Menos monos, señores del PSOE

Señores del actual PSOE, no traten de engañarnos. No nos digan que la actitud provocadora y bronquista de sus socios de Gobierno, es decir, de los diputados de Unidas Podemos es el síntoma de su nerviosismo creciente porque los sondeos les auguran una notable merma de los ya reducidos apoyos obtenidos en las elecciones de noviembre. Y, sobre todo, no nos lo digan como si todo eso no tuviera que ver con ustedes, como si fuera una cosa ajena a los socialistas.

Y digo que no nos engañen porque hasta el momento no hemos escuchado de miembros del Gobierno otra cosa que la repetición constante de que ese Gabinete es una piña, todos a una, unidos en el destino compartido de transformar esta sociedad. Nos han dicho hasta la saciedad que, a pesar de lo que publican un día sí y otro también los medios de comunicación, no hay discrepancias en su seno sino tan sólo los deseables y enriquecedores debates en el interior de un grupo que está muy bien cohesionado.

De manera que no nos vengan ahora a desmarcarse de la estrategia camorrista y provocadora de los ministros de Podemos, empezando por el vicepresidente, continuando por su señora ministra y terminando por los más relevantes representantes de ese partido en el Congreso de los Diputados.

Estrategia de la que en ningún momento se han apartado, han corregido y mucho menos desmentido. Y que, al contrario, les ha venido muy bien al presidente, a su portavoz y a muchos de sus ministros, que se han subido al carro de los ataques no sólo a los partidos del centro y la derecha, sino a todos los que discreparan de la gestión del Gobierno, calificados genéricamente como ultraderechistas o directamente fascistas y siempre, siempre, crispadores contrarios a los intereses del país.

La estrategia es, pues, la misma sólo que en el caso de Podemos se le ven más las costuras porque son más groseras y a sus provocaciones se les descubren las intenciones con más facilidad. A la vicepresidenta Carmen Calvo, por ejemplo, no se le ocurriría decir a un diputado de Vox, aunque lo pensara, que su partido desea que se produzca un golpe de Estado pero no se atreve. Se supone que a lo que no se atreve es a darlo o puede que no se atreva a alentarlo, que eso no lo aclaró el señor vicepresidente.

Pero la realidad es que al presidente del Gobierno le viene de perlas que su muy apreciado socio le caliente el hemiciclo y la calle porque eso le permite acusar a una oposición, que suele reaccionar torpemente intentando devolver el golpe, de insolidiaria y, sobre todo, de crispadora. Y por supuesto, de mortalmente inclinada a la ultraderecha, un argumento muy querido por Pedro Sánchez, que repite sistemáticamente en cada sesión de control y en cada pleno del Congreso.

De manera que no traten de poner ahora tierra por medio con la estrategia Podemos porque, o no había que creerles antes o no hay que creerles ahora. Lo que sucede es que ha resultado tan evidente que la intención de los dirigentes del partido morado es darle una patada a las instituciones constitucionales, empezando por el Rey -pero no el anterior, que es una mera coartada, aunque fundamentada, sino el actual y lo que el Jefe del Estado representa- ha resultado tan evidente, digo, que se han disparado ya todas las alarmas sobre las auténticas intenciones ocultas de este Gobierno de coalición.

Y no se puede decir que los ministros socialistas no hayan contribuido a crear esa alarma. La actuación de Fernando Grande-Marlaska y su equipo en relación al maltrato al que han sometido a la cúpula de la Guardia Civil ha sido rematada por el propio Pablo Iglesias y su sugerencia de desmilitarización del Instituto Armado, idea a la que también se ha sumado el ministro de Consumo, Alberto Garzón. Lo que faltaba para rematar la faena. Ha tenido que salir la ministra de Defensa, de cuyo departamento también depende la Guardia Civil, y que no puede disimular su profundo desagrado por lo que ha ocurrido con la destitución del coronel Pérez de los Cobos, a desmentir rotundamente la insinuación de su vicepresidente.

Porque, claro, el que habla en la rueda de prensa del Consejo de Ministros lo hace porque es miembro de ese Consejo, no porque sea líder de un partido, como Palo Iglesias pretendió colarnos este martes pasado. Y siempre que hable desde esa silla estará hablando en nombre del Gobierno. Eso es algo que no ignora ni él ni nadie dentro de ese Ejecutivo. Por eso el mensaje lanzado por él tuvo esa repercusión, que si lo hubiera lanzado en uno de los mítines de su partido no la habría tenido.

Y no digamos nada del caso de la investigación paralela que la Fiscalía del Supremo se dispone a hacer antes de rebotar el caso a la Sala II del Tribunal Supremo sobre las presuntas comisiones cobradas y no declaradas al Fisco español por el antiguo rey Juan Carlos I. El efecto político de esa decisión, que no tengan ninguna duda de que procede directamente del Gobierno, va a resultar demoledor no solo para el rey emérito sino para el prestigio social de la institución monárquica, que es lo que muchos sospechamos que se pretende.

A esa determinación tomada por la anterior ministra de Justicia y ahora Fiscal General del Estado se ha sumado con entusiasmo Podemos, que registró ayer mismo en el Congreso una petición, la enésima, para que se constituya una comisión de investigación que, despojándola de todos los aderezos que le han añadido para ver si colaba, pretendía someter a examen paralelamente a la investigación judicial el comportamiento de Juan Carlos I y, de paso, arrastrar a la Corona por el fango del descrédito. Que es el fin último y determinante de ese partido y de todos los que le han acompañado en la firma de la petición. De hecho, ya están apareciendo en los medios más próximos a esta ultraizquierda encuestas en las que se pregunta a sus lectores si no creen llegado el momento de celebrar un referéndum sobre Monarquía o República.

Desde luego, hay que reconocer que, no ahora mismo, pero sí dentro de unos meses, cuando se vayan conociendo más detalles sobre las actividades privadas del viejo rey y se vaya calentando el clima de opinión pública, será el momento más propicio para intentar cargarse a la Corona. Es decir, para intentar cargarse la Monarquía parlamentaria que es la forma del Estado consagrada en la Constitución y, en consecuencia, cargarse también la Constitución misma. Es el sueño de todo ultraizquierdista y de todo independentista. En definitiva, el sueño de todos aquellos a los que Pedro Sánchez ha elegido como socios de gobierno y de los que recibe su apoyo para salvar la legislatura.

Pues en este instante delicadísmo, no se le ocurre otra cosa al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, que soltar en mitad de la sesión de control de este miércoles que «estamos en una crisis constituyente que se suma a un debate constituyente» que, eso sí, «tenemos que abordar entre todos». ¿Cómo ha dicho, señor ministro, cómo dice que ha dicho? Eso que usted nos anuncia es una enormidad y resulta una afirmación de una gravedad extraordinaria.

Es verdad que ayer se apresuró el señor Campo a aclarar que no había querido decir lo que todos habíamos oído. Pero, sinceramente, a algunos nos queda la duda de cómo es posible que un señor magistrado, que es sobradamente «leído y escribido» y que conoce perfectamente el sentido de según qué expresiones, cometa la torpeza infinita de introducir sin darse cuenta las ideas de la crisis constituyente y del debate constituyente en este preciso momento.

Vamos a aceptar sus explicaciones por respeto a su trayectoria profesional pero lo cierto es que las circunstancias políticas y las intenciones conocidas de sus socios de Gobierno no le acompañan sino todo lo contrario a la hora de dar por buena su aclaración rectificatoria. Así que nos quedamos con la mosca detrás de la oreja.

Lo que quiero decir es que seguro que es verdad que los de Podemos, que quieren estar al mismo tiempo en la procesión y repicando las campanas, en la agitación callejera y en la gestión responsable, están asustados ante los datos que registran los sondeos, que les dan una pérdida de apoyos que se traduciría en una merma de escaños mayor de la que ya padecieron en las últimas elecciones. Y que, como consecuencia de ese miedo a no aprovechar electoralmente su presencia en la mesa del Consejo de Ministros, han decidido revolucionar el gallinero y ponerle unos cuantos petardos al debate parlamentario, a ver si así recuperan a sus seguidores.

Todo eso es cierto o puede serlo. Pero también es verdad que esa estrategia coincide de la A a la Z en sus objetivos con los del presidente del Gobierno, que todavía estamos por ver que introduzca alguna mínima corrección, alguna matización, a las palabras y a las actitudes de su, al parecer, muy apreciado vicepresidente.

Así que menos monos, señores socialistas, que su actitud política mantenida en el tiempo no les permite distanciarse ahora de la estrategia agitadora de sus socios de Gobierno.