Así se gestó el mensaje del Rey

El último acto amable del Rey en Cataluña se celebró el 25 de julio de 2017. Ese día se conmemoraba el aniversario de Barcelona 92 y tanto Carles Puigdemont como Ada Colau posaron sonrientes junto a un Don Felipe que aprovechaba la efeméride para poner en valor lo que «podemos conseguir juntos». Pero todo era una farsa.

Justo al día siguiente las autoridades catalanas pusieron en marcha su golpe de Estado contra la democracia. El primer paso fue modificar el reglamento del Parlamento para poder aprobar las llamadas «leyes de desconexión» en unas pocas horas y sin debate. La idea era hacerlo a la vuelta del verano ignorando la suspensión de la reforma ordenada por el Tribunal Constitucional. Según los planes de un ingenuo Puigdemont, la próxima vez que el Rey volviera a Cataluña, esta región española ya sería una república independiente.

No se imaginaba ni de lejos hasta dónde estaban dispuestos a llegar un Estado de 500 años y un Rey que había jurado dos veces «guardar y hacer guardar» la Constitución. En aquel momento, Zarzuela ya tenía previstos todos los escenarios y preparaba las respuestas, que irían de menos a más, dependiendo de la gravedad de los acontecimientos en esta batalla de traiciones y deslealtades.

Ese verano, además, ocurrió un hecho inesperado con el que no contaba nadie: los atentados de Barcelona y Cambrils, en los que perdieron la vida 16 personas. Don Felipe y Doña Letizia suspendieron  sus vacaciones y se trasladaron a Cataluña para visitar a los heridos en los hospitales, rendir homenaje a las víctimas, llevar la solidaridad de todos los españoles y decir a Barcelona que no estaba «sola ni nunca lo estará». Con sus gestos y palabras, el Rey –símbolo de España y garante de la Constitución– abría un hueco afectivo en el pueblo catalán que las autoridades separatistas se precipitaron a contrarrestar.

El primer aviso de la Generalitat consistió en acusar a la Casa del Rey de haber violado la intimidad de los niños y adolescentes que aparecían en las imágenes de la visita de los Reyes a los hospitales. Pero pincharon en hueso, porque Zarzuela contaba con un triple permiso para difundir las fotos: del hospital, del paciente y, cuando eran menores de edad, de su familia. El segundo aviso fue la encerrona que montaron a Don Felipe, el Rey que iba a llevar apoyo y solidaridad, en la manifestación contra el terrorismo.

Don Felipe pasó los últimos días del verano hablando discretamente con el presidente del Gobierno, con representantes de las instituciones y de partidos políticos y con otras personas cuyo criterio valora especialmente. Según fuentes parlamentarias, Don Felipe medía los apoyos de una acción común en defensa de la legalidad. «Nada de lo que ocurre es ajeno al Rey», afirmaban en Zarzuela con su prudencia habitual y sin querer entrar en detalles.

Y lo que ocurría en aquellos días era que la Generalitat se había instalado en la desobediencia a la Justicia, pero tanto el PSOE como Ciudadanos eran contrarios a aplicar el artículo 155 de la Constitución, y el Gobierno de Mariano Rajoy no quería asumir en solitario su aplicación. Los separatistas aprovechaban la división de los constitucionalistas para seguir adelante con su ofensiva.

Al día siguiente de que Don Felipe inaugurara el año judicial en la sede del Tribunal Supremo, el 6 de septiembre, los separatistas volvieron a burlarse de las leyes: convocaron el referéndum ilegal de independencia del 1 de octubre y empezaron a aprobar en el Parlamento sus «leyes de desconexión». Se trataba de un golpe de Estado en toda regla.

El Rey aprovechó el primer acto con discurso a la vuelta del verano –un acto cultural celebrado en la Catedral de Cuenca– para referirse «a la situación que estamos viviendo en Cataluña». Era su primera respuesta a los golpistas: «La Constitución prevalecerá sobre cualquier quiebra de la convivencia en democracia», afirmó y garantizó que «los derechos que pertenecen a todos los españoles serán preservados» «ante quienes se sitúan fuera de la legalidad».

En Cataluña, el separatismo tomaba las calles y trataba de impedir con violencia la operación policial contra el referéndum. Y en el resto de España, el Rey se encontraba con una escena completamente distinta: allá donde iba, cientos de ciudadanos se echaban a la calle con banderas nacionales para recibirle en manifestaciones espontáneas de afecto y adhesión. «Somos España», le corearon en Villablino (León), el pueblo en el que le aguardaba el helicóptero para regresar a La Zarzuela tras visitar Somiedo.

Cuando faltaban dos días para la celebración del referéndum ilegal, el Rey dejó su agenda sin actos oficiales toda la semana para ocuparse de los acontecimientos en Cataluña, aunque el Gobierno seguía asegurando que la consulta ilegal no se iba a celebrar.

Llegó el 1 de octubre, y el Rey vio por televisión, como todos los españoles, que los colegios estaban abiertos, había urnas y papeletas y gente votando, entre ellos Puigdemont, que había utilizado la protección de un túnel para cambiar de coche y burlar a la Policía. Esa noche, el presidente del Gobierno hizo una declaración institucional, alejada de la realidad, que agravó aún más el desánimo colectivo: «Hoy no se ha celebrado un referéndum en Cataluña».

Al día siguiente, Rajoy recibió en su despacho por separado a Sánchez y Rivera, pero no se produjo la deseada foto de la unidad, lo que cayó como un jarro de agua fría sobre el abatido ánimo de los españoles. Y el martes 3 se esfumó la más mínima esperanza cuando el PSOE anunció la reprobación de la vicepresidenta del Gobierno. A esas horas, las redes sociales ya ardían pidiendo la intervención del Rey.

Ese mismo día un alicaído Rajoy acudió a La Zarzuela para mantener el habitual despacho con el Jefe del Estado. Era un despacho ordinario que se celebraba en una situación extraordinaria, y Don Felipe le estaba esperando con unos folios en la mano. El Rey quería dirigirse esa misma noche a los españoles por televisión, y entregó al presidente del Gobierno el texto del mensaje que quería transmitir. Tras leerlo detenidamente, Rajoy asintió; no le cambió ni una coma y lo único que le preguntó fue si no iba a leer alguna parte en catalán, como es costumbre de la Familia Real. Pero, en aquella ocasión, Don Felipe ya había valorado esa opción y tenía muy claro que quería dirigirse exclusivamente en español, aunque el mensaje se tradujo también al catalán y a las demás lenguas cooficiales para colgarlo en la web.

La grabación

En cuanto el presidente del Gobierno salió del despacho del Rey, Zarzuela puso en marcha los preparativos para que un equipo de televisión se desplazara al Palacio a grabar a Don Felipe. Pasadas las seis de la tarde empezó a correrse por toda España la noticia de que el Rey iba a hablar. Aquella noche, bastaron seis minutos de discurso para que Don Felipe borrara de un plumazo la sensación de que había un vacío de poder y, también, para dejar claro a la comunidad internacional que España seguía considerando a Cataluña parte de su territorio. De hecho, el discurso se tradujo inmediatamente al inglés y al francés y se colgó en la página web para que lo pudieran consultar las Embajadas.

Curiosamente, las palabras de aquel Rey serio, severo y enérgico, como no se le había visto nunca antes, devolvieron el ánimo y la esperanza a muchos españoles, y también a muchos catalanes que cinco días después desbordaron por primera vez las calles de Barcelona con banderas españolas y demostraron que hay otra Cataluña posible.