Casado se arrebata

Los diputados del PP aplauden con un entusiasmo distinto, operístico. En eso son los mejores. Tras una intervención de García Egea, dos de ellos decidieron que no era bastante con aplaudir. Sin dejar de batir las palmas, uno miró al escaño contiguo con ojos que parecían decir ¡cómo ha estado!; el otro le devolvió la mirada certificando lo extraordinario: cumbre, ha estado cumbre.

La moral de la oposición está alta, y en la sesión de control pareció altísima porque Casado, frisando lo iliberal, dijo «coño». Tras haber pactado algunas cosas con el PSOE, Casado ha roto a populista y dice tacos. Inició la mañana como los equipos alemanes comienzan los partidos: volcado, enérgico, atosigante, con la presión muy alta, como si en lugar de empezar la sesión estuviera acabando. Casado ha decidido jugar a biorritmo cambiado. «Pero ¿cuántos cafés lleva usted, señor Casado?», respondió Sánchez con sorna y no poco regocijo.

Porque Casado le preguntó por el niño de Canet, por todos los niños de los que el gobierno se olvida, pero antes por la ley de pandemias, por supuesto, que es como su niño particular, y preguntar por muchas cosas es la mejor manera de que no respondan a ninguna. El efectismo facilita además el escaqueo. Sánchez se acogió a ese ‘coño’ para encogerse de hombros (ven, así no se puede), igual que al responder a Arrimadas le reprochó haber comparado Canet con el apartheid sudafricano. Cualquier ayuda era buena para irse sin dejar más que unas breves palabras de protocolaria solidaridad con la familia de Canet, entre dientes, como para que no las oyesen sus socios.

A quien sí responde Sánchez es a Aitor Esteban, o mejor, Aitor-No soy sospechoso de ser poco institucional-Esteban, que con cariño y condescendencia euskopatriarcal le riñó porque el Tribunal Constitucional y el de Cuentas aun no son del todo de su agrado («Y de la corona ya hablaremos…»). Sánchez aprovechó esa intervención para completar la salida apuntada en la réplica a Casado: aquí hace falta normalidad institucional y democrática, lo que lleva implícito el reconocimiento de una anormalidad anterior. ¿Qué es la normalidad? Sánchez la detalló. Consiste en gobernar los cuatro años, que le aprueben los presupuestos aunque sea Bildu, que el PP renueve el CGPJ saliendo de su «insumisión constitucional», y que «derecha y ultraderecha asuman su condición de minoría». Sánchez le marca el camino a la población: vacunación, y a la oposición: sumisión constitucional y de la otra.

Además del antagonismo un poco teatral entre Sánchez y Casado, la sesión de control despierta otras rivalidades, duelos que se van enconando. Es interesante el que mantienen Macarena Olona y Yolanda Díaz por la cuestión del obrero. Olona alerta sobre los retrasos en los pagos del ERTE del mes de diciembre. «¿De que van a vivir esas familias, ministra comunista?». También preguntó por el derecho de huelga, en qué queda si los sindicatos se dedican a proteger a la ministra en lugar de salir a la calle. «Solo los juguetes lo tienen garantizado». Si Díaz había citado el Evangelio contestando a Egea, Olona, sin mencionarlo, citó a Julio Anguita. «Un pueblo sin dignidad se pone de rodillas y termina sin comer». ¿Le molesta a la izquierda que Olona lo nombre? Pues dos tazas. De forma estudiada, y con las elecciones andaluzas de fondo, Diaz le replicó enfrentándola a los aspectos liberales del programa de Vox. ¿Los aceptará el obrero? «Le garantizo que jamás van a gobernar en este país», aseguró la ministra, «pero si llegaran a hacerlo, ustedes sí iban a tener huelgas y movilizaciones masivas». Quod erat demonstrandum: la normalidad institucional.