Nadal se levanta ante De Miñaur para llevar a España a la final

Después del susto contra Bélgica, España salió con todo su arsenal para superar el escollo doble que suponía Australia: a la calidad de sus tenistas, los vertiginosos Nick Kyrgios y Alex de Miñaur, se sumaba el público local, lleno el estadio de Sídney para apoyar a los suyos. Pero primero un Roberto Bautista sublime y después un peleón Rafa Nadal aplacaron los ánimos australianos y será el conjunto español el que peleé por otro título en equipo. Y las ganas y la pasión, como en la Copa Davis, se multiplican por todos los compañeros.

Será Serbia la rival por este primer trofeo de la Copa ATP. Un capítulo más del clásico moderno del tenis: Nadal-Djokovic, con ganas de revancha el de Belgrado porque aún le duele la derrota en semifinales de la Copa Davis. Una final apretada porque el cansancio se acumula en las piernas y a Nadal ya le han encontrado las cosquillas en dos ocasiones. Primero fue David Goffin, en la eliminatoria contra Bélgica, quien le endosó la primera derrota después de 18 triunfos consecutivos. Y en la semifinal, Álex de Miñaur fue un buen reflejo de que al balear le falta esa chispa que suele demostrar en plazas importantes.

El australiano, hijo de uruguayo y española, se vistió de un Nadal joven, aguerrido, retador, con puños al alto en cada punto conseguido. Eso, la versión joven del tenista de Manacor, también con aquellas ganas, aquellas piernas y aquel tenis desequilibrante que se le atragantó al Nadal experimentado y maduro que lidera siempre a España en cualquier competición.

Parecía De Miñaur un ser etéreo que apenas pisaba la pista para desplazarse. Así de veloz se escurría de lado a lado para atajar cualquier intento de ataque del español. Y, con esos 20 años, el australiano repartía el juego con velocidad y potencia de látigo. Acosó al de Manacor desde el primer instante, atenazado el español con el cansancio acumulado y por haberse ido a dormir a las cinco de la madrugada, e incapaz de aguantar su primer turno de saque. A partir de ahí, el espectáculo de De Miñaur. Aunque sin despegarse por completo del marcador, supo mantener las distancias y regalar soberbios puntos para alegría de la afición.

Nadal, gesto contrariado porque no encontraba maneras de revertir el resultado, se repetía en el banco que tenía mejores golpes que su oponente, pero no conseguía que estos hicieran daño a un De Miñaur pletórico, elástico, potente, sin miedo y con el respeto justo por el número 1 del mundo.

Pero cuando juega Nadal pocas veces se puede dar uno por ganador. Aunque el capitán australiano intentaba calmar los ánimos de su pupilo, la adrenalina lo envalentonó demasiado. En un segundo set al que Nadal entró mucho más entonado, se vio presionado por su propia fuerza; menos efectividad en sus golpes, menos ligeras sus ideas, más grande su rival.

Lo advirtió Francis Roig: «Sé paciente y no aguantará». Y Nadal aguantó. Habían pasado 22 juegos antes de que el español lograra la primera opción de rotura. Y tuvo que ser en ese momento en el que se decide quién es muy bueno y quién es mejor. Quién es un gran tenista en ciernes y quién es el número 1. Ahí, en el duodécimo juego, donde el cerebro ya piensa en el tie break, ganó Nadal ese break. Y el set. Y el partido.

Porque De Miñaur ya no supo quitarse de la cabeza la opción de doblegar a todo un Rafa Nadal, en casa, por su equipo. Y se apagó. Toda la furia quedó anulada ante el crecimiento del español, cada vez más Nadal. Cada vez más convencido. Más ganador.

Soltó la mano, respondió la derecha. Desató las piernas, se ajustó el revés. Y De Miñaur solo aguantó un juego, del honor reconocido por compañeros y rivales, antes de que Nadal levantara los brazos para atrapar la final de la Copa ATP. Roberto Bautista había allanado el camino; Rafa Nadal lo cimentó hasta ese último choque. Contra Serbia. Por el orgullo en equipo.