Vinicius hace líder al Madrid

Demostraron ser dos equipos decadentes, pero mucho menos el Madrid, que pudo agarrarse a Vinicius, importante ya, y al estadio, que aupó a un equipo solo solidario hacia el imposible del gol. Al otro lado, un Barcelona terrible, desgastada su filosofía en los esquemas tristes de Setién, al ritmo impuesto por un Messi que camina.

El Barcelona salió con un 4-4-2 (el 10 y Griezmann al final de un imposible juego parsimonioso) y un largo minuto inicial de posesión-declaración.

El Madrid con Isco de norte de la brújula y la intención de salir con mucha velocidad, dos propósitos algo contradictorios.

El Madrid quiso encontrar una claridad inicial por Marcelo y en el minuto 6 logro un tiro fuera y flojo de Benzema. El juego blanco combinaba momentos de buena presión (Kroos sobre Busquets), intentos de rapidez y un ataque estático animoso pero predecible. Benzema bajaba a apoyar y el juego balanceaba a la izquierda donde Vinicius y Marcelo acababan reenviando la cuestión de nuevo al otro lado. En el 15, Kroos tuvo otro chut alto y flojo.

El Madrid llevaba tres partidos sin hacerle un gol al Barcelona y la cuestión era quién y cómo sería capaz de la proeza. Había en los primeros minutos mucha dependencia de lo que Isco hiciera aquí y allá.

El Barcelona, tras su largo toque del principio, no terminaba de aparecer. Messi estaba perdido arriba y se echaba en falta la labor señaladora del 9. Así que tocaba muy lentamente, un toque caminado al ritmo de Messi, tan previsible o más que el del Madrid, que aprovechaba para contragolpear de una manera frustrante. En el 21, Marcelo tuvo quizás su ocasión más clara en la primera parte en un acercamiento que no supo sustanciar en pase, y el Barcelona le respondió de inmediato con una gran ocasión de Griezmann. Ahí apareció ya Messi en la corona del área .

Si un equipo se desmelenaba, el otro respondía, de modo que un pánico a la destrucción mutua asegurada impregnó el juego de cierto conservadurismo.

Aunque, en realidad, ¿había tanto que temer? Las contras del Madrid nacían de descensos a la media de Benzema, de modo que nadie acudiría al remate. El Barça respondía con sesiones atorrantes de toque caminado, una forma de jogging senil.

En el Madrid el único que realmente desbordaba era Valverde echando balones a correr por su banda. Tenía sentido porque Valverde era la única novedad respecto al año pasado. Era lo mismo más él.

En el 29 hubo otro chut alto de Kroos. Lo máximo que sacaba el Madrid eran ensayos de rugby.

En el 30 el Barça hizo su primera combinación completa, de área a área, en una jugada, quizás la mejor, iniciada por Arthur y terminada por Messi en tiro flojo.

Eran dos equipos cansados, agotados tras años de mutuo desgaste (se percibían de fondo ecos infinitos de «procesismo», de respuesta constitucionalista, de bucles eternizados, de espirales de florentinismo y cruyffismo reducidas a lejana caricatura…)

En el 33, el Madrid inició su política de centros, con el resultado acostumbrado, y al minuto fue Arthur el que llegó solo ante Courtois. El Madrid tenía intentos de contra, suspiros vertiginosos de Vinicius que se quedaban en eso, pero las ocasiones reales eran culés. En el 38, Messi, tras pase de Busquets, se quedó solo ante Courtois, que paró bien. Tres ocasiones claras y de área: Griezmann, Arthur y Messi.

El ataque del Madrid iba previsible de banda a banda, un balance como de pionero del oro que mueve ladeando la bandeja para filtrar el agua en busca de la pepita. Así atacaba el Madrid, cerniendo lentamente de lado a lado un juego oscuro sobre el eje herrumbroso de Benzema esperando un no sé qué.

Y si el Barça llegaba peligroso y romo por Semedo, el Madrid respondía con Vinicius en un desafío de despropósitos.

Lo más amenazante antes del descanso era el sonido del helicóptero. Si cansino era el Madrid, tanto o más lo era el Barcelona. Un toque lentísimo observado por Setién desde la banda con aire tranquilo de doctrinario de ateneo, sin el nervio ni la tensión egocéntrica y maniática de un Guardiola. Eran dos equipos difícilmente soportables.

La segunda parte siguió con el mismo argumento solo unos minutos. Los dos equipos arrastraban aún sus obsesiones y limitaciones con una mezcla de lentitud y prudencia.

Y la pregunta seguía en el aire del Bernabéu: ¿quién y cómo le metería un gol al Barcelona? Todas las contras morían en la baldosa aciaga en que a Vinicius se le apagan las luces. ¡Pero es que allí llevaba muy cuco el juego Benzema!

Pero en el Madrid empezó a pulsarse la tecla del ardor cuando Isco, el mejor en bastante tiempo, hizo lucirse a Stegen (minuto 55). El Bernabéu quería ponerse a jugar, quería meter el gol. Esto le dio al Madrid un ramalazo de convencimiento, de amenaza. Mayor verosimilitud. Se buscaba siempre a Vinicius, que estiraba el arco del ataque, y pugnaban mucho, en símbolo de pareja decadencia, Marcelo y Messi. Ahí el Madrid dio un paso firme hacia el partido, sin muchas virtudes, pero con alguna. Nada había enfrente, nada en el comatoso Barcelona, el peor que se ha visto en el Bernabéu en muchos años. Sin la solidez de Valverde, y sin atisbo ya de sus escalones, diagonales, triangulaciones, todo aquello que daba profundidad a su toque.

En el 60, Isco, rematador de centros, hizo lucirse a Stegen. Esto hizo bullir al Bernabéu. En ese estirarse imposible de Isco, 9 chiquitito, había algo agónico y muy madridista que el estadio reconoció. Poco después, en el 62, Benzema voleó fuera pero ya con otra prestancia. Ese Madrid un poco disminuido, lleno de taras, estaba luchando por la liga con un cabeceador bajito, un delantero sin gol, un extremo sin claridad, y un lateral largo sin reprís. Ramos se metía también a delantero. El Madrid aparecía con su viejo carácter, como un general anciano sobre el caballo del Bernabéu.

Se presionaba a Mateu Lahoz, convertido Vinicius en pidepenaltis y, por la vía del victimismo, de la queja, en nueva voz del Madrid.

Ausente el Barça, Setién cambió a Vidal por Braithwaite, que inmediatamente estuvo a punto de marcar y, en ese momento, quedó contestada la pregunta: el gol se lo marcaría Piqué, rechazando un tiro de Vinicius, que es un extremo necesario y vibrante por su insistencia y que todo lo consigue sobre el rival, chutando al otro, como en una carambola de fútbol.

El partido lo sintió ganado el estadio cuando, en nuevo duelo, Marcelo le ganó en velocidad a Messi en el momento en que se iba solo a por Courtois. E igual que hace Ramos, se fue Piqué al ataque llevando el pendón azulgransa, pero el Madrid estaba conectado a la grada, febril con todas sus carencias.

Vinicius pudo marcar el segundo con Stegen vencido, pero no había un rival al que tirarle. Quizás sí se parezca un poco a Robinho, pero al que contribuyó a ganar aquella segunda liga de Capello.

La noche del Madrid acabó redonda con el gol final, nada más entrar, del reencontrado Mariano, ¡zidanada feliz!

Se notó que el Madrid tocó una tecla clásica de sí mismo porque al final la gente cantó el himno de siempre, el del Madrí de toda la vida. Había sonado el cornetín menor de cuando gana las Ligas. Equipos limitados, pero con un propósito. Veteranos junto a un par de jóvenes. Suficiente para una dominación nacional.