La mejor Princesa para el mejor sistema

Doña Leonor ha de ser una Princesa todavía mejor preparada que Don Felipe cuando fue Príncipe, porque España es el único país de Occidente que tiene miembros del Partido Comunista en el Gobierno

La jura de la Constitución de la Princesa de Asturias en un momento en que España tiene el Gobierno más hostil a la Corona desde 1931 es un faro de esperanza. La Princesa Leonor es una heredera que está recibiendo una formación específica para asumir un día la corona. Ya en su día se dijo que Don Felipe era el Príncipe mejor preparado de la historia de nuestra Monarquía. Pues con el conocimiento de los retos que está teniendo el reinado de Don Felipe, Doña Leonor ha de ser una Princesa todavía mejor preparada. Porque España es el único país de Occidente que tiene miembros del Partido Comunista en el Gobierno, incluyendo a una vicepresidente del mismo. Y nunca ha habido hasta ahora una Monarquía que haya superado un Gobierno comunista.
Frente a estas adversidades, quiero recordar una vez más mis cinco razones por las que una Monarquía es un sistema mejor.
1.- La Monarquía representa la pluralidad de identidad y la constante renovación dentro de la continuidad. La democracia exige el cambio cíclico de gobernantes. Ningún partido puede estar permanentemente en el poder y la alternancia es un componente básico del sistema. Pero en ese mismo sistema, el Monarca puede y debe representar los valores de un país en el que ostenta la jefatura del Estado. Y al representarlos se convierte en un elemento de convergencia entre diferentes intereses de identidad política y étnica. Un Rey de España que ostenta títulos como Rey de Castilla, de León, de Aragón, de Navarra, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Córdoba, de Murcia, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de Conde de Barcelona y de Señor de Vizcaya, por hablar sólo de los territorios que hoy son españoles o aspiramos unánimemente a que lo sean, necesariamente es visto como una referencia incluso por quienes no necesariamente se sienten españoles. Y en esta hora, la Princesa de Asturias tiene ante sí una amenaza sobre partes del Reino cuyos títulos llevará un día: Reina de Navarra, Condesa de Barcelona y Señora de Vizcaya.

2.- La Monarquía es un sistema más moderno. La República es un sistema más natural; es decir, es más elemental, más retrasado. Toda la civilización es una resta a lo natural. Todo lo que es más natural es más inferior. El reparto comunal de los bienes es más natural que la propiedad. Toda la civilización –los Reyes, la propiedad, el contrato matrimonial– implica un elemento de modernidad y es complicación y artificialismo, sobrepuestos, como freno y límite, a esas naturalidades. Como son también añadiduras a lo natural la educación, los modales o la corbata. Y precisamente por la elaboración y decantación a través de los siglos que conlleva una Monarquía, hay que entender que no está en la mano de cualquier pueblo tener una Monarquía, pero sí lo está el tener una República. Una revolución se hace en 24 horas; una Monarquía resulta de la decantación de los siglos. Y la Princesa de Asturias que mañana jura la Constitución es un eslabón en una dinastía que de padres a hijos o nietos ha reinado desde Vermudo I de Cantabria en el 789, hace 1.234 años.

3.- La Monarquía permite la independencia. El sucesor o Príncipe Heredero, en este caso la Princesa de Asturias, igual que el Rey Felipe VI, no puede ser utilizada por políticos, pues debe su condición a la naturaleza; está designada desde que nace y la nación la conoce como tal anulando potenciales luchas por el poder en la cúpula. En una época racionalista como la nuestra, puede parecer anacrónico el principio hereditario: se basa en la parte física del hombre que el racionalismo e idealismo desprecian y que nuestra sociedad cultiva sin medida.
La Corona Real, símbolo de la Monarquía española

La Corona Real, símbolo de la Monarquía españolaCasa de S.M. el Rey

Pero en realidad el cuerpo es tan humano como el espíritu, y la herencia es la única forma de designación de jefe de Estado que no es manipulable, lo que inviste al Rey de independencia, la condición más importante en su función. Lo que da un valor inigualable a la Monarquía es la herencia en la jefatura del Estado por la independencia de que le dota la condición hereditaria. Y la condición hereditaria ha de darse dentro de una familia. Es lo que el político y diplomático francés Charles Benoist resumió en la máxima «una dinastía, siempre la misma, en una Monarquía siempre renovada».
Como sostenía don José María Pemán en sus «Cartas a un escéptico en materia de formas de gobierno»: «Por mucho que se aguce el ingenio no se encontrará jamás ninguna forma de transmisión inmediata, sin intervalo ni solución de continuidad, comparable en claridad y rapidez a la transmisión familiar de padre a hijo. Por eso todos los fundamentos sociales que requieren características de continuidad y permanencia tienen histórica y científicamente carácter familiar; por eso «el padre» es la gran palabra sillar e inconmovible que aparece escondida en la raíz etimológica de todo cuanto designa algún sostén fundamental de la sociedad humana. A cosa de padre suena la patria, que es la nación; y el patrimonio, que es la propiedad, y el patriarca, que es la autoridad. A cosa de padre tiene que sonar también, si no en su nombre, en su realidad entrañable, la mejor forma de Gobierno», la Monarquía. Y para rematar su idea Pemán concluye: «La familia, que no el individuo, es secularmente el sujeto de la propiedad, de la preeminencia o del honor. ¿Qué tiene de extraño que sea también el sujeto del Gobierno?» Y fuera de la herencia, no hay otra salida que la elección, con sus condicionantes de dependencia, incluso servilismo y de busca de beneficio en el plazo de poder.
4.- El peor Rey es mejor. La condición humana es impredecible. La historia de todas las monarquías que en el mundo hay o hubo ha generado buenos y malos Soberanos. Y con frecuencia no han sido los peores los que estaban en el trono en el momento de un cambio de régimen. Pero la Monarquía ha evolucionado con el concepto de soberanía nacional y hoy en día, en Occidente, forma parte de regímenes constitucionales. En un sistema constitucional –como el español al que jura lealtad la Princesa– la potestas de la que dispone un Rey está muy limitada.
Y un mal Rey tendría pocas posibilidades de hacer daño a la nación precisamente porque sus poderes están muy circunscritos. En cambio, un buen Rey se va llenando de auctoritas gracias a su forma de reinar –de ninguna otra manera puede lograr esa autoridad–. En cambio, un mal presidente de una república está constantemente actuando para conseguir dar continuidad a su labor; con frecuencia intenta desbordar sus competencias para justificar su presencia al frente del Estado y genera crisis.
5.- No es el sistema perfecto; es, simplemente, el mejor posible. Si es relativamente fácil diferenciar entre los políticos que piensan siempre en las próximas elecciones y los que piensan en las próximas generaciones cabe afirmar, a priori, que, de natural, el político sometido a las urnas tiene que pensar en las próximas elecciones mientras que para la Princesa, cuando sea Reina será más fácil pensar siempre en las próximas generaciones. Porque el Rey es el diputado de todos: los que votan a unos, los que votan a otros y los que no votan. El hombre es capaz de entender los principios universales, y como consecuencia, a veces, piensa que existen en el mundo creado: grave error, pueden habitar su entendimiento, impulsar su voluntad, pero no son aplicables porque son entes de razón.
El Rey y la Princesa de Asturias, durante los actos con motivo del Día de la Hispanidad

El Rey y la Princesa de Asturias, durante los actos con motivo del Día de la Hispanidad EFE

Le hacen buscar la perfección, mas se equivoca cuando ajusta normas a entelequias. La Monarquía hereditaria no es la pauta perfecta para el gobierno de la sociedad, es, nada más y nada menos, la mejor posible para el gobierno de unos seres limitados. Y la distinción entre límite y perfección es clara, pero se olvida a menudo. Recordemos el ejemplo clásico: el mulo no entiende un silogismo, pero no es por imperfección del silogismo, es por limitación del mulo, que es, sin embargo, un perfecto mulo sin saber la teoría del conocimiento.
Terminemos con un sentimiento. Irracional y, quizá por ello, muy cierto. Decía don José María Pemán en la obra citada: «Al lado del Carlos V de Tiziano, un presidente de República tiene un cierto aire de retorno, no diré que hacia el jefe de tribu, pero sí hacia el alcalde pedáneo o el juez de paz». Esa afirmación es de 1937. A muchos nos parece plenamente válida. Con mi devota lealtad, Alteza.