Al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, se narra que en la primera comunidad de Jerusalén, educada por el Espíritu Santo en la vida de oración, los creyentes «acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones (Hch 2, 42).
El Espíritu Santo, Maestro interior de la oración cristiana, educa a la Iglesia en la vida de oración, y la hace entrar cada vez con mayor profundidad en la contemplación y en la unión con el insondable Misterio de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Las formas de oración, tal como las rebelan los escritos apostólicos y canónicos, siguen siendo normativas para la oración cristiana.
Las formas esenciales de oración cristiana son la bendición y la adoración, la oración de petición y de intercesión, la acción de gracias y la alabanza. La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración.
La bendición es la respuesta agradecida del hombre a los dones de Dios: Nosotros bendecimos al Todopoderoso, quien primeramente nos bendice y colma con sus dones.
La adoración es la prosternación del hombre, que se reconoce criatura ante su Creador tres vecesa santo.
La oración de petición puede adoptar distintas formas: petición de perdón o también súplica humilde y confiada por todas nuestras necesidades espirituales y materiales; pero la primera realidad que debemos desear es la llegada del Reino de Dios.
La intercesión consiste en pedir en favor de otro. Esta oración nos une y conforma con la oración de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres, en particular por los pecadores. La intercesión debe extenderse también a los enemigos.
La Iglesia da gracias a Dios incesantemente, sobre todo cuando celebra la Eucaristía, en la cual Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hace partícipe a la Iglesia de su acción de gracias al Padre. Todo acontecimiento se convierte para el cristiano en motivo de acción de gracias.
La alabanza es la forma de oración que, de manera más directa, reconoce que Dios es Dios; es totalmente desinteresada: canta a Dios por sí mismo y le da gloria por lo que Él es.
A través de la Tradición viva, es como en la Iglesia el Espíritu Santo enseña a orar a los hijos de Dios. En efecto, la oración no se reduce a la manifestión espontánea de un impulso interior, sino que implica contemplación, estudio y comprensión de las realidades espirituales que se experimentan.
Las fuentes de la oración cristiana son: La Palabra de Dios, que nos transmite «la ciencia suprema de Jesús» (Flp3,8); la Liturgia de la Iglesia, que anuncia, actualiza y comunica el misterio de la salvación; las virtudes teologales; y las situaciones cotidianas, porque en ellas podemos encontrar a Dios.
«Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente. Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi corazón que lo repita cada vez que respiro» (San Juan María Vianney).