La fe nos ayuda a descubrir la presencia de Dios. La fe es algo más que una lista de creencias más o menos lógicas que vamos encontrando en la experiencia de los hombres que viven a nuestro lado. La fe nos permite caminar al lado de ALGUIEN que da sentido a todos los acontecimientos de nuestra vida y de la vida de cuantos nos rodean. ALGUIEN que está más presente aún que nosotros mismos en todos los momentos de la vida.
Es necesario renovar cada día la fe, porque es un don que se vive y renueva a diario. Dios está siempre a nuestro lado y tenemos que tenerlo en cuenta. San Agustín decía: «Alégrate cada día de tu fe. Su contenido sea tu riqueza, y como el vestido cada día para tu alma».
La fe se demuestra en las obras. Debemos demostrarla en la coherencia cotidiana de nuestros actos. La fe es vida y por lo tanto requiere actos que demuestren esa fe. La fe debe ser personal, viva, misionera. Es una actitud que transforma nuestro comportamiento individual y social. La virtud de la fe se convierte en misión de transmitir la fe, porque cuando el hombre tiene entre sus manos un don maravilloso siente la necesidad de comunicarlo
La fe es una experiencia de amistad. Creer no consiste en tener ideas personales sobre Dios, sino acoger su visita personal. No se trata de contentarme aceptando su existencia, como tengo en la mente la idea de que existe Europa o una amiga, sino de experimentar su amor. No es decir Dios, sino más bien como lo llamaba Cristo: Abbá, mi querídisimo papá. Por eso cuando he recibido este don, ya no puedo hablar de perder la fe, como a veces puede decirse. Imposible perderla por casualidad como se pierde una llave. Lo que se pierde así no es una fe viva, no es una fe que ama, sino una costumbre que nunca llegué a entender, algo que aprendí en la familia, un sentimiento infantil.
Cuando perdemos un objeto que nos interesa, enseguida movemos cielo y tierra para encontrarlo. Cuántos kilómetros estamos dispuestos a recorrer para recuperar nuestra fe?. A veces ni siquiera nos damos cuenta de que existía en nosotros o de que la hemos ido perdiendo. Si la fe fuera amor… perderla significaría un gran vacío como el que sentimos al perder un gran amor.
Con la fe damos un valor nuevo a todo. La fe nos lleva a ver de forma nueva la tierra en la que vivimos como el lugar que nos empuja hacia la visión de la eternidad. Amar la tierra en el silencio, en la oscuridad y la majestuosidad de la noche porque nos induce y acompaña a contemplar la infinita grandeza del Señor. En los amaneceres, en sus mares, en sus montañas, en sus ríos y sus fuentes, en sus bosques y praderas, en sus flores y en sus primaveras, veranos, otoños e inviernos. Hay que amarla porque nos enseña a aprovechar el tiempo, a contemplar la eternidad, a valorar el sufrimiento; nos enseña a vislumbrar la omnipotencia de Dios y a coger su mano bendita entre las nuestras para besarla, amarla y adorarla).
La fe es para esta tierra, no hay que irse del mundo para encontrar a Dios, sino estar en el mundo sin ser de él.