Un nuevo estudio, con datos de 280.000 adultos, demuestra el vínculo entre la vacuna contra el herpes zóster y un 20% menos de probabilidades de desarrollar demencia
Se calcula que actualmente en España más de medio millón de personas sufre una demencia, una cantidad que alcanzará el millón en 2050. Durante décadas, la investigación para tratar de paliar estas patologías que afectan a gran parte de la población se ha centrado principalmente en la acumulación de placas de amiloide en el cerebro de las personas con alzhéimer, el tipo más común de enfermedad de pérdida de funciones cognitivas. Sin embargo, ante la falta de avances en la prevención o el tratamiento, algunos científicos están explorando otras vías, incluyendo el papel de ciertas infecciones virales.
Sobre esta última línea de investigación, se acaba de abrir una ventana de esperanza: una inusual política de salud pública en Gales podría haber generado la evidencia más sólida hasta la fecha de que una vacuna puede reducir el riesgo de demencia.
Los investigadores Universidad de Stanford, que analizaron los historiales médicos de adultos mayores galeses, descubrieron que quienes recibieron la vacuna contra el herpes zóster tuvieron un 20% menos de probabilidad de desarrollar demencia en los siguientes siete años frente a quienes no fueron pinchados.
Los destacados hallazgos, que se han publicado este miércoles en Nature, respaldan la teoría emergente de que los virus que afectan al sistema nervioso pueden aumentar el riesgo de estas enfermedades neurológicas. De confirmarse, los nuevos hallazgos sugieren que una intervención preventiva para la demencia ya está cerca.
«Un experimento natural»
El herpes zóster, una infección viral que produce una erupción cutánea dolorosa, es causado por el mismo virus que causa la varicela. Tras contraerla, generalmente en la infancia, el virus permanece latente en las células nerviosas de por vida. Y en personas mayores o con sistemas inmunitarios debilitados, el virus latente puede reactivarse y causar herpes zóster.
Estudios previos basados en historiales médicos han vinculado la vacuna contra el herpes zóster con tasas más bajas de demencia, pero no pudieron explicar un problema importante de sesgo. Pascal Geldsetzer, profesor adjunto de medicina y autor principal del nuevo estudio, explica a El Confidencial que hasta ahora “se han realizado muchos análisis de datos de historias clínicas electrónicas y reclamaciones médicas que han descubierto que recibir una vacuna determinada se correlaciona con un menor riesgo de demencia en el futuro. Todos estos estudios han comparado a quienes se vacunan con quienes no lo hacen”. Pero esta vía presentaba la “limitación crítica” de “que los comportamientos de salud de los que se vacunan son diferentes a los de los que no lo hacen, y tenemos muy poca información, si es que tenemos alguna, sobre estos comportamientos en los registros electrónicos de salud o en los datos de reclamaciones médicas. Por ejemplo, desconocemos las conductas alimentarias o los niveles de actividad física. Por lo tanto, no sabemos si estamos simplemente observando correlaciones o una causa y efecto real”.
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Con esta premisa, hace dos años, Geldsetzer descubrió un «experimento natural» fortuito en la distribución de la vacuna contra el herpes zóster en Gales que parecía eludir este sesgo. La vacuna utilizada en aquel momento contenía una forma viva atenuada del virus.
El programa de vacunación, que comenzó el 1 de septiembre de 2013, especificaba que cualquier persona que tuviera 79 años en esa fecha podía vacunarse durante un año. Las personas de 78 años serían elegibles al año siguiente durante un año, y así sucesivamente. Quienes tenían 80 años o más el 1 de septiembre de 2013 no tenían suerte: nunca serían elegibles para la vacuna. Estas normas, diseñadas para racionar el limitado suministro de la vacuna, también implicaron que la ligera diferencia de edad entre las personas de 79 y 80 años marcara la diferencia en el acceso a la vacuna. Al comparar a las personas que cumplieron 80 años justo antes del 1 de septiembre de 2013 con las que los cumplieron justo después, los investigadores pudieron aislar el efecto de ser elegibles para la vacuna.
Las circunstancias, bien documentadas en los registros sanitarios del país, eran lo más parecido a un ensayo controlado aleatorio que se podría conseguir sin realizar uno, explica Geldsetzer.
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De este modo, los investigadores analizaron los historiales médicos de más de 280.000 adultos mayores de entre 71 y 88 años que no padecían demencia al inicio del programa de vacunación. Centraron su análisis en aquellos que se encontraban más cerca del umbral de elegibilidad, comparando a quienes cumplieron 80 años la semana anterior con quienes los cumplieron la semana posterior.
“Sabemos que si se toma al azar a mil personas nacidas en una semana y a mil personas nacidas al azar una semana después, no debería haber ninguna diferencia en promedio entre ellas”, explica Geldsetzer. “Son similares entre sí, salvo por esta pequeña diferencia de edad”, apostilla. La misma proporción de ambos grupos probablemente habría querido recibir la vacuna, pero solo la mitad, esos casi 80, pudieron hacerlo según las reglas de elegibilidad.
“Nuestro estudio adopta un enfoque fundamentalmente distinto y, por tanto, aporta un nivel de pruebas muy diferente. En medicina, lo que se necesita para demostrar que una intervención, como un medicamento o una vacuna, funciona es un ensayo aleatorio. Así pues, se obtienen, digamos, mil participantes en el estudio y se lanza una moneda para asignar a cada uno de ellos la vacuna o no. Lo bueno de esto es que sabemos que, por término medio, el grupo de los vacunados y el de los no vacunados deberían ser similares entre sí, por lo que son buenos grupos de comparación, ya que lo único que les diferencia es si la moneda salió cara o cruz”, remarca Geldsetzer.
Protección contra la demencia (más fuerte en mujeres)
Durante los siguientes siete años, los investigadores compararon los historiales de salud de las personas con edades similares que cumplían y no cumplían los requisitos para recibir la vacuna. Al considerar las tasas reales de vacunación (aproximadamente la mitad de la población que cumplía los requisitos recibió la vacuna, en comparación con casi ninguna de las personas que no cumplían los requisitos), pudieron determinar los efectos de recibir la vacuna.
Como se esperaba, la vacuna redujo la incidencia de herpes zóster durante ese período de siete años en aproximadamente un 37% en las personas que la recibieron, similar a lo observado en los ensayos clínicos de la vacuna. Cabe destacar que la eficacia de la vacuna viva atenuada disminuye con el tiempo.
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Para 2020, uno de cada ocho adultos mayores, que para entonces tenían entre 86 y 87 años, había sido diagnosticado con este tipo de enfermedades neurológicas. Sin embargo, quienes recibieron la vacuna contra el herpes zóster tuvieron un 20% menos de probabilidades de desarrollar demencia que quienes no se vacunaron.
Los científicos buscaron exhaustivamente otras variables que pudieran haber influido en el riesgo de demencia, pero descubrieron que los dos grupos eran indistinguibles en todas sus características. Por ejemplo, no se observó diferencia en el nivel de educación. Quienes sí cumplían los requisitos no tenían mayor probabilidad de recibir otras vacunas o tratamientos preventivos, ni menor probabilidad de ser diagnosticados con otras enfermedades comunes, como diabetes, enfermedades cardíacas y cáncer.
Por otro lado, el estudio hizo otro hallazgo sorprendente al demostrar que la protección era mayor en mujeres. “Esto podría deberse a diferencias sexuales en la respuesta inmunitaria o en la forma en que se desarrolla la demencia. Por ejemplo, las mujeres tienen de media una mayor respuesta de anticuerpos a la vacunación. También sabemos que tanto el herpes zóster como la demencia son más frecuentes en las mujeres que en los hombres”, explica el investigador principal.
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Para profesor de Epidemiología en la Universidad de Harvard Alberto Ascherio, que no ha participado en la investigación, “este es un estudio de calidad excelente que ofrece evidencias de que la vacuna del herpes zóster reduce el riesgo de demencia, particularmente en las mujeres. Son hallazgos importantes que apoyan el papel potencial de las infecciones virales en la enfermedad de Alzheimer y en otras formas de demencia”. “Sin duda, los resultados de este estudio apoyan la necesidad de invertir más en la investigación del potencial de agentes infecciosos como causas de enfermedades neurodegenerativas”, señala en declaraciones a la agencia SMC.
Todavía se desconoce si la vacuna protege contra la demencia estimulando el sistema inmunológico en general, reduciendo específicamente las reactivaciones del virus o mediante algún otro mecanismo. Tampoco se sabe si una versión más nueva de la vacuna, que contiene solo ciertas proteínas del virus y es más eficaz para prevenir el herpes zóster, puede tener un impacto similar o incluso mayor sobre la demencia.
Ante estas lagunas de conocimiento, Geldsetzer considera que es necesario seguir investigando en esta línea, algo para lo que se encuentra buscando fondos. “Si la vacuna contra el herpes zóster realmente previene o retrasa la demencia, sería un hallazgo de enorme importancia para la medicina clínica, la salud de la población y la investigación de las causas de la demencia. Pero lo que realmente necesitaremos para convencer a la comunidad médica y de salud pública es un ensayo clínico”, concluye.