Esta antigua plegaria mariana sustituye al Ángelus desde el domingo de Resurrección hasta Pentecostés y está estrechamente vinculadas tanto a Roma como a los diferentes Papas
Cada mañana, a las 12 del mediodía, los cardenales reunidos en las congregaciones generales para preparar el cónclave hacen una pausa de oración, como forma de remarcar que el proceso de elección de un nuevo Papa es, antes que cualquier otra cosa, un movimiento espiritual. Sin embargo, los purpurados –como el resto de la Iglesia en todo el mundo– no están rezando estos días el Ángelus tradicional que se reza a esa hora, sino una oración diferente: el Regina Coeli.
El motivo es que, durante el tiempo pascual, que comienza con el Domingo de Resurrección –fecha, además, de la última aparición pública del Papa Francisco para impartir la bendición Urbi et Orbi– y se prolonga 50 días hasta Pentecostés, la Iglesia sustituye el Ángelus por el Regina Coeli, como modo de celebrar la alegría del Resucitado y la maternidad gloriosa de la Virgen María.
La alegría hecha oración
Esta plegaria, cuyo nombre en latín significa «Reina del Cielo» por las dos primeras palabras con que se inicia, es una antigua antífona que expresa la alegría que sintió la Virgen por la Resurrección de Jesús. Una oración que acompaña a los cristianos, al menos, desde el siglo XII.
En rigor, más que una simple sustitución (puesto que el Ángelus también evoca el papel de María en la Historia de la Salvación), se trata de un cambio de tono: de la contemplación del misterio de la Encarnación (en el Ángelus) se pasa a la alabanza, a la proclamación jubilosa de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado.
¿Qué se reza en el Regina Coeli?
Como ocurría con el Ángelus, antiguamente el Regina Coeli se rezaba en tres momentos del día: a las 6:00, a las 12:00 y a las 18:00. Hoy, sin embargo, ha quedado reducido a un único momento de oración, a modo de pausa, al mediodía.
Su texto es breve y resulta mucho más melódico que el Ángelus. Un motivo por el cual es frecuente escucharlo cantado en las parroquias, y que incluso la Eucaristía dominical de muchas comunidades concluya con ella, bien en español, bien en latín. Porque su letra, aunque sencilla, esconde un mensaje colmado de teología:
Así se reza el Regina Coeli
Porque Al que mereciste llevar en tu seno, Aleluya.
Ha resucitado, según dijo, Aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, Aleluya.
V. Gózate y alégrate, Virgen María, Aleluya.
R. Porque ha resucitado el Señor verdaderamente, Aleluya.
Oremos: Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, alcanzar los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Más que una oración
En rigor, el Regina Coeli no sólo es una oración: fue, originalmente, un canto procesional de los monjes cistercienses para la Pascua. Según la tradición, ellos retomaron este canto que el Papa san Gregorio Magno, en el siglo VII, escuchó, entonado por ángeles sobre Roma, durante una procesión para pedir el fin de una peste.
Sería a partir del siglo XVI cuando los Papas lo incorporaron a la liturgia oficial del tiempo pascual. Y estos días, los miembros del colegio cardenalicio reunidos en Roma vuelven a entonarla mientras dilucidan quién será, de entre ellos, el llamado a ser el número 267 sucesor de Pedro.
De hecho, el Catecismo anima a orar a Dios por intercesión de la Virgen, con las plegarias tradicionales como el Regina Coeli. Porque, como indica el texto que sintetiza el Magisterio de la Iglesia, «María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad a la Madre de Jesús, que se ha convertido en la Madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza».
Así, rezar el Regina Coeli es más que conservar una tradición: es afirmar, con toda rotundidad, el dogma más importante de la fe católica: que Dios existe, que Jesús es su Unigénito, y que la muerte y el pecado han sido vencidos por su Resurrección, que cambia el sentido del mundo y de nuestra propia vida.