se han recapitalizado recientemente, pero será necesario inyectar más dinero. El Banco Mundial puede aumentar la ayuda de la Asociación Internacional de Fomento (AIF) a los países más pobres hasta aproximadamente 25.000 millones de dólares anuales y elevar la ayuda del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) a los países de rentas medias de 25.000 millones a 35.000 millones de dólares anuales sin dejar de cumplir con su techo de préstamo. Pero es probable que, como ocurrió en 2009, cuando solo el gasto del BIRF pasó de 16.000 millones a 46.000 millones de dólares, sea necesario ampliar mucho más los recursos disponibles, para él y para los bancos regionales de desarrollo.

Para poder ejercer sus responsabilidades de ayuda humanitaria y para atender a los refugiados y las personas desplazadas, cuya situación tiene muchas probabilidades de volverse desesperada, los organismos de la ONU han hecho esta misma semana un llamamiento para recaudar 2.000 millones de dólares.

La comunidad internacional debería condonar este año los pagos de la deuda de los países a la AIF, incluidos 44.000 millones de dólares que debe África, y pensar en un alivio de la deuda en el futuro.

Estamos de acuerdo con los líderes africanos y de los países en desarrollo en que, dada la amenaza existencial que se cierne sobre sus economías, el vuelco cada vez mayor que van a sufrir su trabajo y su educación y su limitada capacidad para resguardar a las personas y a las empresas, se necesitarán al menos 150.000 millones de dólares para crear redes de protección sanitaria y social y otras ayudas urgentes.

Estas partidas de dinero deben aprobarse de inmediato, ponerse en marcha bajo la coordinación de un Grupo de Trabajo Ejecutivo del G20 dentro del Plan de Actuación del G20 y quedar plenamente confirmadas en las próximas reuniones del FMI y el Banco Mundial. Las dos instituciones económicas principales deben recibir garantías de que habrá más aportaciones económicas bilaterales y se acordará la necesidad de nuevas inyecciones de capital.

La solución a largo plazo consistirá en la drástica revisión de la salud pública mundial y la transformación —con los recursos necesarios— de la arquitectura sanitaria y financiera del mundo entero. La ONU, el G20 y las partes interesadas deben trabajar codo con codo para coordinar las actuaciones posteriores.

Gordon Brown fue primer ministro de Reino Unido, es enviado especial de la ONU para la Educación Mundial; Erik Belglöf fue economista jefe del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, es profesor y director del Instituto de Asuntos Mundiales de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres; Jeremy Farrar es director de la Wellcome Trust.
Además, firman esta carta: Bertie Ahern, jefe de Gobierno de la República de Irlanda entre 1997 y 2008, Montek Singh Ahluwalia, vicepresidente de la Comisión de Planificación de la India entre 2004 y 2014; Masood Ahmed, presidente del Centro para el Desarrollo Mundial; Edmond Alphandéry,  ministro de Economía, Finanzas e Industria de Francia entre 1993 y 1995; Abdulaziz Altwaijri, director general de la Organización Islámica para la Educación, la Ciencia y la Cultura entre 1991 y 2019); Giuliano Amato, primer ministro de Italia (1992-1993 y 2000-2001); Mohamed Amersi, fundador y presidente de la Fundación Amersi; Louise Arbour, representante especial de la ONU para la migración internacional; Óscar Aria, presidente de Costa Rica entre 2006 y 2010; Shaukat Aziz, primer ministro de Pakistán entre 2004 y 2007; Gordon Bajnai, primer ministro de Hungría entre 2009 y 2010; Jan Peter Balkenende, primer ministro de Países Bajos entre 2002 y 2010; Joyce Banda, presidente de Malawi entre 2012 y 2014; Ehud Barak, primer ministro de Israel entre 1999 y 2001; Nicolás Ardito Barletta, presidente de Panamá entre 1984 y 1985; José Manuel Barroso, primer ministro de Portugal entre 2002 y 2004 y presidente de la Comisión Europea entre 2004 y 2014; Kaushik Basu, presidente de la Asociación Económica Internacional y economista jefe del Banco Mundial entre 2012 y 2016; Deus Bazira, codirector del Centro de Práctica e Impacto de la Salud Mundial y profesor adjunto de Medicina del Centro Médico de la Universidad de Georgetown; Marek Belka, primer ministro de Polonia entre 2004 y 2005 y director del departamento de Europa del FMI entre 2008 y 2010; Nicolas Berggruen, presidente del Instituto Berggruen; Sali Berisha, presidente de Albania entre 1992 y 1997 y primer ministro entre 2005 y 2013; Sir Tim Besley, presidente de la Asociación Económica Internacional entre 2014 y 2017; Carl Bildt, primer ministro de Suecia entre 1991 y 1994; Valdis Birkavs, primer ministro de Letonia entre 1993 y 1994; Tony Blair, primer ministro del Reino Unido entre 1997 y 2007; James Brendan Bolger, primer ministro de Nueva Zelandia entre 1990 y 1997; Kjell Magne Bondevik, primer ministro de Noruega en 1997-2000 y 2001-2005; Patrick Bolton, profesor de Finanzas y Economía del Imperial College London; Lakhdar Brahimi, ministro de Relaciones Exteriores de Argelia entre 1991 y 1993; Gro Harlem Brundtland, primera ministra de Noruega entre 1990 y 1996 y directora general de la OMS entre 1998 y 2003; John Bruton, jefe de Gobierno de la República de Irlanda entre 1994 y 1997; Felipe Calderón, presidente de México entre 2006 y 2012; Rafael Ángel Calderón, presidente de Costa Rica entre 1990 y 1994; Mauricio Cárdenas, ministro de Hacienda de Colombia entre 2012 y 2018; Fernando Henrique Cardoso,  presidente de Brasil entre 1995 y 2002; Hikmet Çetin, ministro de Relaciones Exteriores de Turquía entre 1991 y 1994; Laura Chinchilla, presidenta de Costa Rica entre 2010 y 2014; Joaquim Chissano, presidente de Mozambique entre 1986 y 2005; Alfredo Cristiani, presidente de El Salvador entre 1989 y 1994; Helen Clark, primera ministra de Nueva Zelanda entre 1999 y 2008; Emil Constantinescu, presidente de Rumania entre 1996 y 2000; Herman De Croo, presidente de la Cámara de Representantes de Bélgica entre 1999 y 2007; Mirko Cvetković, primer ministro de Serbia entre 2008 y 2012; Gavyn Davies, cofundador y presidente de Fulcrum Asset Management; Božidar Đelić, viceprimer ministro de Serbia entre 2007 y 2011; Kemal Derviş, ministro de Asuntos Económicos de Turquía entre 2001 y 2002; Ruth Dreifuss, presidenta de la Confederación Helvética (1999); Mark Dybul, director ejecutivo del Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria entre 2012 y 2017; Victor J. Dzau, presidente de la Academia Nacional de Medicina; Mikuláš Dzurinda, primer ministro de Eslovaquia entre 1998 y 2006; Gareth Evans, ministro de Relaciones Exteriores de Australia entre 1988 y 1996) y Jan Fischer, primer ministro de la República Checa (2009-2010).