El iraquí Sako: ¿El «Papa santo» que reclaman los cardenales?

Las distintas sensibilidades que dividen la Iglesia tienen su reflejo en el colegio cardenalicio, pero varios purpurados reúnen un perfil espiritual tan diferente que podría llevarles a la Silla de Pedro. Y entre ellos destaca el Patriarca de Irak

Es una de las reflexiones más compartida por la mayoría de los cardenales que durante estos días previos al inicio del Cónclave se dejan entrevistar por los medios: la situación interna de la Iglesia y la complejidad geopolítica del momento histórico que atraviesa el mundo hace necesario «un Papa santo».

La expresión no es una mera forma de hablar. Como es lógico, la santidad de vida es algo que parece connatural al liderazgo apostólico, y lo extraño sería que un cardenal dijese algo así como que «necesitamos un Papa pecador».

Sin embargo, con ese matiz los purpurados están diciendo que hace falta algo más que un gran teólogo, un hábil gestor, un reformador de la curia, un estratega diplomático, o un predicador elocuente. Más bien reconocen que el único perfil que podría aunar las distintas corrientes del colegio cardenalicio sería el de «un hombre que por su coherencia de vida resulte incontestable para el resto, que despierte admiración en los cardenales, con una sólida formación filosófica, teológica y pastoral, y un corazón ‘al modo de Cristo’», en palabras para El Debate de la experta en cónclaves Paloma Girona.

Cuatro nombres a tener en cuenta

La pregunta es: ¿Quién de los 133 cardenales electores reúne hoy esas condiciones? Pues, al menos, cuatro de ellos.

Uno, cuyo nombre está en casi todas las «quinielas», es el del franciscano Pierbattista Pizzabala, patriarca de Jerusalén que llegó a ofrecer su vida a cambio de los rehenes capturados por Hamas al inicio de la guerra en Gaza.

Otro, el cardenal de Singapur William Goh, cuya bonhomía no le ha hecho menguar su ardor apostólico en una sociedad de minoría cristiana. Además, se posicionó en contra de la bendición a parejas homosexuales, al tiempo que insistía en la necesidad de integrarlos en la Iglesia en un «camino de conversión».

Otro cardenal fuera de las quinielas que, sin embargo, podría llegar a ejecutar una depuración histórica de la estructura vaticana, es el Patriarca emérito de Lisboa, el portugués Manuel José Clemente. Un hombre de profunda espiritualidad, que podría prestar oídos a quienes sugieren la posibilidad –descabellada, pero no imposible– de «reiniciar» la estructura vaticana para erradicar los vicios e inercias inoperativas asentadas en la curia, y trasladar el gobierno de la Iglesia al santuario de Fátima.

Pero, entre todos, destaca un cuarto nombre: el del cardenal iraquí Louis Raphael Sako.

Un Papa de y para los mártires

La importancia de Sako radica en que no es sólo un cardenal llegado de «un sitio exótico»: muy lejos del eurocentrismo que parece estar marcando el debate de las congregaciones generales, la realidad de la Iglesia universal pasa hoy por el martirio de los más de 646 millones de cristianos que sufren persecución a causa de su fe, la mayoría de ellos, católicos. Una cifra más elevada que en cualquier otro momento de la Historia… y cuantitativamente mucho más grande que la de los colectivos que se amparan bajo las banderas LGTBQ.

Además, a la persecución sangrienta que padecen las comunidades de Asia, África y Oriente Medio hay que añadir también la «persecución incruenta» denunciada por Benedicto XVI y que sigue extendiéndose en occidente.

Por ese motivo, la elección de un Papa empapado de la sangre de los mártires, cuyo testimonio de perseverancia en la fe resulte incontestable, podría ser una de esas bazas con las que el Espíritu Santo ha sorprendido a lo largo de la historia.

No sería la primera vez, de hecho: tras un Papa polaco y otro alemán, supervivientes de las persecuciones ideológicas del siglo XX –comunismo y nazismo–, y otro hispanoamericano, donde la Iglesia sufre lacerada por las dictaduras militares, la injusticia y la miseria… ¿podría llegar un Papa forjado en el dolor de la persecución religiosa –islamista e hindú– que está marcando el siglo XXI?

Si así ocurriese, el hombre más respetado –y admirado, incluso– en el colegio cardenalicio es el purpurado Louis Raphaël Sako, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, en Irak.

Amigo de mártires y líder en el exilio

El cardenal Sako no sólo ha guiado a su comunidad durante décadas de guerras, violencia y éxodo cristiano. Él mismo ha acompañado a las familias de los mártires, muchos de los cuales conocía personalmente; ha impulsado las causas de canonización de miembros de su comunidad asesinados por los islamistas; e incluso ha llegado a sufrir el exilio y el peligro de muerte.

En 2023, el purpurado tuvo que refugiarse en un monasterio del Kurdistán iraquí, después de que el presidente del país le retirase el reconocimiento como cabeza de la Iglesia católica. Algo que le colocaba en la diana de los terroristas, que ya estaban «causando el pánico entre mi pueblo por sus ataques indiscriminados», en palabras del propio cardenal.

Patriarch of the Chaldean Catholic church Raphael Sako (2nd R) cuts the ribbon before a mass in the 80-year-old Chaldean Catholic Church of Um al-Mauna, "Our Lady of Perpetual Help", in Mosul in northern Iraq on April 5, 2024. With chants and joyous ululations, Iraqi Christians celebrated the restoration of the church on April 5, years after jihadists turned it into a religious police office. (Photo by Zaid AL-OBEIDI / AFP)

El cardenal regresó en 2024 a Irak, después de haberse exiliado al Kurdistán por un enfrentamiento con el presidente AFP

Lejos de arrugarse, Sako permaneció lo más cerca de Bagdad que pudo, en medio del avispero kurdo, y se enfrentó al presidente argumentando que «ningún político puede anular mi autoridad espiritual como cabeza de la Iglesia o mi ordenación episcopal». Una firmeza que le valió el apoyo de diferentes políticos y líderes musulmanes.

Convivencia sin rendición ante el islam

Aunque ha logrado mantener una convivencia pacífica con las comunidades musulmanas, sin propiciar la confrontación y tratando de sanar las heridas de un país roto, no ha dejado de denunciar la discriminación contra los cristianos.

«Estábamos en Irak antes de que los musulmanes estuvieran allí. Éramos mayoría y formamos el país y su cultura. Deben estar agradecidos con nosotros en lugar de marginarnos y empujarnos a emigrar», ha llegado a decir.

Tampoco ha querido buscar «falsos aliados», que pudieran proporcionarle tranquilidad a cambio de disimular su fidelidad a la Iglesia o de rebajar la llamada a la conversión. Por ejemplo, ha escrito públicamente contra grupos como «las milicias de Babilonia», que «se hacen llamar cristianos» pero en realidad «son un grupo chiíta con pocos cristianos».

Conocedor de los retos en occidente

A diferencia de lo que puede ocurrir con otros cardenales africanos, que también pueden atestiguar una fe forjada en el martirio pero tienen escaso trato con el resto de la Iglesia universal, Louis Sako es un perfecto conocedor de los retos de la evangelización en occidente. De hecho, ha vivido tanto en Italia como en Francia.

Habla nueve idiomas, ha publicado 21 libros y más de 200 artículos, y tiene dos doctorados: uno en Patrología Oriental, por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, y otro en Historia, por la universidad de La Sorbona, de París. No es, por tanto, un simple cardenal «exótico».

Contrario a la bendición de parejas gays

Además, Sako capitaneó el sínodo caldeo, que impulsó un manifiesto para desmarcarse de Fiducia Suplicans y recordar que el Magisterio de la Iglesia, «no puede reconocer las uniones entre personas del mismo sexo como matrimonio, ya que considera que el matrimonio entre un hombre y una mujer es el matrimonio legal correcto para construir una familia».

Y no sólo recordaba la doctrina, sino que, por fidelidad a ella, la Iglesia caldea que pastoreaba «se niega a bendecir las uniones entre personas del mismo sexo, con el fin de preservar la santidad del matrimonio, que es uno de los siete sacramentos».

Si finalmente los cardenales encuentran en él el «Papa santo» que tanto reclaman, a buen seguro Luis Sako mantendrá en su pontificado la máxima que dejó escrito en una carta pastoral en 2020, en la que reconocía que los mártires son «nuestro ejemplo a seguir». Porque «el mártir no es un terrorista suicida, sino un creyente que ama la vida y el servicio. Por eso, pase lo que pase, no negamos a Cristo, que murió por nuestra salvación».