Las virtudes I

La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien. Dicho de otra manera y breve es un hábito de obrar bien “El fin de la vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios” (S. Gregorio de Nisa). La virtud es la tendencia o disposición permanente y constante de la voluntad a producir actos buenos y virtuosos.»Disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia, la belleza y el amor». Hay virtudes humanas y virtudes teologales. Conviene distinguir bien entre virtud y acto de la virtud, pues un acto virtuoso no siempre supone la existencia de la virtud en el que lo ejecuta, porque puede ser un acto aislado; como también puede suceder que una persona posea una virtud y no tenga ocasión de ejercitarla y producir actos.

Hemos de distinguir entre virtudes, valores y competencias:

«Un valor es una cualidad de un sujeto u objeto. Valores tales como: honestidad, lealtad, identidad cultural, respeto, responsabilidad, solidaridad, amor, tolerancia, sinceridad , agradecimiento, laboriosidad, sociabilidad etc., son fundamentales para convivir pacíficamente en la sociedad. Los valores desarrollan virtudes pero, no son virtudes».

«Las competencias «suponen una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones, y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz». Se contemplan, pues, como conocimiento en la práctica, es decir, un conocimiento adquirido a través de la participación activa en prácticas sociales y, como tales, se pueden desarrollar tanto en el contexto educativo formal, a través del currículo, como en los contextos educativos no formales e informales. Las competencias, por tanto, se pueden definir como «saber hacer». En definitiva, si funcionan bien, acaban convirtiendose en virtudes.

Las virtudes humanas son perfecciones habituales y estables del entendimiento y de la voluntad, que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta en conformidad con la razón y la fe. Adquiridas y fortalecidas por medio de actos moralmente buenos y reiterados, son purificadas y elevadas por la gracia divina.

Las virtudes se dividen, por su fin: en naturales y sobrenaturales; y por su origen: en infusas y adquiridas. Las virtudes sobrenaturales pueden ser, por su objeto: teologales y morales, y por su grado o intensidad: comunes y heroicas.

Las virtudes infusas son las que Dios infunde en un alma por medio del Bautismo y demás Sacramentos, sin que haya cooperación de parte nuestra. Algunas son totalmente sobrenaturales, porque no podemos adquirirlas por medio de nuestros actos. Otras son en cuanto al modo, por habérnoslas infundido Dios “de hecho”, aunque pudiéramos adquirirlas con actos repetidos. Son infusas las virtudes teologales y algunas morales. Las virtudes adquiridas son las que el hombre alcanza poco a poco por la repetición de actos virtuosos y a fuerza de vencerse a sí mismo. Si la gracia de Dios ayuda esos esfuerzos se producen actos de virtud sobrenaturales.

Las virtudes morales tienen por objeto inmediato y directo el bien y ordenan nuestras acciones morales conforme a la razón y a la ley de Dios. Estas virtudes son numerosas, pero descuellan cuatro principales que llamamos cardinales, porque son el fundamento de toda la moral cristiana y en torno de ellas se agrupan todas las demás. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. La palabra cardinal viene del latín: cardo, quicio o gozne; se llaman así estas virtudes porque son como quicios en torno a los cuales giran las demás virtudes morales.

La prudencia dispone la razón a discernir, en cada circunstancia, nuestro verdadero bien y a elegir los medios adecuados para realizarlo. Es guía de las demás virtudes, indicándoles su regla y medida. La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que les es debido. La justicia para con Dios se llama “virtud de la religión”. La fortaleza asegura la firmeza en las dificultades y la constancia en la búsqueda del bien, llegando incluso a la capacidad de aceptar el eventual sacrificio de la propia vida por una causa justa. La templanza modera la atracción de los placeres, asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.

Entre las virtudes morales más importantes figuran: la religión, la penitencia, la humildad, la obediencia, la mansedumbre, la generosidad, la sobriedad, la castidad, el celo para el bien y la abnegación para cumplir los deberes de estado.

Virtudes comunes son las que se poseen en grado común o corriente entre los cristianos. Cuando una virtud descuella muy por encima de lo ordinario se dice que es heroica. Todas las virtudes pueden conservarse y acrecentarse con la oración, la frecuencia de los santos sacramentos y la repetición de actos.