La moralidad de las pasiones

Las pasiones son los afectos, emociones o impulsos de la sensibilidad –componentes naturales de la psicología humana-, que inclinan a obrar o a no obrar, en vista de lo que se percibe como bueno o como malo. Las principales son el amor y el odio, el deseo y el temor, la alegría, la tristeza y la cólera. La pasión fundamental es el amor, provocado por el atractivo del bien. No se ama sino el bien, real o aparente. Las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad, para ser buenas o malas es preciso que consintamos en ellas; son buenas si nos llevan al bien y malas en caso contrario, si nos llevan al mal.

La conciencia moral, presente en lo íntimo de la persona, es un juicio de la razón, que en el momento oportuno, impulsa al hombre a hacer el bien y evitar el mal. Gracias a ella, la persona humana percibe la cualidad moral de un acto a realizar o ya realizado, permitiéndole asumir la responsabilidad del mismo. Cuando escucha la conciencia moral, el hombre prudente y creyente puede sentir la voz de Dios que le habla.

La dignidad de la persona humana, es proporcional y necesita de la rectitud de la conciencia moral, es decir, que la conciencia moral se halle de acuerdo con lo que es justo y bueno según la razón y la ley de Dios. A causa de la radical dignidad personal, el hombre no debe ser forzado a obrar contra su conciencia, ni se le debe impedir obrar de acuerdo con ella, sobre todo en el campo religioso, dentro de los límites del bien común.

La conciencia recta y veraz se forma con la educación, con la asimilación de la palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Es asistida por los dones del Espíritu Santo y ayudada con los consejos de personas prudentes. Además, favorecen mucho la formación moral tanto la oración como el examen de conciencia.

Tres son las normas más generales que debe seguir siempre la conciencia: 1.-Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. 2- La llamada regla de oro: “todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” (Mt. 7, 12). 3.- La caridad supone siempre respeto del prójimo y de su conciencia, aunque esto no significa aceptar como bueno lo que objetivamente es malo.

La persona debe obedecer siempre al juicio cierto de la propia conciencia, la cual, sin embargo, puede también emitir juicios erróneos, por causas no siempre exentas de culpabilidad personal. Con todo, no es imputable a la persona el mal cometido por ignorancia involuntaria, aunque siga siendo objetivamente un mal. Es necesario, por tanto, esforzarse para purificar la conciencia moral de sus errores.

Es importantísimo y obligatorio formar bien la conciencia, es decir, adquirir en cuanto se pueda una conciencia ilustrada, recta, verdadera y delicada, que nos ponga de acuerdo con la ley en cada uno de los casos que se nos presenten, y nos aparte del pecado, que es todo aquello que nos aleja de Dios. Esto se consigue principalmente: 1.- Con el estudio de la ley de Dios, los preceptos de la Iglesia, los deberes de estado y las obligaciones del cristiano. 2.- Siguiendo la dirección espiritual del confesor y las advertencias y consejos de personas más expertas en religión. 3.- Con una vida limpia, la confesión frecuente, los actos de arrepentimiento por los pecados pasados y presentes, lecturas y reflexión sobre las consecuencias de alejarse de Dios (el pecado) y el amor de Jesús por cada uno de nosotros.

Cuatro señales de una buena conciencia: 1.- El temor de apartarse de Dios (el pecado) que incluye el huir de las ocasiones de ofender a Dios. 2.- El remordimiento después del pecado; apenas lo ha cometido se siente mal y busca volver a reconciliarse con Dios mediante la confesión y, sin esperar un momento, por la contrición perfecta (dolor por haber ofendido a Dios al que sin embargo amamos). 3.- La buena conducta cuando se está solo. Aquel que “olvida” la presencia de Dios y su conciencia para actuar en cumplimiento del deber y que observa una conducta a solas que no se atrevería a guardar en compañía, no tiene una buena conciencia. 4.- El horror a la mentira, al disimulo, a las atenuaciones y las excusas, sobre todo en la confesión, que es donde se descubre la conciencia tal como se conoce a sí misma.

Es conciencia formada aquella que juzga de las leyes y de las acciones justa y exactamente, y tiene reglas y principios seguros para su conducta. Distingue bien lo que es obligatorio, ya bajo pena de pecado mortal, ya solo bajo pena de pecado venial; lo que es virtuoso y laudable, pero no obligatorio, y también lo que no es obligatorio ni virtuoso pero lícito. No pone pecado donde Dios no lo puso, ni pecado mortal donde Dios sólo lo puso venial, ni obliga a nadie a practicar lo que no es obligatorio.

La conciencia errónea es falsa: considera como bueno o, al menos, excusable, lo que es malo y prohibido; obligatorio un acto meramente aconsejado y viceversa. Se halla en ese estado, sobre todo, por falta de formación.

Puede ser invenciblemente errónea, cuando no tiene medios para salir del error; y venciblemente errónea, si puede salir de la duda mediante una diligencia razonable, como sería consultando libros adecuados o personas expertas.

La conciencia delicada y la conciencia insensible son dos polos opuestos. Es conciencia delicada la que no quiere cometer ni siquiera faltas leves. La insensible es aquella que ha llegado a tal grado de laxitud que ya no le importa apartarse de Dios y vive sin remordimientos. Es el estado de aquellos bautizados que viven alejados de Dios (en pecado habitual).