Nadal está a otro nivel

Despachados los dos primeros compromisos ante Bedene y Khachanov con un nivel más que aceptable, Rafael Nadal se multiplicó para triturar en los cuartos de final de Montecarlo a Dominic Thiem, que tiene un nombre ya en el mundo del tenis y al que se le cuelga la etiqueta de heredero en la tierra cuando al balear le dé por dedicarse a la pesca y el golf. Queda, sin embargo, todo un mundo antes de que se produzca el relevo, pues Nadal sigue a un nivel estratosférico y evidenció su hegemonía en el Principado con una victoria de las que asustan. En una hora y siete minutos, el número uno del mundo se impuso por 6-0 y 6-2 y se medirá a Grigor Dimitrov (eliminó a Goffin por 6-4 y 7-6) en las semifinales del sábado. Nadal, no hay duda de ello, está desatado.

Fue una exhibición, una de tantas, pero se le da el valor que merece por venir de donde viene. Nadal ha tenido un primer trimestre complicado, ausente durante demasiadas semanas por la lesión que le obligó a abandonar en Australia. Sin apenas rodaje, se plantó en la tierra con las dudas lógicas de quien se pasa demasiado tiempo sin competir, siendo él además un jugador que necesita más minutos que nadie en la pista. Reapareció a lo grande en la Davis y en Montecarlo confirma que sigue en otra liga. Para colmo, parece que en estos momentos no hay nadie en condiciones de toserle cuando se juega en arcilla, así que se intuye una primavera repleta de mordiscos y portadas.

Para hacerle un rosco a Thiem en 32 minutos en esta superficie hay que hacerlo casi todo perfecto, así que cualquier intento de análisis está de más. Bastó con apreciar la velocidad con la que se movió el mallorquín desde el primer juego, la intensidad que le puso a cada bola, el poderío que ofreció con la derecha y la voracidad con la que atacó a su enemigo cuando le vio acorralado. El austriaco, que necesitó 51 minutos para estrenar su casillero, vivió una pesadilla y se llevó una clase magistral, de las que dejan huella.

Encendido con el sol, que es como a él le gusta jugar, Nadal puso la directa desde el juego inicial (lo ganó en blanco) y asfixió a su enemigo hasta dejarle sin aire, con solo cuatro puntos concedidos al resto en la primera manga y con una sensación de bochorno irremediable. Cuando el español está en ese plan, pensó Thiem, no hay nada que hacer, aunque también es verdad que el centroeuropeo, seguramente por la tunda, fue incapaz de ofrecer una respuesta.

Sangró su revés a una mano, tanto como le pasó a Federer en otros tiempos cuando se medía a Nadal, y cada intercambio largo tenía un desenlace previsible. El líder de la ATP, impulsado por una derecha mortífera, castigó una y otra vez al joven Thiem y le dejó sin habla, recibiendo una derrota que nunca olvidará. Se han enfrentado en siete ocasiones y siempre ha sido en tierra, ganando incluso en dos de esos pulsos el austriaco (Buenos Aires 2016, Roma 2017), pero parece que las diferencias actuales son tremendas.

De Nadal, resultado al margen, se extrae una excelente noticia. Físicamente está perfecto, o eso da a entender en esta semana de alegrías desde Montecarlo. Sin Federer ni Murray de por medio, con Djokovic en el diván buscando una nueva vida y sin ningún joven en plena ebullición, al balear, más allá de ser el mejor en este terreno, se le presenta un escenario idílico en esta gira europea por la arcilla. Es un ciclón.