La corte alquilada de Waterloo

Expresiones felices como «La Corte Republicana del Rey Puigdemont», el rescate de moralejas de cuentos como El rey está desnudo y hasta alusiones a la distorsión de la realidad que sufre un protagonista chusco a la fuga que se cree Napoleón… El ex president de la Generalitat se lo ha puesto fácil a los amantes de los chascarrillos y de los paralelismos ingeniosos al elegir Waterloo como sede de 4.400 euros al mes para instalar su Govern «simbólico».

Pero lo cierto es que Carles Puigdemont cuenta con una infraestructura en Bélgica-«cuyo fin es entre otros ofrecer una imagen triunfal de Cataluña»- en la que participan el mosso que escapó con él, Lluis Escola, y Josep Maria Matamala, el empresario amigo del alma que paga una parte de los gastos…

Y, además, la primera fuerza política belga -el partido Alianza Neo-Flamenca (N-VA)- que dirige tres de los 13 ministerios del país y una vicepresidencia; europarlamentarios de ERC y el PDeCAT, algunos de cuyos asesores y fondos han estado trabajando para la causa aunque ahora hayan pasado a un segundo plano; la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y todo su merchandising, no siempre con las cuentas claras; la embajada catalana en Bélgica, que no está cerrada a pesar del 155; los empresarios que se trasladan hasta Bruselas para realizar su aportación; los llamados Comités de Defensa de la República, dominados por la CUP y reforzados por simpatizantes de ERC y PDeCAT, e incluso particulares que no tienen ningún problema en facilitarle su nombre y su tarjeta de crédito para que escape de todo tipo de control.

Elementos a los que hay que añadir los cuatro ex consellers que siguen a su lado, Antoni Comín, Meritxell Serret, Lluis Puig y Clara Ponsatí; y los dirigentes de JxCat, como Elsa Artadi, hoy candidata a sustituirle al frente de la Generalitat pero considerada lo suficientemente afín a él como para garantizar una gestión política compartida.

Es posible que Puigdemont, con su cabezonería de supuesto president en el exilio, consuma a los independentistas en más o menos disimuladas luchas intestinas. Es posible que no pueda evitar quedarse en una mera astracanada si finalmente es ninguneado por los suyos cuando les alcance la realidad. Pero por ahora tiene a su disposición instrumentos para seguir siendo incómodo. Aunque en su partido se quejen de la falta de una estructura capaz de mantener el ritmo de la tarea que se han arrogado. Y sólo haga falta un momento de fragilidad para que se rompa la torre de cristal.

Toda la ciudad, todo el país y toda Europa saben que está ahí. Y sin embargo, todavía nadie ha visto a Carles Puigdemont en los alrededores de su nueva residencia en la Avenue de l’Avocat en Waterloo. El halo de misterio que acompaña al ex president, y en el que tan cómodo se siente ya, ha llegado a la localidad francófona para sorpresa y poca alegría de sus vecinos. Varios de ellos confirman a Crónica el alquiler de la casa y la presencia del ex president en el barrio, un área residencial alejada del centro y sin apenas comercios.

La vivienda que ocupa Puigdemont desde hace semanas se levanta imponente, algo más grande que el resto y situada frente a una extensa pradera verde que lleva días plagada de periodistas y curiosos a raya por la cadena que disuade a los viandantes de acercarse. La única en el barrio. Aunque esto no es lo que la hace especial. La gran diferencia es que no se trata ya de una vivienda, ni de un escondite como antes, sino de un centro neurálgico para él y los suyos. Por eso la seguridad no se limita ya exclusivamente a Lluis Escolá, el sargento de las vacaciones infinitas. Varias personas más, y al menos dos de ellas con la cara cubierta -el N-VA les ha proporcionado dos guardaespaldas- vigilan constantemente.

El equipo que asesora y protege al líder del PDeCAT está nervioso. Vigilan constantemente, realizan movimientos para detectar posibles seguimientos asesorados por miembros del Cuerpo de Mossos d’Esquadra, empiezan a pensar que todo el mundo puede ser un agente del CNI, y actúan en consecuencia con severidad. Lo denunciaron en las redes sociales varios diputados y miembros del partido el lunes pasado, asegurando que «dos personas en una furgoneta hacían fotos a todos los que entraban» al hotel Husa President y apuntando directamente a la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría, responsable de los servicios secretos. Y en la residencia hacen lo mismo.

La relajación de las primeras jornadas también ha desaparecido en Waterloo. Cuando las cámaras se alejan, todo son amenazas. A primera hora del viernes no hay luces encendidas en la casa, las cortinas permanecen cerradas, no sale humo de la chimenea y sin embargo, a través de una de las ventanas abiertas, se vislumbra cierto trasiego. Ninguna cara conocida.

Sus guardaespaldas

Uno de los guardaespaldas se acerca a preguntar en inglés y con insistencia a los transeúntes frente a la casa si son vecinos, qué hacen allí, qué quieren. No suelta la presa fácilmente, a pesar de que sabe que no hay nada irregular ni tiene derecho a hacerlo.

Vittorio, que vive puerta con puerta con Puigdemont, nos recibe en su casa mientras ojea el periódico. Explica cómo cada día, bien temprano, tres coches abandonan la vivienda: dos negros y uno blanco, mucho más grande y con los cristales tintados. El vecino de Waterloo aventura que en él viaja el ex president y dice que la misma escena se repite, de vuelta a las cocheras, bien entrada la noche.

Más tarde, un coche policial de incógnito aparcará frente a la residencia del ex presidentUn agente desciende del coche, placa en mano, y explica que están llevando a cabo una investigación en el barrio. El policía pregunta a la esposa de Vittorio si ha visto frente a la casa precisamente un «coche grande, blanco, con matrícula de Alemania, y también uno negro». Ambos coinciden con la descripción de la flota del equipo de Puigdemont.

En su nueva ubicación algo ha cambiado. Ya no son habitaciones de hotel, escapadas de fin de semana y sobre todo discreción. Ahora el líder tiene séquito, equipo. Una corte alrededor para todas las tareas. En su exilio Puigdemont ha estado perpetuamente acompañado pero al mismo tiempo, y no sólo en sus caminatas silenciosas por el bosque, bastante solo. Josep Maria Matamala, el empresario millonario al que atribuyen el pago de todos sus gastos, no se despega de él jamás.

Conoció a Puigdemont cuando éste ejercía de periodista y él era concejal de Girona. Puigdemont fue consejero delegado de Incatis, una de sus empresas, antes de entrar en política y Matamala organizaba tres ferias para el Ayuntamiento de Girona -recibía subvenciones para hacerlo- también cuando Puigdemont era alcalde. Fue uno de los primeros en saber que su amigo iba a ser president cuando Mas dio uno de sus «pasos al lado».

Vittorio confirma que ha sido Matamala quien ha firmado el contrato para evitar que Puigdemont deba inscribirse como residente en Waterloo. Fue quien pagó sus primeras noches en el Hotel Chambord de Bruselas y quien llamó airado a la inmobiliaria en cuanto se filtró la dirección de la nueva casa, exigiendo explicaciones. A pesar de que su respaldo económico es real, desde luego no es el único en aportar fondos a la causa y hace más cosas; y también tiene una función política en este entramado.

En enero el president Puigdemont viajó a Copenhague para asistir a un acto que iba a ser de propaganda pero que pasó a ser viral por el rapapolvo que le propinó la catedrática Marlene Wind. En la reserva del billete de Ryanair aparece sólo el nombre del ex president. El correo electrónico y el teléfono que constan entre los datos de la compañía son de Matamala, los mismos que aparecerán en otras cinco ocasiones con destino a Barcelona, a veces a través de Perpiñán.

Sin embargo, curiosamente, quien adquirió el vuelo fue un tal Ramón Oviedo Bussells, un funcionario jubilado del Comisión Europea que suele pasar algunos meses en Bruselas para visitar a su hija y que el resto del año reside en Girona. Ramón Oviedo negó a éste periódico inicialmente que conociese a Matamala o a Puigdemont de forma directa pero finalmente admitió que, «por hacerle un favor a una conocida, una vecina que sí conocía a Matamala», dejó al empresario una tarjeta suya a débito, «no para que comprasen billetes de avión -precisa- sino para que pudieran usarla para ir al supermercado». Había al menos 500 euros de fondo que este jubilado niega haber puesto.

Así, toda contribución a la causa es buena y toda función que realice el empresario, también. Algunas fuentes sostienen que uno de sus objetivos en Bélgica es «difundir la propaganda independentista a través del servicio de comunicación de la llamada Oficina del Gobierno legítimo de Cataluña».

Aparte de Escolá y Matamala, la corte de Puigdemont ha sido errante. Con su familia lejos al menos hasta el verano y amigos que vienen y van continuamente (desde la periodista Pilar Rahola al alcalde de Valls, Albert Batet), con muchos compromisos sociales, cenas y comidas fuera, actos políticos o fracasos sonados como la conmemoración de los 100 días en el exilio, a la que apenas acudieron dos docenas de personas en Lovaina.

En los primeros momentos destacaron en esta estructura de apoyos los eurodiputados Ramon Tremosa (PDeCAT), Jordi Solé y Josep Maria Terricabras (ERC). Fueron bautizados ellos y «los catalanes en el exterior» como «los hombres del presidente Carles Puigdemont en Bélgica». «El dinero que reciben del Parlamento europeo va destinado al independentismo catalán», asegura una fuente consultada que destaca además el peso que algunos de los asistentes principales de los eurodiputados tienen en las tareas organizativas del ex president en Bruselas.

Aleix Sarri y Raquel Correa estuvieron llevando la agenda de Puigdemont, asesorándole, organizando actos y varios viajes con la supervisión de sus jefes. Una tarea que el primero asumió con placer y la segunda con más resignación.

Al filo de la ley

El eurodiputado Tremosa sostenía, en conversación con Crónica, que esa relevancia que se les ha dado a todos ellos es infundada. Que «puede comprobarse por las geolocalizaciones de mi WhatsApp que estoy en mi trabajo durante todo el tiempo» y que «los fines de semana me desplazo a Cataluña para ver a mi familia». Admite que «puntualmente», sus asistentes pueden haber ayudado a Puigdemont a organizar algunos actos pero que ellos pueden hacer lo que consideren conveniente durante el fin de semana y que, de cualquier modo, el ex president contaba desde noviembre con todo un equipo del que Joan Maria Piqué sería el responsable.

Tremosa es consciente de que su actitud pudo generarles serios problemas con la Eurocámara. La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, fue sancionada por usar los recursos y fondos del Parlamento para pagar las nóminas de asistentes que se dedicaban a otras cosas. Y varios grupos españoles pidieron al presidente Antonio Tajani una investigación para ver si los independentistas hacían lo mismo. Así, Piqué y Anna Grabalosa (ex responsable de comunicación de Meritxell Borràs) fueron asumiendo más tareas. Piqué como poli malo, ignorando a los periodistas de medios en español y avisándoles de que su presencia no es bienvenida en según qué encuentros. Y la segunda, de forma más cordial pero igualmente poco resolutiva respecto a los no afines.

En la órbita de la corte bruselense también destaca el nombre de Anna Arque, portavoz de la International Commission of European Citizens, quien se mueve con total libertad dentro del Parlamento europeo y coordina la agenda de actos en colaboración con los eurodiputados simpatizantes con el independentismo. Tuvo un papel muy activo cuando se celebró en diciembre la movilización por la secesión catalana. Puso en contacto a la ANC con organizaciones belgas y facilitó el alojamiento de manifestantes catalanes en familias flamencas. Su buena relación con miembros del Gobierno belga, como el ministro del Interior, facilita las cosas.

La ANC no tiene sede propia en Bruselas, pero no le hace falta porque utiliza la Delegación Exterior de la Generalitat en la Rue de la Loi 227, que, pese al 155, sigue manteniendo el local y los funcionarios. De su jefe de prensa, Adrià Alsina, se dice que «está considerado como un conseller más» con influencia en Cataluña y el extranjero. Es socio fundador de la primera cooperativa independentista catalana con una relación muy directa con la Caixa d’Enginyers a través de la cual se pagó la fianza de Carme Forcadell.

Algunos voluntarios del N-VA colaboran con la ANC, que suele usar su sede. Fuentes a las que ha tenido acceso este suplemento aseguran que la Asamblea se nutre de cuestaciones y del merchandaising que recauda en metálico y que «blanquea dinero entregando pequeñas cantidades a miembros o afiliados».

El dinero, en cualquier caso, llega a la causa por las vías más imaginativas. Un grupo de catalanes se llevó una sorpresa cuando quiso asistir a la convocatoria de Puigdemont en una hamburguesería para ver el Girona-Real Madrid. Ese día el local hacía pagar entrada para estar con Puigdemont y animaba a la compra de una camiseta por la secesión.

Anécdotas al margen, puede que lo más delicado de esta red de respaldos sea la excelente relación, cultivada por el Govern desde hace años, con el N-VA, que garantiza que algunos de sus miembros más destacados se estén implicando a favor del independentismo catalán.

Es el caso del ministro del Interior, Jean Jambon; Theo Francken, secretario de Estado para la inmigración y Bart de Weber, alcalde de Amberes y presidente del partido. Mark Demesmaeker, eurodiputado, que ha reconocido que su partido ofrece a Puigdemont todo el apoyo logístico cuando lo reclama; el senador Pol Van der Driessche, que organizó el reportaje fotográfico del ex president en Brujas y la conferencia Can Catalonia save Europe?; o Loryn Paris, parlamentario flamenco, amigo de Comin, que ha proporcionado a los ex consellers alojamiento cerca de Bruselas y el acceso permanente al Faculty Club para todo tipo de convocatorias.

El PDeCAT ha convertido el hotel President Husa en su cuartel general, muy cerca de la Gare du Nord, en una zona mitad oficinas y mitad barrio degradado. En el hotel español, de la familia Gaspart, ex president del FC Barcelona, tienen las reuniones del comité, allí se hacen buena parte de las negociaciones con ERC o la CUP. Y allí se quedan buena parte de las autoridades que peregrinan a Bruselas. Puigdemont pasa mucho tiempo allí y se ha alojado de manera ocasional y gratis en la suite presidencial.

Antes de mudarse a Waterloo, el ex president se refugiaba los fines de semana en una espléndida mansión en Sint-Pauwels, una localidad flamenca entre Gante y Amberes, gracias a la generosidad de un empresario local, Walter Verbraeken, simpatizante del independentismo.

Allí, a diferencia de las demás ubicaciones, sí fue visto junto a su familia en diciembre.