Educar en la Fe XIII: El Sacramento del Matrimonio II

El matrimonio no es obligatorio para todos, pues Dios llama a algunos hombres y mujeres a seguir a Jesús por el camino de la virginidad. Estas personas renuncian al gran bien del matrimonio para ocuparse de las cosas del Señor, se dedican a servir a Dios y al prójimo con corazón indiviso, y constituyen un signo de los bienes del cielo. Sin embargo, la mayor parte de los hombres viven su vida cristiana dentro del matrimonio.

El matrimonio es fue instituido por Dios en el paraíso terrenal cuando dio le dio a Adán una compañera, Eva, diciéndoles:”Creced y multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1, 28). Y luego Jesús lo elevó a la dignidad de sacramento para santificar la unión del hombre con la mujer. El matrimonio es una alianza entre un hombre y una mujer para los fines del matrimonio, y es también un sacramento que concede a los esposos la gracia del Espíritu Santo para que se amen mutuamente, eduquen a los hijos que Dios les conceda, y cumplan con fidelidad los deberes matrimoniales.

Dado que el matrimonio constituye a los cónyuges en un estado de vida en la Iglesia, su celebración debe ser pública; de ahí que sea necesaria la presencia del sacerdote y de otros testigos.

El consentimiento matrimonial es la voluntad expresada por un hombre y una mujer, de entregarse mutua y definitivamente, con el fin de vivir una alianza de amor fiel y abierto a la vida. Y puesto que el consentimiento hace el matrimonio, resulta indispensable e insustituible. Ahora bien, para que el matrimonio sea válido, el consentimiento de ambos esposos debe tener como objeto las exigencias del verdadero amor: la unidad, la indisolubilidad y la apertura a la vida; debe asimismo ser un acto humano, consciente y libre, no determinado por la violencia o la coacción.

Por su misma naturaleza el matrimonio está ordenado por Dios al bien de los mismos esposos, es decir, a que se amen y ayuden mutuamente; y a la generación y educación de los hijos.

En este sacramento los ministros son los mismos contrayentes. La entrega mutua constituye la materia y la forma son las palabras que los dos esposos dicen para manifestar que aceptan mutuamente la entrega. El sacerdote simplemente es el testigo de la Iglesia para acreditar el carácter público y eclesial del matrimonio. La presencia del sacerdote es exigida para la validez del sacramento

El matrimonio cristiano es uno, es decir, trato no puede hacerse más que entre un solo hombre y una sola mujer. Es indisoluble y no puede romperse sino con la muerte de uno de los dos cónyuges, según las palabras de Jesús “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. (Mt. XIX, 6). Entre bautizados, el matrimonio verdadero y legítimo siempre es sacramento. No se puede separar el contrato matrimonial del sacramento, por consiguiente fuera del sacramento no puede haber matrimonio válido para la Iglesia.