Firme estreno de Nadal

Da igual cómo llegue. París es París. Podrá llegar sin títulos en tierra, como este curso, o con tres, como en 2005, 2006, 2007, 2008, 2010, 2013, 2017 y 2018. Podrá llegar encendido en modo primavera, como casi cualquier año, o vestido de otoño, como en 2020, o con dudas, molestias y sin apenas preparación, como en este 2022. Este es el Rafael Nadal de París, el de los trece títulos, el de las tres derrotas y las 106 victorias -récord absoluto en un mismo Grand Slam, por encima de las 105 de Federer en Wimbledon-, 18 primeras rondas sin resbalones. Algunas de ellas incontestables como la de hoy, contra Jordan Thompson, en dos horas y dos minutos.

Hace tiempo que a Nadal no le inquieta el estreno en la Philippe Chatrier, pista con la que se alía, tan al detalle como la conoce. Aunque la tierra esté algo plomiza, techo descubierto en su partido, pero cerrado en los dos anteriores por la lluvia, controla el tempo y las distancias como nadie. No es un eufemismo decir que esta tierra es suya, nadie la controla ni la maneja como él. Los automatismos están ya adquiridos y la pelota corre limpia y certera. Bien de derecha bien de revés. Y con celeridad, pues hace ya tiempo también que Nadal acorta tiempo al tiempo en pista, consciente de que pasa por él y son siete partidos, ahora seis, los que debe gestionar para morder el decimocuarto título en su patio de recreo particular.

Ya no acecha cuando el set declina sino que ataca con furia desde el inicio. Derriba la poca consistencia que presenta el australiano con derechazos imbatibles, y el rival ayuda con errores ante quien no tiene demasiado con lo que hacer frente al número 5 del mundo, pero 1 desde luego en París. Por eso se enfada Nadal en los pocos errores no forzados que comete ante el australiano, 82 del mundo. Gestos airados porque no quiere estar en pista más tiempo del necesario, ese pie izquierdo que lo martillea desde 2005 le reclama descanso porque vendrán cotas más exigentes.

Pero también hay espacio para la sonrisa incluso. Nadal se siente como en casa en la Chatrier y se permite lanzar la raqueta a ver si caza la pelota a tres metros en el aire. Es su casa, y Thompson, un invitado que solo le distrae cuando se queja de unas luces en los fondos. Pero para esos momentos, Nadal domina a su merced el juego, la velocidad, sobre todo, la mente de su rival. La imagen que ilustra lo que es jugar contra este Nadal parisino es un Thompson apoyado en la red, cabeza gacha, agotado, impotente. Ha pasado set y medio y un punto en el que el español ha llegado a todas las bolas que se ha podido inventar y alguna más, de lado a lado, del fondo a la red, de derecha y de revés. Su mente colapsa, su físico se queda, sonríe Nadal, impertérrito, incansable. Ni una duda.

Thompson cambia el rumbo, se atreve con saque y red y le crecen los agujeros en la subida; impacta con velocidad y la pelota le regresa al doble; busca los ángulos y todavía hay más grados en la respuesta; intenta el fondo y le crece por su lado; consigue un buen efecto y la que recibe ni bota. Solo encuentra premio cuando Nadal se trastabilla. Tres errores para ceder su turno de saque con 4-2, pero se corrige de inmediato para desesperación de Thompson, que se lleva un aviso por lanzar, pura rabia e impotencia, una pelota fuera del estadio. Después lo pagará con la raqueta.

Es lo que consigue el balear cuando juega cómodo, en casa, en esta Chatrier y en este Roland Garros que le rinde honores de lo que es, una leyenda, estatua de plata en la entrada del recinto, huellas de todos sus mordiscos en las paredes y en la tierra. Sobre todo, en las heridas que se llevan los rivales, este Thompson desesperado. No hay sangre en ellas, pero sí la cicatriz de intentarlo todo y no conseguir apenas nada. Otros dos juegos de orgullo en el tercer set, su premio de consolación. Es el estreno y es el 82 del mundo, es verdad, pero Nadal ya enseña buenas maneras. ¿Dudas? Esto es París y las borra con la misma confianza y aparente facilidad como borra las líneas antes de sacar. Siguiente paso, Corentin Moutet.