Reino Unido se desata el cinturón rojo: Boris arrasa en feudos históricos del laborismo

La derrota de los laboristas de Jeremy Corbyn ha sido total y generalizada en todo el país. Pero duele especialmente en las circunscripciones del conocido como «cinturón rojo» o «muro rojo», distritos históricamente laboristas que, sin embargo, han pasado a manos conservadoras contra todos los pronósticos. Algunas, como Blyth Valley, por primera vez en su historia. De las cerca de 50 circunscripciones del hasta ahora irreductible bastión del «muro rojo», que cruza la cadera de la isla de Bretaña desde el norte de Gales hasta la otra orilla en el Mar del Norte, solo un puñado han permanecido fieles a los laboristas.

Blyth Valley fue también la primera derrota en la larga noche electoral para los laboristas. Esta circunscripción, al este del país y a orillas del Mar del Norte, había estado en manos de los de Jeremy Corbyn desde su creación en 1950. Sus electores, trabajadores de las minas que históricamente habían odiado a los ‘tories’ y sus políticas desde Margareth Thatcher. En 2019, los conservadores ganaban por una diferencia de más de 700 votos. Este 12 de diciembre, los laboristas han caído como una piedra: han perdido 15 puntos del porcentaje de voto. No todo se ha ido a los conservadores, el Brexit Party del histriónico Nigel Farage ha subido 8,3 puntos porcentuales.

Otra derrota traumática de la noche ha sido la de ‘la bestia de Bolsover’, cuyo histórico candidato laborista (en el cargo desde 1970) ha sufrido una caída de 16 puntos en el porcentaje del voto con respecto a 2017. Solo un ejemplo de una tendencia general en una zona con pasado industrial del acero y la minería, fuertemente enfrentado con las políticas de liberalización económica y privatización que han caracterizado a los conservadores desde Thatcher.

En el distrito de Wansbeck, el candidato laborista Ian Lavery fue uno de los que consiguió retener su escaño, pero con una exigua diferencia de votos. De los más de 10.400 que sacó al candidato conservador en 2017 ha pasado a apenas 814. «Esto no ha sido por Jeremy Corbyn. Esto ha sido por el Brexit», ha declarado a la BBC.

En el partido laborista están en shock. Ni las encuestas más agoreras les daban unas cifras tan bajas como los 203 escaños que finalmente han logrado mantener. Y ha comenzado una guerra civil entre los que culpan al liderazgo de Jeremy Corbyn, el candidato más impopular de los laboristas en varias décadas, y los que achacan la derrota a la polarización del país en torno al Brexit.

Porque lo que sí sabían los laboristas es que no podían ganar unas elecciones en las que el marco mental fuera el Brexit. Por eso durante su campaña han intentado dirigir el debate hacia derechos sociales, precariedad y el desmantelamiento del Sistema Nacional de Salud. Pero incluso la foto en la recta final de un niño enfermo recostado en el suelo de un hospital ante la falta de camas, que causó un escándalo en el país, no ha sido suficiente.

La mayoría de estos distritos del «muro rojo» votaron en 2016 por abandonar la Unión Europea, algunos masivamente, y la confusa posición de los laboristas en cuanto a la cuestión, además de su participación clave en el bloqueo parlamentario del Brexit antes del 31 de octubre de 2019, ha encajado perfectamente en la narrativa que vendían los de Boris Johnson: los laboristas en Westminster estaban compadreando con liberales y escoceses para evitar cumplir con el «mandato democrático» del referéndum del Brexit. ¿Podrían los laboristas haber gestionado mejor la campaña? Difícilmente, pues temían perder tanto a su electorado pro ‘remain’ como el del ‘leave’.

El hombre de Workington

El ‘hombre Workington’, estereotipo capitalino de los ciudadanos del norte (blanco, no muy educado, con solo ver el rugby como pasatiempo), se ha vengado del desprecio y ha votado sin embragues por la campaña que le aseguraba el ‘Leave’, y esos eran los conservadores. El distrito de Workington había sido laborista desde 1979, y hoy el 50% de los votantes han elegido el azul conservador. El mismo porcentaje que alcanzaron los laboristas en 2017.

En cambio, Boris Johnson ha apostado toda su campaña al simple mensaje de «Get Brexit done’, un mensaje que ha resonado en un campo que ya estaba abonado. La propia Theresa May intentó la estrategia de apostar por ser el partido del Brexit en estas zonas, con algunas victorias en 2017, aunque no tan sonadas como el ariete de Boris.

Pero en esta ocasión no bastaba solo con enfocarlo al Brexit. Históricamente, los conservadores suelen atraer a los votantes más pudientes de las zonas rurales y ciudades, mientras que en este caso Johnson necesitaba convencer a votantes de ciudades más pequeñas y más pobres.

El cambio demográfico ha jugado su papel. Los votantes tradicionalmente laboristas, hijos de laboristas y nietos de laboristas, han ido perdiendo poco a poco su fe en el partido. Y también sus raíces históricas con el espíritu industrial de la zona, lo que hasta ahora no había significado más que una caída en la participación laborista, pero no necesariamente una subida de los votos ‘tories’.

La circunscripción de Bishop Auckland, histórico distrito laborista, ha dejado por ejemplo de ser un foco industrial para convertirse ahora en una ciudad dormitorio de los grandes núcleos urbanos cercanos, con un mejor nivel de vida. Grietas como esta en la muralla roja han sido la perfecta puerta de entrada para los conservadores, cuya campaña se ha centrado además en atraer esos nuevos votantes.

El NHS

El discurso de Johnson y de los conservadores ha sido más social que en anteriores ocasiones. Johnson ha abandonado la narrativa de las políticas de austeridad y otras medidas ‘thatcheristas’ a cambio de abrazar un mayor gasto en, por ejemplo, el Servicio Nacional de Salud (NHS). Un aparente -al menos en las promesas de campaña- cambio de doctrinas, en las que también ha prometido no hará recortes en políticas sociales.

Ahora, con el Brexit cada vez más cerca, está en manos del Gobierno de Boris Johnson conservar esa brecha en el muro rojo. En su discurso privado a miembros de su gabinete, obtenido por Buzzfeed, se le puede oír a Johnson bromeando sobre cómo han pintado «el coche rojo» de azul (el color de los conservadores). «Debemos entender el terremoto que hemos creado», añade. «El modo en el que hemos cambiado el mapa político de este país. Tenemos que lidiar con las consecuencias de esto. Tenemos que cambiar nuestro propio partido. Tenemos que estar a la altura del reto que los británicos nos han presentado».

Economistas británicos estiman que la región del noreste será de las que sufra económicamente más de una salida del Reino Unido. Pese a todo, para muchos analistas ya no hay vuelta atrás para la reconstrucción del «muro rojo». Ha quedado destruido, a menos que el partido laborista logre superar la tremenda crisis de identidad y liderazgo que le espera.