Jesús concebido por el Espíritu Santo y nacido de María II

La ausencia de varón en la concepción de Jesús en el seno de María, gracias al poder del Espíritu Santo, posibilita el hecho de que se formara su cuerpo sin la necesidad de que ella dejara de ser virgen. Él es Hijo del Padre celestial según la naturaleza divina, e Hijo de Maria Virgen según la naturaleza humana, pero es propiamente Hijo de Dios según las dos naturalezas, al haber en Él una sola Persona, la divina. Así se puede afirmar que María es siempre virgen en el sentido de que ella «fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen durante el embarazo, Virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre» (San Agustín). Evidentemente ello no es natural, como tampoco lo es, que el Hijo de Dios se hiciera hombre, que es -lógicamente- sobrenatural. De hecho, es mas comprensible el como fue hecho, que el que Dios se hiciera hombre.

La circunstancia de que en los Evangelios se hable de «hermanos y hermanas de Jesús» no es extraña porque así se llamaban a los parientes próximos, según expresiones empleadas en la Sagrada Escritura y por lo tanto también aplicados a los parientes de Jesús de Nazaret.

María tuvo un único Hijo, Jesús, pero en Él, por su condición de Redentor de todos los hombres y al hacernos hijos de Dios y entregarnos a su Madre como Madre nuestra, su maternidad espiritual se extiende a todos los hombres. Obediente junto a Jesús, el nuevo Adán, la Virgen es la nueva Eva, la verdadera madre de los vivientes, que coopera con amor de madre al nacimiento y a la formación de todos en el orden de la gracia. Virgen y Madre, María es la figura de la Iglesia, su más perfecta realización.

La venida del Señor, el Ungido (Cristo), el Mesías se produce después de una larga esperanza de muchos siglos, que revivimos en la celebración litúrgica del tiempo de Adviento. Además de la oscura espera que ha puesto en el corazón de los paganos, Dios ha preparado la venida de su Hijo mediante la Antigua Alianza, hasta Juan el Bautista, que es el último y el mayor de los Profetas.

En el Nacimiento de Jesús, la gloria del cielo se manifiesta en la debilidad de un niño; la circuncisión es signo de su pertenencia al pueblo hebreo y prefiguración de nuestro Bautismo; la Epifanía es la manifestación del Rey-Mesías de Israel a todos los pueblos; durante la presentación en el Templo, en Simeón y Ana se concentra toda la expectación de Israel, que viene al encuentro de su Salvador; la huida a Egipto y la matanza de los inocentes anuncian que toda la vida de Jesús estará bajo el signo de la persecución; su retorno de Egipto recuerda el Éxodo y presenta a Jesús como el nuevo Moisés: Él es el verdadero y definitivo liberador.

Durante la vida oculta en Nazaret, Jesús permanece en el silencio de una existencia ordinaria. Nos permite así entrar en comunión con Él en la santidad de la vida cotidiana, hecha de oración, sencillez, trabajo y amor familiar. La sumisión a María y a José, su padre legal, es imagen de la obediencia filial de Jesús al Padre. María y José, con su fe, acogen el Misterio de Jesús, aunque no siempre lo comprendan.

Toda la vida de Jesús es acontecimiento de revelación (manifestación de Dios a los hombres de todo aquello que, por si mismos, nunca habrían podido llegar a conocer): lo que es visible en la vida terrena de Jesús conduce a su Misterio invisible, sobre todo al Misterio de su filiación divina: «quien me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9). Asimismo, aunque la salvación nos viene plenamente con su muerte en la Cruz y la Resurrección, la vida entera de Jesús son hechos de salvación, porque todo lo que Jesús ha hecho, dicho y sufrido tenía como fin salvar al hombre caído y restablecerlo en su vocación de hijo de Dios. El nos llama con- por- en- el Amor para vivir para siempre felices en la Gloria del Cielo.