El párroco de San Ramón Nonato (Vallecas) es uno de los más populares de Madrid por su labor evangelizadores: «Cada persona que entra por esa puerta me exige ser santo. Porque, si no lo soy, los estoy defraudando»
en el corazón del barrio de Vallecas se encuentra la iglesia de San Ramón Nonato, en la cual no ejerce un párroco de despacho, sino de la gente. Hablamos de don José Manuel Horcajo, autor de «Al cruzar el puente» y «Diamantes tallados», libros donde narra episodios reales de una comunidad atravesada por pobreza, pero también por una fe que transforma gracias a él. Para Horcajo, su vocación sacerdotal no fue buscada ni calculada. «Nunca me imaginé siendo cura», confiesa en una entrevista difundida por el canal de YouTube del Opus Dei.
La llamada llegó durante un retiro espiritual, con una inquietud que no pudo ignorar. «Solo dije: ‘creo que Dios me pide algo’, y en ese instante supe hacia dónde iba ese llamado». Salió de aquella charla con el alma revuelta, pero con el consejo claro de rezar el rosario.
Su familia no lo entendió, incluso pensaba que iban a echarlo de casa por su decisión. Recuerda también el complicado entorno en el que se movía: «Mi mejor amigo se apodaba ‘el marihuana’, y yo me movía en ambientes poco recomendables. Pero Dios me sacó de ahí. Me pidió algo grande: que fuera sacerdote».
Cura con alma de calle
Llegó a Vallecas en 2009 y, desde entonces, su vida se entrelaza con la de personas que llevan a cuestas historias durísimas. «Si yo hubiera vivido un 10% de lo que ha vivido mi gente, estaría en la cárcel», afirma. Su trabajo pastoral en un barrio marcado por la inmigración, el paro y las heridas sociales no se sostiene con protocolos: «Aquí no basta con organizar cosas. Aquí hay que dar ilusión, acercar a Cristo a través de los sacramentos».
La parroquia está siempre abierta, y la actividad no cesa. Niños, ancianos y familias enteras giran en torno a las catequesis y a la vida compartida. «Cuando uno se pone a rezar, pasan cosas», asegura. En plena campaña de desprestigio hacia su parroquia, vivió una fuerte crisis. «Pensé en dejarlo todo. Había dado tanto, y me lo pagaban así… Sentí que Dios me pedía cargar con su Cruz de forma especial, que era parte del camino», recuerda.
Hoy lo tiene claro: «Gestiono gente fracasada, pero no desde el desprecio, sino desde el acompañamiento. En cada fracaso veo también esperanza. Y cada persona que entra por esa puerta me exige ser santo. Porque si no lo soy, los estoy defraudando».
Ser cura en Vallecas no es para cualquiera
Horcajo reconoce que ser cura en Vallecas exige algo más que preparación teológica. «Aquí se necesita un perfil distinto. La gente no quiere teorías. Quiere que los escuches, que llores con ellos, que les hables de Dios», aclara.
No habla desde la superioridad, sino desde una experiencia encarnada en la realidad concreta de su gente. «Me exigen sin pedírmelo. Su vida es mi examen diario. Ellos han sufrido más que yo, y si Dios me trajo hasta aquí, es para que los ame hasta el final». Y así, este sacerdote confirma su elección de seguir a Cristo allí donde más se le necesita.