La ley moral

Ley es una ordenación de la razón encaminada al bien común y promulgada por el que tiene a su cargo el cuidado de la sociedad (Sto. Tomás). Se dice que es una ordenación porque pone orden en las costumbres. Y el orden no es otra cosa que la recta disposición de las cosas y las personas al fin que les es propio. Nuestras acciones son buenas o malas según se ajusten o no a la Ley.

La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Prescribe al hombre los caminos y las reglas de conducta que llevan a la felicidad prometida, y prohíbe los caminos que apartan de Dios. La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de todo hombre, consiste en una participación de la sabiduría y bondad de Dios, y expresa el sentido moral originario, que permite al hombre discernir el bien y el mal, mediante la razón. La ley natural es universal e inmutable, y pone la base de los deberes y derechos fundamentales de la persona, de la comunidad humana y de la misma ley civil. A causa del pecado, no todos, ni siempre, son capaces de percibir en modo inmediato y con igual claridad la ley natural.

La Ley antigua constituye la primera etapa de la Ley revelada. Expresa muchas verdades naturalmente accesibles a la razón, que se encuentran afirmadas y convalidadas en las Alianzas de la salvación. Sus prescripciones morales, recogidas en los Mandamientos del Decálogo, ponen la base de la vocación del hombre, prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo e indican lo que es esencial.

La Ley antigua permite conocer muchas verdades accesibles a la razón, señala lo que se sebe o no se debe hacer, y sobre todo, como un sabio pedagogo, prepara y dispone a la conversión y a la acogida del Evangelio. Sin embargo, aun siendo santa, espiritual y buena, la Ley antigua es todavía imperfecta, porque no da por sí misma la fuerza y la gracia del Espíritu para observarla.

La nueva Ley o Ley evangélica, proclamada y realizada por Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, es la plenitud y el cumplimiento de la ley divina, natural y revelada. Se resume en el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, y de amarnos como Jesús nos ha amado. Es también una realidad grabada en el interior del hombre: la gracia del Espíritu Santo, que hace posible tal amor. Es “la ley de la libertad” (St 1, 25), porque lleva a actuar espontáneamente bajo el impulso de la caridad.

La Ley nueva se encuentra en toda la vida y la predicación de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y en la catequesis moral de los Apóstoles; el Sermón de la Montaña es su principal expresión.

El objeto de la Ley es todo lo que la Ley manda o prohíbe. Sólo puede ser objeto de la Ley lo que conviene al bien común, en conformidad con los principios inmutables de la ley divina y eterna que es la voluntad de Dios. El legislador humano, quienes quieran que sean, no pueden ordenar nada en contra de lo que manda Dios, Legislador Supremo, porque nadie tiene autoridad contra Dios, puesto que, en último caso, la que ejerce le viene de Él.

Si una ley humana ordena algo contra Dios o su Ley, no es verdadera Ley, y por consiguiente, nadie está obligado a cumplirla. Muy al contrario, puesto que hay obligación de obedecer a Dios antes que a los hombres, no se debe cumplir de la ley en cuestión nada de cuanto ordene contra el mandamiento divino, aunque se corra el riesgo de perder la vida. La Ley divina nunca manda cosas malas, pero en ocasiones puede exigir actos heroicos. Así lo han entendido y lo siguen entendiendo los mártires que sellaron y sellan con su sangre las normas de la Ley de Dios.