Fiesta en la jaima: así ha sido la ceremonia de inauguración del Mundial de Qatar 2022

El estadio Al Bayt se encuentra a cincuenta kilómetros de Doha. El GPS pone que está en el municipio de Al Khor, pero en realidad es un estadio fastuoso emplazado en pleno desierto. Es este un desierto plano y sin dunas, un árido desierto de tierra cenicienta y matojos empecinados, que recuerda más a los Monegros que al Sáhara. Tiene el estadio Al Bayt forma de tienda beduina (bayt al sha’ar en árabe), como la que utilizaban los antiguos mercaderes cataríes que iban con sus camellos de aquí para allá, pero con unas dimensiones ciclópeas. Incluso su interior está recubierto de hermosas telas encarnadas, a lo mil y una noches.

Hay pocos estadios como este en el mundo, con un toque tan singular, ahora que casi todos parecen platillos volantes recién aterrizados en una ciudad cualquiera. Su diseño lleva la firma de Albert Speer junior, el hijo del célebre arquitecto nazi que se convirtió en el ministro de Armamento de Adolf Hitler. A Speer padre le cayeron veinte años en los juicios de Nüremberg y su hijo mayor, que heredó el nombre y el oficio, se pasó toda la vida tratando de separarse de la herencia del padre sin repudiarlo del todo. Muchas de las obras de Qatar 2022 llevan su impronta o la de su estudio, aunque Speer hijo falleció en 2017 sin verlas terminadas. Lo malo es que uno no pueda admirar la prodigiosa arquitectura del estadio Al Bayt inocentemente, haciendo como si nada, cuando se conocen las condiciones leoninas, cercanas a la esclavitud, de los trabajadores inmigrantes que contribuyeron a levantarlo. Después de este estreno mundial, tampoco parece muy claro su destino. Dicen que se reducirá su aforo a la mitad y que en el espacio libre se edificará un centro comercial y un hotelazo de muchas estrellas, aunque este sitio fastuoso esté alejado de cualquier cosa con un mínimo de atractivo turístico.

Sin embargo, hoy ha sido el gran día del estadio Al Bayt, su presentación en sociedad, con buena parte de sus 60.000 asientos ocupados, su aire acondicionado funcionando a tope y una colorista ceremonia inaugural, entre tradicional y futurista, retransmitida en los cinco continentes. Es este un Mundial extraño, celebrado en noviembre pero a 30 grados, en un país cuya legislación tropieza con los derechos humanos en varios puntos significativos.

Naranjito, en la ceremonia de apertura EFE

Probablemente eso explica la escasa representación de artistas de renombre internacional en la ceremonia de apertura, aunque solo unos pocos, como Rod Stewart o Dua Lipa, hayan declarado abiertamente su negativa «por motivos éticos». Ese puesto lo ha ocupado finalmente Jung Kook, miembro de una banda coreana de K-Pop, los BTS, que actuó junto al cantante catarí Fahad Al-Kubaisi. Aun reconociendo el impacto que entre los más jóvenes tienen los grupos surcoreanos de pop, difícilmente puede compararse su caché con el de las grandes figuras internacionales que han renunciado a cantar en el estadio Al Bayt.

Hace dos días Shakira negó que fuese a participar y hoy se ha descubierto que tampoco iban a estar sobre el césped los Black Eyed Pies o Robbie Williams, cuya presencia había sido objeto de insistentes rumores. Al menos Shakira sonó porque el disc-jockey Grayson Repp, encargado de animar del cotarro, puso alguna de sus canciones y los aficionados ecuatorianos se movieron al son del ‘hips don’t lie’. También sonó el ‘waka waka’ y hasta el ‘Alé, alé, alé’ de Ricky Martin, lo que no deja de ser curioso en un país que considera que los homosexuales padecen algún tipo de «daño mental». Los cataríes, sin embargo, parecían haber pillado sitio en la ópera y ni gritaban ni bailaban. Solo agitaron las banderitas y empezaron a chillar cuando entró el emir, aunque nunca se sabe el grado de sinceridad de esas efusiones.

A falta de Shakira estuvieron Morgan Freeman y el Naranjito, cada uno en su lugar. A Morgan Freeman, actor portentoso que ha llegado a interpretar a Dios, uno se lo imagina en cualquier sitio, pero resultó mucho más raro ver otra vez al Naranjito en un Mundial. A los organizadores se les ocurrió que sería buena idea reunir en el desierto a todas las mascotas desde Inglaterra 1966 y ahí apareció un Naranjito inflado, al lado de Gauchito (Argentina 1978) y Ciao (Italia 1990). Morgan Freeman, por su parte, estuvo acompañado por Ghanim Al Muftah, un emprendedor catarí que padece el síndrome de regresión caudal, una enfermedad rara que impide el desarrollo de la parte inferior del cuerpo. Al Muftah, que estudia en la Universidad de Loughborough, en el Reino Unido, y Freeman hablaron de respeto a las diferencias y de otras cosas igualmente admirables.

Al actor americano le tocó volver a salir a escena para glosar brevemente la belleza del fútbol al tiempo que se emitían imágenes con los primeros momentos del fútbol catarí, jugado sin muchas contemplaciones sobre la arena del desierto. Las palabras de Freeman antecedieron a la intervención del emir de Qatar, Tamim ben Hamad Al Thani, que concluyó con fuegos artificiales, el vuelo de la máscota, La’ebb, y el alzamiento en el centro del campo del símbolo indefinible de esta Copa del Mundo indefinible. Fue una ceremonia breve, de apenas media hora, que antecedió al primer partido de este campeonato, un Qatar-Ecuador que supone, además, el debut de la nación organizadora en un Mundial.