La semana pasada, el Parlamento italiano confirmó que Sergio Mattarella seguirá siendo presidente durante otros siete años, mientras que Mario Draghi continuará como primer ministro y Giuliano Amato será nombrado presidente del Tribunal Constitucional. El efecto más visible e inmediato de este proceso es haber reforzado las instituciones italianas con tres líderes de probada experiencia y capacidad.
Eso sí, no fue tarea fácil. Todo lo contrario, los ‘grandes electores’ con derecho a escoger al jefe del Estado -las dos cámaras del Parlamento y los delegados regionales- tardaron casi una semana y ocho sesiones plenarias en pedir finalmente a Mattarella que permaneciera en su puesto.
Draghi era en cierto modo el candidato más adecuado para la presidencia, pero dos cuestiones políticas fundamentales impidieron su nombramiento. La primera fue el hecho de que su elección como presidente habría provocado una crisis política, la formación de un nuevo gobierno y, probablemente, unas elecciones generales anticipadas (adelantando una votación prevista actualmente para junio de 2023). La segunda fue el papel de Draghi como garante de la relación de Italia con la Unión Europea, incluso en el diseño y la aplicación del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia de Italia, que depende en gran medida de la financiación de la UE. Debido a estas dos consideraciones, la mayoría de los votantes acordaron pedir a Mattarella que aceptara un segundo mandato, confirmando implícitamente que Draghi seguiría siendo primer ministro.
El voto tiene varias implicaciones internacionales. La primera es que Draghi ayudará a garantizar que Italia haga un buen uso de los fondos de Next Generation EU, el plan de recuperación de la Unión. El país necesitará un gobierno estable y un líder respetado internacionalmente si quiere conseguirlo. Si no juega bien sus cartas, Italia perderá una oportunidad sin precedentes de revitalizar su economía.
En segundo lugar, Draghi es importante para el equilibrio de poder entre los Estados miembros de la UE. Una coalición de Francia, Alemania, Italia y quizás España tiene el potencial de liderar una recuperación económica y política de la pandemia del covid-19 que asegure el futuro de Europa. Pero esto requerirá estabilidad política y continuidad, que son particularmente esquivas en un momento en que Alemania tiene un nuevo gobierno y el presidente francés Emmanuel Macron busca la reelección. Ahora que es probable que Draghi siga siendo primer ministro hasta las elecciones de 2023, hay menos motivos para preocuparse por la inestabilidad originada en la tercera economía de la UE.
En tercer lugar, en una época de creciente competencia entre las grandes potencias, el gobierno de Draghi tiene la oportunidad de dejar su impronta en los foros multilaterales sobre diversas cuestiones urgentes. Por ejemplo, con Rusia desafiando la seguridad, el acceso a la energía y la cohesión política de Europa, el gobierno italiano podría tener un papel importante en el fortalecimiento de la unión como actor soberano. Gracias a sus fuertes lazos comerciales se considera que Italia tiene relaciones preferentes con Rusia. El 42% del gas que Italia importa procede de Rusia. Sin embargo, Draghi tiene un compromiso mucho mayor con el multilateralismo y la relación transatlántica que algunos de sus predecesores recientes. Por ello, está relativamente bien situado para lograr un equilibrio en la relación Italia-Rusia, lo que también será importante para los esfuerzos de Roma por abordar cuestiones como la crisis de Libia.
A juzgar por las últimas encuestas, unas elecciones anticipadas habrían dado lugar a un gobierno euroescéptico de centro-derecha liderado por la Liga y los Hermanos de Italia (a pesar de las recientes divisiones entre ambos partidos). Sin embargo, a no ser que se produzca una importante remodelación, el Gobierno de Draghi debería permanecer el tiempo suficiente para poner en marcha los proyectos de los fondos de recuperación europeos, promover la estabilidad en la región mediterránea y ayudar a abordar varios retos que la UE ha descuidado durante demasiado tiempo, como la reforma de su política migratoria y las normas fiscales. En todas estas cuestiones, es probable que Italia tenga que buscar el apoyo de sus socios europeos para sacar adelante sus propuestas y proporcionar a cambio apoyos similares. El Gobierno de Draghi tiene la credibilidad política y la estabilidad constructiva que Italia necesita para acelerar la integración europea y fortalecer la soberanía de la Unión Europea.