Pedro Sánchez quiere centrar la segunda mitad de la legislatura. Sin renunciar de forma fundamental a ninguna de sus líneas maestras, el presidente del Gobierno viene reforzando en las últimas semanas la idea de un Gobierno volcado en la gestión y en los «problemas reales» de la población. Y en el que se habla mucho más de «acuerdos que trasciendan bloques ideológicos». En esos términos se refirió Sánchez al acuerdo de la reforma laboral pactado con sindicatos y patronal.
La parte absolutamente troncal para La Moncloa en lo que resta de mandato es intentar que trascienda a la opinión pública la idea de mejora real de la economía. Y que el presidente del Gobierno pueda comunicarlo en primera persona.
Aunque la frialdad es una crítica recurrente a Sánchez incluso dentro del PSOE, en Moncloa hablan de «recuperar la autenticidad» y de «volver a su ser» porque Sánchez «es cercano». En los últimos días Moncloa ya ha montado actos de novedoso formato en los que el presidente se ha reunido con pensionistas o con jóvenes para hablar sobre el acceso a la vivienda. En el Gobierno se defiende que se trata de una agenda «de izquierdas muy marcada». Mencionan el Salario mínimo, el Ingreso Mínimo Vital, las pensiones o la Ley de Formación Profesional. Pero sí reconocen que a partir de ahí buscan «la centralidad» trasladando una imagen de pactos y de diálogo. De ahí los mensajes de estos días atrás de «ensanchar mayorías».
El Gobierno intenta abrir el foco para llegar a electorados más allá del tradicional que el PSOE está logrando desde 2015. Y lo hace porque creen que el espacio izquierdo está consolidado entre los dos partidos de la coalición. Y que, en cualquier caso, Sánchez tiene ya buenas valoraciones de los electores de izquierda. Los recientes acuerdos con la patronal empresarial o con la Conferencia Episcopal son pactos de mínimos para el votante más de izquierdas, pero Pedro Sánchez quiere proyectarlos como ejemplo de un Gobierno que dialoga. Aunque la falta del mismo sea lo que más le acusa la oposición. Incluso sus propios socios. En este camino juega también un papel importante para Moncloa la relación con la Comisión Europea, en clave fondos europeos.
Los datos que maneja La Moncloa apuntan a que la «estabilidad» es ahora mismo un valor. «La trifulca política está penalizada», insisten fuentes gubernamentales. Ahí se asienta la idea de Pedro Sánchez tiene de agotar la legislatura. Y que eso será un activo en electorados menos ideologizados. En las filas socialistas se trabaja con especial atención en los datos cualitativos del electorado que va desde el centro hacia la izquierda. Y es ahí donde afloran dudas. En dos direcciones. En primer lugar sobre el nivel de movilización del electorado socialista y en segundo término sobre la capacidad de penetración en electorados vinculados desde 2015 a Ciudadanos.
El PSOE viene naufragando de forma persistente en el intento de pescar en esos caladeros. Se vio en la repetición electoral de noviembre de 2019. Se corroboró en las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid del pasado mes de mayo. Ni siquiera puede hablarse de una recuperación de voto en el caso de Cataluña. Aunque se ha convertido en un lugar común que incluso en privado han incorporado a su discurso algunos dirigentes socialistas, ABC diseccionó el pasado lunes el resultado del PSOE en las cuatro elecciones autonómicas que se han celebrado desde que los socialistas gobiernan con Unidas Podemos y con apoyo de fuerzas separatistas. Y la conclusión no es positiva para los socialistas. Ni siquiera en Cataluña. En esas elecciones el PSC ganó unos 50.000 votos cuando Ciudadanos perdió en torno a 1 millón de votos. Además los comunes se dejaron más de 100.000 votos. ¿Ha vuelto el votante naranja a los socialistas catalanes? Rotundamente no. Y eso que, allí sí, la composición tradicional del votante de Albert Rivera primero y de Inés Arrimadas después sí tiene un importante origen socialista.
Peligroso estancamiento
Este diagnóstico lo hacen en Moncloa y Ferraz las personas con más trayectoria y que son reacios a dejarse llevar por visiones triunfalistas. Una sensación de cierta incomprensión. Hay una defensa cerrada y generalizada a la acción del Gobierno. Especialmente de las medidas económicas de respuesta a la pandemia. Pero a la vez no se oculta que los datos no vislumbran un crecimiento. Tampoco un desplome, se consuelan en el PSOE, donde sí se reconoce un estancamiento. Las perspectivas no son prometedoras en el corto plazo. Ni en Castilla y León ni en Andalucía.
¿Por qué entonces persisten los socialistas en esa estrategia? Todas esas imágenes con Ursula Von der Leyen, Juan José Omella o Antonio Garamendi buscan presentar al presidente como una figura menos asociada exclusivamente a la izquierda. Su figura está muy condicionada a la coalición con Unidas Podemos y a las alianzas con ERC y Bildu. Los socialistas entienden que es el flanco por donde pueden crecer si no quiere conformarse con estancarse en sus resultados habituales.
Es unánime en el PSOE que Pablo Casado es un mal candidato para el PP y que mientras la relación de fuerzas con Vox sea la actual, habrá muchos votantes que duden si votar al PP. Mientras que el ejemplo de un Gobierno de coalición PSOE-UP en el que el peso ha sido socialista actuaría en la dirección opuesta. También se reconoce en privado que es una forma de taponar los intentos de Yolanda Díaz de representar una candidatura transversal que capte votantes de perfil más centrista.
El 10 de noviembre de 2019 Ciudadanos logró 1,6 millones de votos. Se manejan desde entonces encuestas postelectorales que apuntan a que 1 millón de sus votantes se quedaron en casa, como la que publicó GAD3. Mientras, 1,4 millones de votos se fueron a PP y Vox. Al PSOE lo hicieron menos de 200.000. Pero los socialistas trabajan sobre el millón de abstencionistas y el millón y medio que todavía votaron a Cs. Creen que si no se fueron a la derecha en su momento ahora pueden no hacerlo con Vox tan fuerte en la ecuación. Más de 2,5 millones de votos que el PSOE no puede asumir que se marchen automáticamente y de forma masiva al PP. Porque hacerlo sería asumir que en la próxima cita electoral La Moncloa está perdida.