Llegan las malas notas a casa … y ahora, ¿qué?

Estos días los niños y niñas de España traerán las notas a casa y a más de un padre se sorprenderá. ¿Qué ha pasado? Se preguntarán, ¿es que el niño no ha estudiado lo suficiente? ¿no hemos estado todo lo pendientes que deberíamos? ¿es que el profe le tiene manía?. Los expertos de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles (AMEI-WAECE) recuerdan que hay que valorar el esfuerzo realizado por encima de las notas.

Juan Sánchez Muliterno, presidente de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles (AMEI-WAECE), asegura que la clave está en educar el valor del esfuerzo desde la primera infancia que es el momento en el que se forma la personalidad del niño y sus valores. Además debe entenderse la etapa de educación infantil como el momento en el se debe centrar el foco en el desarrollo integral del niño. En palabra de Sánchez Muliterno «no se trata solo de que aprendan a leer o a escribir, se trata de ofrecer una educación integral y de calidad que consiga poner unas bases sólidas para el futuro del niño».

Los expertos recuerdan que los hijos son más que un simple número, sobre todo porque la bondad, la amistad, la empatía, la autoestima, la tolerancia o el respeto… son valores tan necesarios para el éxito y la convivencia pacífica que no se pueden cuantificar.

Poca valoración del esfuerzo: un problema social

Según los expertos de Amei-Waece, algunas de las carencias que observamos en las nuevas generaciones son la fuerza de voluntad y el esfuerzo. «Habitualmente oímos mensajes sobre la necesidad de esforzarse para conseguir metas en la vida, sin embargo, la sociedad del consumo y el bienestar transmite ideas subliminales en sentido contrario. Parece que la calidad de vida se puede conseguir sin trabajo y los niños van creciendo sin desarrollar la capacidad de esfuerzo que les ayuda a afrontar los retos y las dificultades que plantea la vida. Las consecuencias pueden verse en la ausencia de entusiasmo, la falta de valoración de las cosas, lo poco que disfrutan de lo que tienen, el conformismo o inconformismo constantes, etc.», indican.

Hoy, prosiguen, más que nunca, «es necesario fomentar la capacidad de autocontrol de los niños para que sean capaces de soportar los esfuerzos que exige la vida en sociedad. Muchos padres, por un amor mal entendido, procuran evitar a sus hijos las dificultades que ellos tuvieron que superar en su infancia. Esto conduce a la sobreprotección y a ofrecerles una vida cómoda donde no deben realizar esfuerzo alguno para obtener lo que desean. Cuando los pequeños crecen sin haber luchado por las pequeñas cosas cotidianas, es posible que terminen convirtiéndose en adultos mediocres, débiles, desordenados, inconstantes, caprichosos, incapaces de cumplir una tarea seria y de marcarse objetivos en la vida y cumplirlos».

Además aseguran que la fuerza de voluntad y el esfuerzo se entrenan día a día, «convirtiendo los comportamientos en hábitos y con la habituación disminuye la sensación de esfuerzo. Cuando el niño es capaz de comprender por qué debe hacer algo y siente motivación para hacerlo, el hábito del trabajo y el esfuerzo se convierte en valor que dirige su conducta y sus decisiones en la vida».

La obediencia o el castigo son ineficaces

Pero, advierten desde Amei-Waece, no se fomenta este valor cuando los padres imponen y el niño simplemente obedece. «Inculcar la obediencia es necesario para que el pequeño de cauce a sus capacidades en vez de seguir los impulsos de sus caprichos y apetencias. Pero también es preciso que el niño se sienta motivado y de ese modo surja la disposición para el esfuerzo necesario que le conduzca a lograr la meta propuesta. Los motivos más valiosos para el niño pueden ser la aceptación y aprobación de los padres y maestros, la valoración social en general, lo atractiva y placentera que puede resultarle la actividad a realizar, el orgullo por los logros propios, etc».

A través de una exigencia y firmeza adecuadas, explican estos docentes, «los padres pueden desarrollar la capacidad de trabajo y esfuerzo del niño, estimulando al mismo tiempo valores tan importantes como la fuerza de voluntad, la constancia, la paciencia, la perseverancia, la resistencia a la frustración, la responsabilidad, etc. Si el niño comprende el sentido o finalidad de la exigencia del adulto, si ésta responde a sus intereses o necesidades, si puede participar en su planificación, si tiene confianza de poder cumplirla y se compromete a desarrollarla, la exigencia genera motivación. Sin embargo, la imposición de una exigencia del adulto, la amenaza y el miedo a las consecuencias del incumplimiento, no generan motivación alguna para el niño, ni promueven su disposición para esforzarse».

El esfuerzo, resultado de la educación en valores

El trabajo y el esfuerzo «no forman parte de la herencia genética, son valores que precisan desarrollarse», advierten desde Amei-Waece. «Los padres acompañan y ayudan al niño en su aprendizaje facilitando un ambiente familiar seguro, afectivo, alegre y motivador. En este ambiente, el ejemplo de los padres es primordial. El niño aprenderá a esforzarse si observa la alegría con que los adultos se esfuerzan por cumplir bien su trabajo. Si, por el contrario, sólo escucha a los padres quejas, excusas y lamentaciones al tener que trabajar por obligación, el niño aprenderá a hacer lo mismo», concluyen.