Capítulo 2 del ingreso de Ramón: «Tengo que vivir, tengo que sobrevivir, necesito fuerzas»

Segundo capítulo con las reflexiones de Ramón Pinna, ingresado desde el pasado viernes día 27 en el Hospital General de Villalba, en Madrid

El primer minuto de mi estancia en la habitación fue justo así:

«Hola Ramón, bienvenido. ¿Qué tal te encuentras? Ojalá que bien. Te van a cuidar. Soy Roberto, y en lo que yo pueda desde mi cama y con mi oxígeno te ayudaré y te animaré. Yo ingresé el sábado con mi mujer, pero ella falleció el domingo por la mañana. No pudieron salvarla y ahora lucho contra la enfermedad y contra el dolor hondo que siento…».

Todo a lo largo de este hombre grande desprende una enorme humanidad. Su espíritu rebosa la sabiduría vital de supervivencia de un semejante que se deja el alma en cada inspiración, tratando de ser el resto del sentido de la vida que ya no caminaría con su mujer

Le miré agradecido por su testimonio, recé como pude por ella con el, y traté de ofrecerle un consuelo que me resultaba de color de mercromina… no supe hacer más.

¿Iba a dormir esa noche?

Mi cabeza bajó apresurada de nuevo a la sala de espera de las mil horas, la de las miradas errantes. Recordé a cada uno y pensé en lo que pensarían en aquel momento… El Señor mayor de pelo blanco, la pobre abuelita a la que no había manera de cogerle la vena para la gasometría, la joven del chándal… Y así 6 bancadas de proyectos de vida, de expectativas trabajadas para mañana bien cargadas de sueños y esfuerzos, quizás ahora postpuestos o quizás postpuestos para siempre.

Cerré los ojos en aquella sala para ver con algo más de claridad…

Tengo que vivir, tengo que sobrevivir, necesito fuerzas y no dar nada por estéril ni inútil, cada prueba, cada opción terapéutica, cada remedio, cada bandeja de comida, cada inspiración que me pidan o esfuerzo que me suponga, por duro que resulte. La Vida va a estar en cada huequito… y quiero Vivir.

Pensé en la organización del mundo al que yo pertenecía desde ese momento. El mundo de los que tienen que curarse en el Hospital General de Villalba, cargado hasta la bandera…. Se pueden contar por miles en este centro a la inmensidad de personas que creen que pueden acabar con esta pesadilla si consiguen salvarnos la vida a todos, o al menos a todos los posibles.

Su misión es completamente épica y quizás la asumen porque no la ven así, o porque nunca se vieron con más sentido en su vida que la de ayudar a quien sufre.

Es la potencia sin igual de las personas normales, de las de cafetito rápido en la sala de enfermería, y de las de hacer mi pequeño milagro de cada día. Viven sin saberlo, quizás, en esa Fé que no hace para nada las cosas más fáciles…. pero que, sencillamente las hace posibles.

Pienso en el personal de cocinas, en la lavandería, en el servicio de limpieza, en el de seguridad, mantenimiento, en el de gestión y atención a personas errantes…. Todos en la única sintonía de la verdad humana, la que nos guía como especie, como colectivo, la que nos hace ser parte de una Fé global potente, poderosa, de todos compartida, cero ñoña, no de milagritos, ni solamente de velas.

La Fé de un pueblo en su futuro, en el compromiso con sus hijos, en un mañana incierto pero peleado. Un pueblo mucho más responsable, unido, capaz, justo y entregado que aquellos que quieren merecer representarlo.

Y ahora, ¿que más puedo hacer por mi y por todo esto? Me dije…

Curarme para sumar, para empujar y animar, para cuidar del que me pida la vida cuidar.

Así que en mi mano, en este momento, solo hay dos cosas… pelear cada minuto y recordarle a cada rato a mi mujer y a mis hijos que sin ellos mi vida es solo la mitad de una pequeña parte.