Padre Llanos: el confesor de Franco que se unió al Partido Comunista

Asombra lo difícil que es hallar los orígenes de un barrio tan castizo como el madrileño Pozo del Tío Raimundo. Una buena parte de las crónicas (recogidas por el estudioso Constancio de Castro) fechan su alumbramiento en 1925 de la mano de un asturiano que tuvo la feliz idea de levantar una vaquería al sur de la capital. Aquella fue la primera piedra de otras tantas. El siguiente edificio fue, haciendo honor al carácter español, una taberna. Antes de la Guerra Civil un emigrante andaluz ávido de trabajo empezó a construir el tercero. No obstante, el nombre final de esta barriada no proviene de ninguno de ellos, sino de un buen hombre llamado Raimundo que estableció en la zona un abrevadero para que bebieran las bestias.

Parece que la construcción artesanal de estas edificaciones se convirtió en tendencia, pues el Pozo del Tío Raimundo pronto se transformó en un foco de inmigración nacional. Un barrio al que acudían manchegos, andaluces y extremeños en busca de un porvenir y en el que el empezaron a multiplicarse las chabolas. Viviendas sin luz ni agua alzadas a la carrera durante la noche para evitar problemas con las autoridades. La mayor proliferación se sucedió en los años 50 a golpe de población asociada tradicionalmente a la izquierda. La falta de recursos les obligaba a ello, pues el Ayuntamiento no podía sufragarles un hogar en el que residir debido a la falta de liquidez.

Esta barriada, llena de pobreza y necesitada de ayuda, fue la que eligió el padre José María Llanos -sacerdote, jesuita, falangista y hasta confesor del mismo Francisco Franco– para residir allá por 1955. Aunque no porque le gustara, sino porque entendió que sus habitantes necesitaban el sustento espiritual (y material) que él podía entregarles. Madrileño de nacimiento, este cura tuvo los arrestos de plantarse con otros tantos compañeros en el Pozo del Tío Raimundo el 24 de septiembre. Aquella jornada inició la construcción de su propia chabola. La misma desde la que empezó una labor evangelizadora y comenzó a trabajar por y para aquellas personas. Años después la zona le cambió, pues acabó sus días con un carnet del Partido Comunista en el bolsillo y alzando el puño ante 60.000 personas en un mitin que el mismo grupo llevó a cabo en 1977.

Entre dos mundos

Llanos -héroe para algunos, viejo cascarrabias con ansias de redimirse para otros- llegó al Pozo del Tío Raimundo en un coche conducido por José María, el padre de Alberto Ruíz Gallardón. Así lo afirma Jesús Sordo Medina en su dossier «El padre Llanos y el Pozo del Tío Raimundo». Al arribar a la zona, el sacerdote se unió a otros tres seminaristas: Pedro Borrejón, Fernando Elena y Pepe Jiménez de Parga. «Su misión, como la de otros sacerdotes de base, no era otra que la de llevar la actividad de apostolado a los barrios de la periferia donde el movimiento obrero se estaba organizando», añade el autor. Franco no podía estar más en concordia con ello, pues le permitía «evangelizar» la barriada. Y todo, gracias a la buena voluntad de nuestro protagonista.

Pronto, en menos de cinco años, al lado de la chabola de Llanos ya se había construido una capilla y una residencia que incluía guarderías, colegio, bar y hasta escuelas profesionales. Desde allí, el sacerdote organizaba a las partidas de voluntarios que llegaban a la zona para seguir su estela y mejorar la vida de aquellas gentes. Todos ellos fueron testigos de su labor y, a la postre, la han narrado en los diferentes medios de comunicación. Un ejemplo claro es el de José María Álvarez del Manzano, el futuro alcalde de Madrid, quien desveló en ABC las desventuras del sacerdote y de todos aquellos que acudían al Pozo del Tío Raimundo sin mucho más que sus ganas de ayudar.

ABC
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Según explicaba Álvarez del Manzano en las páginas de este diario, él y tantos otros se trasladaban hasta el barrio cuando terminaban las clases en la Universidad para colaborar en la construcción de casas. «Los que procedíamos de estudios universitarios de Humanidades, alejados, por tanto, de la técnica, no éramos demasiado diestros […] y por eso nos encomendaban labores de escasa relevancia técnica. Es decir trabajábamos de lo que entonces se denominaban peones de la construcción. Acarreábamos el material, lo transportábamos en carretillas y mezclábamos -no demasiado bien- el cemento y la arena», añadía.

A la postre, Llanos organizó su obra social a través de la Fundación Santa María del Pozo, cuyos objetivos consistían (según Sordo Medina) en «promocionar el desarrollo social y cultural en el barrio». El foco de sus esfuerzos pronto se centró en los obreros que llegaban a Madrid desde otras comunidades y que carecían de estudios para trabajar en la capital. «Entre sus funciones principales estaba la de formar a los trabajadores en diversos oficios para optar a empleos cualificados», añade el autor. A su vez, tanto él como sus compañeros jesuitas se convirtieron en gestores de empleo capaces de poner en contacto a los obreros con las empresas ávidas de mano de obra. A otros, simplemente, les ayudaba a emigrar hacia otros países.

«¿Por qué lo ha hecho?»

Más pronto que tarde, Llanos empezó a trabajar en varias asociaciones de vecinos con tendencias de izquierdas. A su vez, no dudó en colaborar en la constitución de Comisiones Obreras. Así, poco a poco, y como él mismo recordó, «quien había ido allí a ser un vecino más se fue convirtiendo en el padre o el cura del barrio». Su implicación le llevó a ser uno de los líderes sociales de la zona. Se alejó de falange, de las ideas franquistas y se imbuyó del sentimiento que había en la barriada. «Llanos llegó al Pozo en 1955 para redimir a los trabajadores. Pero fueron los trabajadores los que le redimieron a él», recordaba, años después, un vecino de la zona.

Tan rápido como inició este camino se decidió a militar en Comisiones Obreras y en el Partido Comunista. «Tan de lleno se metió en la forma de vida de aquellas gentes, tan faltas de todo y necesitadas de tanto, que poco a poco fue transcendiendo en la sociedad madrileña y española el rumor de que el Padre Llanos era comunista. Y así fue en realidad, sin abandonar su espíritu cristiano compartía, como uno más, las penurias de aquellas gentes en verdadero espíritu comunitario. Llegó incluso a hacerse con un carnet del Partido Comunista, pero sin renunciar a ninguno de los principios esenciales del Evangelio, que nadie mejor que él supo interpretar», explicaba en ABC Álvarez del Manzano.

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Su particular cambio quedó patente a finales de mayo de 1977, cuando participó en un mitin organizado por el recién legalizado Partido Comunista de España. Una instantánea le inmortalizó con el puño en alto ante más de 60.000 personas en el campo de fútbol de Vallecas. «Pero, padre Llanos, ¿cómo se le ha ocurrido levantar el puño? ¡No lo debería haber hecho!», le espetó uno de sus colabores. La explicación de por qué decidió hacer aquello la ofreció años después su amigo, el teólogo José María Díez-Alegría: «La foto famosa fue un impulso. No éramos antimarxistas, pero tampoco marxistas. Nos tomábamos en serio el marxismo. La crítica que hace Marx al capital es válida, pero nada más. Y si Llanos se hizo el carné del PC fue para convencer a la vecindad de que realmente estaba encarnado con ellos. Pero también rezaba el rosario todos los días por las calles».

El padre Llanos falleció el 10 de febrero de 1992 en Alcalá de Henares. Y lo hizo con sus ideas intactas, como bien recordó ABC en su esquela: «Ingresó en Comisiones Obreras y en el PCE, partido que nunca abandonó y del que fue elegido en 1984 miembro de honor del Comité Central y reelegido en 1988. En 1975 se jubiló como sacerdote, aunque no abandonó su actividad sacerdotal». Unió, como bien señaló el jesuita Pedro Miguel Lamet en una charla ofrecida en 2013 sobre este personaje, dos mundos: «Le querían tanto Fraga como Carrillo; se sabe que Franco le tuvo en una lista de intocables y en su entierro se unió el rosario y la Internacional».