Azcón, entre la capital y Aragón

El miércoles por la noche salía Jorge Azcón de la sede del Partido Popular en la calle Ponzano con el discurso del día siguiente bajo el brazo. «Aún no me lo he aprendido», decía risueño el alcalde pese a que la cita ulterior, el Debate sobre el estado de Zaragoza, suele ser la más importante del año para los munícipes. No lo era en esta ocasión, toda vez que acababa de presentar su candidatura a presidir el PP de Aragón en un acto que tuvo más boato que la despedida de su predecesor cinco días antes y en el que, de paso, dejó adivinar los vientos de cambio que llegarán al PP, que quedará obligado a mover piezas en cualquier caso.

Luis María Beamonte se fue entero pero apagado en la triste ceremonia del adiós. Azcón llega como un torbellino voraz. «Con hambre de triunfo», repite el alcalde. Tanto es así que bien parece a buenos ratos que habla ya cual líder del partido conservador en la comunidad. No lo hace con intención, al menos no lo parece. Bien sabe él, sin embargo, como todos los que fueron a respaldar su candidatura, que en una docena de días será el líder de facto del PP (hasta el 18 de noviembre a las 12 de la noche se pueden presentar candidaturas), a falta de que le den legitimidad un mes después en el congreso popular.

Un día después de Ponzano a los grupos de la oposición en el ayuntamiento les faltó tiempo para hablar de «alcalde a la fuga». Todos coincidieron en que Azcón se va. Los hay bien convencidos de que eso será así, que pronto dejará el cargo. En el PSOE, por ejemplo, donde admiten que el robustecimiento del alcalde preocupa en términos electorales, pese a que el regidor despeje con facilidad las incógnitas que se abren sobre su futuro. «Pierdan toda la esperanza de que me vaya, no tengo ninguna intención», zanjó tras las andanadas de la oposición.

Hay alcalde para rato, vino a decir Azcón, que cuando sea proclamado presidente del PP aragonés deberá asumir la principal responsabilidad orgánica de su partido. No es poca cosa. Puede que su formación no esté deshecha como otras, pero el líder conservador tendrá que redoblar esfuerzos para tratar de revitalizarla.

Así las cosas, el escenario político se avecina bien diferente en 2022, con los partidos de centro desvencijados y otros en modo insustancial. A falta de saber qué será de la estrategia de refundición de la izquierda, que trabaja en aglutinar ideas mientras el PSOE mueve sus piezas y ya lanza mensajes directos como el de recuperar el principal sillón de la ciudad. El recado de ayer de Pedro Sánchez para que su partido recupere la alcaldía iba dirigido directamente a Azcón, que quedará obligado a dividir sus fuerzas en dos escenas distintas.

¿Por qué dispara el PSOE hacia Zaragoza? Más allá de la importancia de la capital, seguramente porque hasta ahora estaba muy cómodo en su gestión de Gobierno. No veía un rival, un modelo de partido o una figura que pudiera hacer sombra al establishment de Javier Lambán. Aparece aquí Azcón, un político que, más allá de gustos, derrocha carisma, capacidad de liderazgo y proyección nacional. En resumen, es un enemigo serio, de otra altura. Entienden los socialistas con buen criterio que hay que combatirlo en los dos frentes.

Claro que Azcón insiste en que no se va del ayuntamiento. También lo dicen en el PP, aunque añaden un «de momento». En el matiz temporal se halla el hecho de que el futuro, admiten, no está decidido. Ese debate sobre el porvenir del primer edil llegará internamente, y no se va a producir este año ni en el primer semestre del que viene, aseguran.

Azcón, en todo caso, no es hoy en día el único candidato conservador posible para optar al Gobierno autonómico, decisión en la que mucho tendrá que ver Pablo Casado. Eso al menos garantizan algunas fuentes, que añaden que a los otros no hay que buscarlos ni en las Cortes de Aragón ni en el Ayuntamiento de Zaragoza. Aquí sobresale María Navarro, mano derecha del alcalde y figura muy bien valorada. En su caso, no obstante, le ven un perfil más adecuado para tomar las riendas del consistorio en caso de que Azcón cambie de dirección, no mire a Madrid y decida medirse con Lambán, con quien por cierto mantiene una cordial relación. Aunque su rivalidad política sea absoluta, en ambos se percibe el respeto por el contrario.