El doctor en Humanidades y experto en cine Pablo Alzola presenta un libro exquisito en el que recorre no ya la presencia de Dios en las expresiones audiovisuales contemporáneas, sino su ausencia (aparente), y lo hace a través de películas de Malick, Scorsese, Andersson o Gerwig
El cine siempre vuelve a por nosotros, a sacarnos de nuestro conformismo, a veces para llevarnos al borde de la realidad y otras para iniciar un viaje hacia el interior, para sacudir nuestras convicciones, nuestras ideas e introducirnos en un plano trascendente. Por eso, dice Pablo Alzola que «el cine es una vía fundamental para hacerse preguntas».
Profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y doctor en Humanidades por esta universidad, con una tesis sobre la imagen del hogar en el cine de Terrence Malick de la que nació el libro El cine de Terrence Malick. La esperanza de llegar a casa (EUNSA, 2020), este experto en cine publica ahora El silencio de Dios en el cine, un ensayo que ahonda en las grandes cuestiones del hombre y en sus preguntas directa al Creador, las mismas que hace el protagonista de El árbol de la vida: «¿Dónde estabas? ¿Puedo verte? ¿Me escuchas?».
La pregunta sobre Dios, una de las más apremiantes, ha sido explorada por películas tan densas como las de Carl Theodor Dreyer, Robert Bresson, Ingmar Bergman o Andréi Tarkovski, pero según recoge el autor, también por otras más asequibles al gran público como las de Fred Zinnemann, Alfred Hitchcock o Woody Allen. «En los últimos años han resurgido esta clase de películas, las cuales no abordan las cuestión de Dios a partir de certezas incontestables, sino desde la zozobra del que se enfrenta a un misterio sobrecogedor», escribe Pablo Alzola.
Este libro nos invita precisamente a viajar por este territorio del cine reciente, centrando nuestra mirada en títulos como La duda, De dioses y hombres, El árbol de la vida, La gran belleza, Ida, Calvary, El hijo de Saúl, Silencio, Tres anuncios a las afueras y Nomadland, entre otros. «Al ver estas películas tenemos la impresión de que el cine saca lo mejor de sí –aventurando soluciones prodigiosas, visuales y sonoras– cuando se adentra en el silencio de Dios».
Se trata de un libro que «relata», que te acompaña en un viaje por algunas de las grandes películas del cine contemporáneo, invitándote sin remedio a verlas o revisitarlas. «Es un libro narrativo que te cuenta cosas, aunque también especula y tiene hondura filosófica; el catálogo es ‘poco confesional’. Me ha hecho replantearme volver a ver un par de películas: es un libro que invita a dialogar», confesó en la presentación del libro el crítico cinematográfico Eduardo Torres-Dulce, que también escribe el prólogo.
¿Cómo se aprende a ver cine? Si a traducir se aprende traduciendo, a ver cine se aprende viéndolo, no yendo a una escuela de cine. Torres-Dulce defendió que algunos poseen «un don, el de ver y narrar las cosas visualmente», y que por lo tanto se puede aprender el oficio, que como decía Godard consiste en mirar por la cámara, pero no se puede aprender esa «visión». También recomendó el exfiscal ver cine sin prejuicios, leer entrevistas con directores («no porque digan la verdad, porque son muy mentirosos, sino porque a través de sus mentiras se aprende mucho de ellos») y desarrollar un pensamiento crítico y reflexivo. «No hace falta creer en Dios para leer este libro, pero sí en el cine».
¿Sólo habla de Dios lo confesional?
Hay quien podría pensar, incluso defender, que no hay nada para hablar de Dios como hablar de Dios. Es decir, nombrar explícitamente el corazón del misterio. Sin embargo, la era de la posmodernidad lleva al hombre de hoy a interrogarse para reconectar con su origen. En ese sentido, la capacidad del cine para reflejar conflictos interiores, dudas de conciencia y el diálogo (o silencio) entre Dios y el hombre es sublime, como demuestra Pablo Alzola en su ensayo.
El escritor aborda nueve temas principales que defiende con directores del siglo XXI, partiendo del silencio y su significado, pasando por la amplitud de los paisajes, la profundidad de los interiores y los rostros y adentrarse así en lo más íntimo de la persona, en sus dudas y su conciencia, para entonces saltar, como hace Malick, a los orígenes, la creación, al final que es un nuevo principio, nuestra condición mortal y la gracia que todo lo posibilita.
«El cine nació afortunadamente discapacitado: mudo, en blanco y negro. De la mudez sacó toda una poética de lo visual, que hasta ese momento nadie había sido capaz de lograr. Los grandes maestros consiguieron que una imagen nos haga sentir más que mil palabras. Esa capacidad de emocionar con imágenes, de contar cosas narrativamente, de transmitir sensaciones, enganchó con un público ágrafo, iletrado, migrante y pobre, pero que sin embargo comprendía todo lo que aparecía en la pantalla», continuó Torres-Dulce en la presentación del libre.
En total, el libro llega a nombrar, mencionar o desarrollar más de 106 películas. «El cine puede ser un escape del mundo, pero también una ayuda para lidiar con un mundo incierto», destaca el escritor y profesor universitario, que analiza en profundidad una treintena de filmes. «Este libro no es personal en el sentido de que esté escrito en primera persona, pero sí lo es en cuanto a que pienso que el cine nos da motivos de esperanza, sobre todo en la cuestión del sentido y de Dios».
No se aleja el autor de películas incómodas o de las que se visionan «como un puñetazo», ya sea Calvary o La gran belleza: Son películas muy poéticas, que más que darnos una respuesta tajante o impuesta nos invitan a seguir, profundizar y pensar… y nos reconcilian con el mundo, pero no del modo fácil: exigen más esfuerzo».
El autor cita la Biblia, a los padres de la Iglesia, a teólogos como Joseph Ratzinger y Roman Guardini y a los míticos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, pero también a Simone Weil y su «A la espera De Dios», a Flannery O’Connor (cuyo anhelo era desmontar la falsa idea de Dios que todos tenemos), Inmanuel Kant, Soreen Kierkegaard o Viktor Frankl. «Leí un libro de los años 60 que se llama Dios en el cine, pero necesitaba darle una vuelta y revisar las películas de los últimos años. Son apasionantes por su potencia visual y por las inquietudes y preguntas que generan», afirma Alzola.
«Una de las grandes virtudes de este libro es que te abre horizontes. Te permite salir de tus prejuicios. La cinefilia ha sido siempre diálogo, y diálogo con la gente más diversa. Los espacios de libertad, de cultura, de debate abierto incluso con gente con la que discrepas radicalmente es esencial. Yo he utilizado el cine para hablar de muchas cosas, y es un instrumento bárbaro», sentenció Torres-Dulce, que a pesar de todo sigue manteniéndose fiel a sus clásicos, como John Ford: «Puedo vivir sin Malick, pero no sin Rossellini».