El ex presidente de la Generalitat consiguió burlar el dispositivo policial y está en paradero desconocido
El enésimo día surrealista del «procés» independentista en Cataluña tuvo como indiscutible protagonista al ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que volvió a fugarse de Cataluña, burlándose del dispositivo de los Mossos d’Esquadra y de paso del Ministerio del Interior dirigido por Fernando Grande-Marlaska, máximo responsable de la persecución policial del prófugo separatista.
Los Mossos niegan cualquier pacto con el entorno de Puigdemont
El actor principal del día tenía que ser el socialista Salvador Illa. La fuga de Puigdemont dejó en un segundísimo plano el pleno de investidura. La cámara catalana nunca vivió una situación similar.
Una hora antes del inicio del pleno, llegó el momento más esperado por el independentismo desde 2017: el regreso de Puigdemont a Cataluña. Se había preparado una tarima para su discurso, pero el acto pinchó. En 2018 habría congregado a medio millón de personas, ayer no llegó ni a las 4.000. El ex presidente llegó a pie, por una calle adyacente, lo que más tarde alimentó la sospecha de que llevaba días en Barcelona bien escondido.
El discurso de Puigdemont fue el esperado. «Quiero recordarles que aún seguimos aquí», dijo, parafraseando el mítico «Ya estoy aquí» del también ex presidente Josep Tarradellas.
Aseguró que en la política «no hay derecho a renunciar a la autodeterminación porque es un derecho que pertenece a los pueblos y es colectivo: «Ni es ni será nunca un delito hacer un referéndum». «Hoy muchos piensan festejar que yo sea detenido y pensarán que el escarnio nos y os disuadirá; que para escarmentar vale la pena incumplir una ley aprobada por su parlamento», añadió, y afirmó que la Amnistía sirve «para devolver a la política lo que nunca tendría que haber salido de la política.
Se despidió gritando «Visca Catalunya lliure» con el puño en alto y ahí empezó la confusión. Se le vio bajar de la tarima junto a su abogado Gonzalo Boye y simplemente desapareció entre la multitud que se dirigía a la única puerta habilitada para acceder al parque de la Ciutadella, lugar en el que está el Parlament catalán. Una hora después, al ver que Puigdemont no aparecía por ningún lado, se activó el «Plan Jaula» de los Mossos, pero sin los resultados esperados.
Al margen de una gran confusión, se dispararon los rumores y las teorías. Una de ellas apuntó a que habría una especie de pacto para que Puigdemont pudiera terminar su discurso en la tarima, y luego se entregara, pero al poco rato resultó evidente que el dirigente independentista habría incumplido su parte del acuerdo. Más tarde la Policía Autonómica negó que se hubiera hablado de pactos de este tipo con el entorno de Puigdemont.
El ex presidente fugado no solo burló el dispositivo de los Mossos, sino que habría contado con la ayuda de dos de sus agentes, que le encubrieron hasta llegar hasta un coche blanco, que aparentemente le habría servido para huir del sitio, con rumbo desconocido ayer. Ambos agentes fueron detenidos por el propio cuerpo.
En ese auto aprovechó para recordar a las fuerzas de seguridad del estado que la orden de detención nacional por el delito de malversación agravada seguía vigente y que tenían la obligación de detenerle y ponerle a disposición judicial.
El Tribunal Supremo (TS) estaba ayer a la espera de que se ejecutara la orden de detención de Puigdemont -tras su reaparición a primera hora de la mañana en las inmediaciones del Parlament y de que posteriormente se desconociera su paradero- para activar el procedimiento que debe llevar al líder independentista ante el magistrado Llarena, instructor de la causa del «procés». Un mandato judicial que no solo afecta a los Mossos d´Esquadra, recordaron fuentes del alto tribunal, sino también a la Policía y la Guardia Civil, cuyo máximo responsable es el ministro Grande-Marlaska. El pleno parlamentario siguió adelante, pero con una extraña sensación de anomalía, de anormalidad ante la incierta situación.