El suspiro se escuchó hasta en Las Fuentes. El Real Zaragoza volvió a ganar camino de los dos meses después de su última victoria para alivio de una afición a la que su equipo le endulzó algo tanto amargor acumulado en las últimas semanas. Fue un triunfo por lo criminal. Con héroes (sobre todo Poussin) y villanos, como los protagonistas de una trifulca barriobajera final más propia de campos de Regional que del fútbol profesional. Ni la tensión ni los nervios pueden ejercer de excusa para semejante bochorno. Para una vez que gana el Zaragoza, ni siquiera se puede celebrar como dios manda.
Se trataba de detener la hemorragia y se detuvo. Apenas cuatro días después de la dramática despedida de Víctor, el Zaragoza, dirigido por su segundo, afrontaba la cita en una posición delicada. Sin tiempo para probaturas, con poco margen para cambios y con La Romareda escaldada y con el hartazgo presidiendo un estado de ánimo similar al de cada año a estas alturas del curso.
El último partido del 2024 era peligroso. Por la nefasta dinámica, la severa crisis y la visita de un rival de abajo con la consiguiente obligación de, al fin, sacar adelante el partido. Y el Zaragoza, aun hecho un flan y con la principal novedad del regreso a la portería de Poussin, encaró la cita como debía. David Navarro dispuso un 4-4-2 con muchas piezas (salvo el portero, Marc y Aketxe, este último en la izquierda) utilizadas por Víctor en su adiós. Arriba, Liso repetía junto a Azón y ambos fueron los primeros en probar fortuna con sendos remates que no encontraron puerta por poco. Más dinámico, con la banda como principal vía de salida y con un Racing de Ferrol consciente de que su mejor arma era el tiempo, el conjunto aragonés combinaba bien y, más pragmático que estético, se mostraba más atinado con el balón. Aketxe, con un disparo desviado, y Luna, con un cabezazo mal dirigido, trasladaron el dominio en ocasiones. Aunque fue Francho el que más cerca tuvo el tanto con un disparo a bote pronto tras dejada de Liso que no encontró puerta por poco. El canterano, por cierto, no acabaría la primera parte víctima de lo que se antoja la enésima rotura muscular del curso sufrida por los zaragocistas.
La Romareda, fría, se iba calentando. Sobre todo, en una triple ocasión tras una falta lanzada por Aketxe y rechazada por Jesús y con Naldo sacando en la línea el intento de Lluís. El gol, el bálsamo necesario para serenar ánimos, se resistía.
En el descanso, Navarro corrigió su decisión inicial y colocó a Calero, sustituto de Francho, por detrás de Luna. Todos agradecieron el cambio. También Bebé, que en apenas unos minutos ganó tantos duelos a Calero como en los escasos que había superado al canterano en todo el primer tiempo. Los gallegos, conscientes de que su oportunidad se acercaba, empezaron a tomar más el control del balón ante un Zaragoza muy justo de físico demasiado pronto.
Bebé era el principal recurso del Racing, que tenía claro por dónde encontrar el éxito. Todo lo contrario que un Zaragoza tan confuso como confundido. Hecho unos zorros (alguien debería revisar de una vez el paupérrimo estado físico del equipo), los locales empezaban a abusar del balón largo para comodidad de un adversario que ya tenía la presa justo donde quería. Y se relamía de gusto mientras La Romareda, que veía venir al coco, advertía del peligro a los suyos con un grito rotundo. «Échale huevos».
Navarro, que vio el percal, movió el banquillo. Con Moya dio aire a una medular asfixiada y con Pau Sans aportó energía entre las tinieblas. Y la luz se hizo para un Zaragoza al que el canterano, de nuevo, tomó de la mano para que no se perdiera. Controló con la espalda y habilitó a Aketxe para que el vasco, con elegancia, batiera a Jesús y ahuyentara la legión de fantasmas que habían sembrado el pánico.
Pero este Zaragoza cogido con alfileres no está para sujetar nada. El exzaragocista Álvaro explotó la blandura de Moya para provocar un penalti que el propio delantero estrelló en un inspirado Poussin, cuya historia en el Zaragoza se está perdiendo Netflix. La Romareda, entregada al meta, volvió a salir al rescate y mantuvo en pie al Zaragoza hasta sellar un triunfo clave que la pelea entre Navarro y Cristóbal apenas permitió festejar.