Consideraciones sobre el trabajo humano

La expresión trabajo humano sirve, no sólo para distinguir entre el trabajo de la máquina o del animal y del hombre, sino también para destacar su carácter de acto humano, realizado con libertad y con responsabilidad. El trabajo humano es una actividad transformadora realizada, de modo personal, por seres humanos. Parece fácil, por tanto, entender en qué consiste: es una actividad humana –con una cierta dosis de originalidad, de iniciativa, de creatividad- y su resultado o producto –material o inmaterial- es la modificación de algo.

Otro aspecto destacable es la libertad. El ser humano es libre. La libertad permite al ser humano elegir entre vínculos; decidirse por los compromisos que más le mejoren; obrar el bien. Y, además, puede abusar de su libertad eligiendo el mal. Esto “no es libertad, ni parte de libertad, pero es signo de ser libre” (Santo Tomás). Sólo siendo libre –y, por tanto, responsable- se puede hablar de trabajo humano. En otras palabras, es humano el trabajo realizado por seres libres. Es un trabajo hecho con libertad personal al servicio de otros seres libres. Esta libertad considerada como capacidad de servicio llevará consigo, al ser el trabajo potenciador de los recursos humanos, que también el trabajo sea promotor de libertad humana.

Es propio de seres libres y responsables perseguir objetivos o fines adecuados. Por eso, la primera característica del trabajo humano consiste en ser realizado con algunas finalidades: debe ser un trabajo hecho con intencionalidad. Con el trabajo humano se puede conseguir: el desarrollo de las propias capacidades humanas; la modificación perfectiva de las cosas; el servicio –mediato o inmediato- a otras personas. Por tanto, el trabajo humano, en su inmensa variedad, implica siempre ejercicio de las capacidades humanas para comunicar a las cosas mayor utilidad y valor en función del servicio a otros seres humanos –y, en general, a la sociedad.

El trabajo humano supone el ejercicio de algunas capacidades humanas, y al ejercitarlas las desarrolla. En el trabajo se da una relación del ser humano con las cosas, haciéndolas útiles para que puedan servir. El trabajo es, en último término, un servicio. Y, desde una perspectiva cristiana, en ocasión y medio de santificación propia y ajena.

Sin embargo, la forma de trabajar de algunas personas hace increíble la posibilidad de desarrollar intencionalmente, mediante el propio trabajo, algunas capacidades humanas. Con frecuencia, no obstante, nos encontramos personas que trabajan bien, o al menos se esfuerzan por hacerlo, poniendo en práctica –en la terminación de la tarea- algunas virtudes humanas: la tenacidad, el orden, el optimismo, la lealtad, la fortaleza, la sobriedad, la justicia, la generosidad, etc. Estas y otras virtudes humanas son susceptibles de ser desarrolladas en el ámbito de cualquier trabajo precisamente, por el hecho de ser trabajo humano. Del mismo modo, pueden desarrollarse la capacidad de autodominio –que llevará a un trabajo bien hecho- y la capacidad de servicio: dos dimensiones de nuestra libertad en desarrollo. Pudieran mencionarse otras capacidades humanas, especialmente relacionadas con el amor y la libertad pero, las veremos en otros artículos, al estudiar la relación del trabajo y la libertad, del trabajo y el amor.

La actitud cualifica el trabajo. Esta actitud debe concretarse en detalles de servicio a los demás –y, en general, del servicio social-. Pero no se trata de prestar cualquier servicio, mediante el trabajo, sino el mejor servicio. Esto puede entenderse en dos sentidos: como un servicio de mejora; o como un servicio cada vez mejor.

En cuanto servicio de mejora significa respeto al destinatario de mi trabajo: no perjudicar con un servicio mal entendido; beneficiar con un servicio pensado en función de la mejora personal ajena –directa o indirectamente-. Por ello, necesito preguntarme: ¿hasta qué punto mi trabajo servirá para mejorar a otros? En las distintas fases de una elección profesional, este puede ser un criterio.

En cuanto a un servicio cada vez mejor, supone en quien lo realiza una insatisfacción positiva del nivel alcanzado en relación con la propia “aptitud y actitud de mejora”. Esta actitud y esa insatisfacción –ambas en función de un mejor servicio, no de un lucimiento personal- serán, además, una especie de vacuna contra el aburguesamiento profesional.