Casado se juega blindar su liderazgo en la pelea con Vox

Cataluña decidirá el futuro de la estabilidad del Gobierno de coalición. Pero también servirá como un test para el centro derecha una vez que sus partidos han optado por convertir las elecciones en una arena más de la batalla nacional. Ciudadanos (Cs) es el que más tiene que perder, pero le queda una posibilidad, o a eso se agarran en su dirección, para contener el golpe de la caída que le auguran todas las encuestas. Esa posibilidad es que se confirme el peor de los escenarios para los socialistas, un obligado entendimiento entre las fuerzas independentistas, al margen de cuál sea el orden de los factores, si primero los de Oriol Junqueras o primero los de Carles Puigdemont. Y que esto les permita volver a hacerse valer en el Congreso de los Diputados como cuando fueron imprescindibles para el Ejecutivo de Sánchez para mantener el estado de alarma.

Si ERC queda en manos de Puigdemont, después de ir a una campaña en la que los republicanos se sienten traicionados por los socialistas, la gobernabilidad «volvería a depender de nosotros»: y éste es el único salvavidas que le puede quedar a Arrimadas en la nueva etapa que se abrirá tras los comicios del 14-F. Para el centro derecha las cuentas catalanas se hacen mirando más a Madrid que a la expectativa de que una posible victoria socialista, y una mayoría constitucionalista, les convirtiera en protagonistas del cambio que predican en sus discursos.

La hipótesis de que Salvador Illa, el ex ministro de Sanidad, pueda sumar con PP y Ciudadanos no aparece, de momento, en ninguna de las encuestas. Ahora, de producirse ese escenario, es verdad que Vox es un factor impredecible en su comportamiento, pero populares y naranjas sí estarían obligados a negociar su apoyo a Illa, o al menos a hacer el gesto, si éste se presenta a la investidura.

Pero antes de avanzar por esta vía, el candidato socialista debería explorar e intentar forzar el acuerdo con los republicanos y los comunes, de los que depende, a su vez, la gobernabilidad de Sánchez en Madrid. En resumen, como dice un ex ministro del PP ahora dedicado a la actividad privada, «por cálculo o por desistimiento, el constitucionalismo ha planteado otra vez las elecciones en Cataluña en los mismos términos que el secesionismo, se ha fijado sólo en la parte de las elecciones que tiene que ver con votar y con obtener el poder, en su caso, en Madrid, no en la Generalitat».

El líder del PP, Pablo Casado, se ha echado la campaña a las espaldas porque sabe que en lo que digan las urnas se medirá mucho más su liderazgo que el del candidato de su partido, Alejandro Fernández. Los escaños que saque el PP dirán cuál es la fuerza de Casado, y, además, frente a Santiago Abascal. En el País Vasco fracasó la apuesta por la coalición con Ciudadanos. Ahora Casado ha optado por imponer la estrategia opuesta, en un camino que no tiene marcha atrás hasta las próximas elecciones generales. Del España Suma, el bloque del centro derecha ha evolucionado a prácticamente romper relaciones entre ellos a nivel nacional. La «victoria» de Casado en Cataluña no pasa tanto por obtener un digno resultado como porque no lo consiga Abascal. Desde la moción de censura, la relación política y personal entre los dos está rota, aunque estén obligados a guardar las formas a nivel autonómico para no espantar a sus respectivos electorados. En el 14-F, los verdes quieren devolverle a Casado el golpe de éste en la moción de censura que presentaron contra Pedro Sánchez, y las dos partes saben que, si Vox consigue entrar con relativa fuerza en el Parlamento catalán, con quedar a uno o dos escaños del PP, sin llegar al sorpasso, ya sería suficiente, habrían conseguido desestabilizar internamente a Casado a nivel nacional.

Abascal conoce muy bien al PP, viene de ahí, y se sabe también perfectamente las debilidades y fortalezas de su alter ego en el encaje interno de la organización popular. Casado está reordenando el partido para aumentar sus resortes de control, pero no tiene capacidad para «limpiar» a su gusto las estructuras autonómicas de poder: Galicia, Andalucía o Castilla y León. Aunque quiera, que lo querría. Y en estas estructuras que no controla, pero también en las que sí ha empezado a controlar, advierten que la posibilidad de que Vox consiga los resultados que le auguran algunas encuestas sería una señal de alarma que abre debates que no están del todo enterrados. Sobre estrategia, e incluso sobre liderazgo. También está la versión opuesta, los que dicen que con la subida en Cataluña, entre o no entre Vox en el Parlamento autonómico, Casado ya habrá dado otro paso adelante porque de lo que se trata es de aguantar hasta que el colapso económico y social le conviertan en la única alternativa útil de la derecha para echar a la coalición de Sánchez e Iglesias del poder.

Por tanto, para Casado estas elecciones son un termómetro de su apuesta estratégica para debilitar a quien hoy es su principal adversario en la carrera hacia La Moncloa, que no es el PSOE, sino Vox. Y para Vox son el mecanismo para devolverle directamente a Casado el golpe que le dio a Abascal en la moción de censura.

Si se habla con quienes no se juegan nada en estas elecciones, dirigentes actuales del Partido Popular o de Ciudadanos que están en la política territorial, hay un mismo lamento: no hay agenda constitucionalista en Cataluña.