El pecado II

Hay tres causas o fuentes de pecado a los que llamamos los enemigos del alma y son: el mundo, el demonio y la carne. 1.- El mundo está integrado por todo aquello que nos atrae aquí en la tierra y nos quiere apartar de nuestro fin natural que es Dios. Parte importante son aquellos que seducidos por el mundo nos quieren arrastrar tras ellos con su modo de vida, sus palabras y atracciones que pervierten el fin de nuestra existencia. Dios nos creó por Amor para que fuéramos felices en la tierra creciendo y desarrollando nuestra capacidad para el amor y luego, para siempre, en el Cielo porque Él es Amor. 2.- El demonio que nos incita al mal con toda clase de tentaciones. 3.-La carne, nuestro cuerpo, que con sus pasiones y malas inclinaciones nos lleva al pecado. El es nuestro mas próximo enemigo y el más difícil de vencer.

Tenemos responsabilidad en los pecados de los otros cuando cooperamos culpablemente a que se cometan. Ya sea por acción o por omisión. De ahí, que tengamos que hacer todo lo posible, dentro del respeto a la legitima libertad de los demás, para evitar que se ofenda a Dios y se haga daño a otras personas, especialmente si son niños o personas en situación de debilidad o indefensión.

Las estructuras de pecado son situaciones sociales o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales. También hemos de procurar que dejen de existir estas estructuras que facilitan la destrucción personal y moral de nuestro prójimo y combatir con la palabra, la ayuda, la ley y el ejemplo de vida esas instituciones que manipulan a las personas aprovechándose de las necesidades de unos y las debilidades de otros.

El pecado prolifera en nosotros pues uno lleva a otro, y su repetición genera el vicio. Los vicios, como contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la conciencia e inclinan al mal. Las pasiones y los pecados personales repetidos fomentan la inclinación a cometer más unos pecados que otros. Estas tendencias principales se llaman vicios capitales, o también, pecados capitales. Los vicios pueden ser referidos a los siete pecados llamados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. El pecado cometido será grave o leve según la materia y demás circunstancias. Pero, por su naturaleza, los pecados causados por los vicios capitales son graves.

A los siete vicios capitales se oponen siete virtudes, llamadas también capitales, que se convierten en hábitos que fortalecen al hombre y le facilitan su obrar de acuerdo a la ley de Dios. Las siete virtudes o fortalezas capitales son: contra soberbia, humildad; contra avaricia, generosidad; contra lujuria, castidad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, caridad; contra pereza, diligencia.

Los Consejos evangélicos son medios especiales de perfección que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios propone a todos, y que viven de un modo especial las almas escogidas que responden a Su llamada. Estos consejos los podemos resumir en tres: pobreza voluntaria, perpetua castidad y obediencia perfecta. Precisamente los tres votos de pobreza, castidad y obediencia son el fundamento del estado religioso, cuyos miembros suelen llevar vida en común. Se obligan ordinariamente por voto a practicar con esmero estas tres virtudes. También hay multitud de seglares que se comprometen con el Señor a vivir los Consejos evangélicos.

El pecado original se borra por medio del Bautismo, y lo mismo todos los pecados personales cometidos antes de recibir este Sacramento. Los pecados mortales cometidos después del Bautismo se borran por medio de una buena confesión; y, si no es posible, haciendo un acto de contrición perfecta, con el propósito de confesarse cuanto antes.

Los pecados veniales cometidos después del Bautismo se pueden borrar de varias maneras: con la confesión, con una fervorosa comunión, con actos de amor a Dios, actos de contrición, obras de caridad, con agua bendita, el Padrenuestro u otras oraciones etc.

La misericordia de Dios, su amor por los hombres, realizó la obra de la Redención a través del nacimiento, pasión y muerte de su Hijo Jesús y después nos dejó los Sacramentos del Bautismo y del Perdón para que pudiéramos recobrar su amistad y sentir así, de nuevo, el calor de su Amor.