Nadal, enésima exhibición para otra final

Todo es estupendo en Rafael Nadal, tan empeñado en mejorar que pocos defectos descubre ya su tenis, impresionante este jueves para reducir a la mínima expresión al romántico Stefanos Tsitsipas (6-2, 6-4 y 6-0) en una hora y 46 minutos y alcanzar una nueva final de Grand Slam. He aquí un jugador increíble a sus 32 años, brutal en el azul eléctrico de Melbourne en estas dos semanas frenéticas en las que ha despachado a todo aquel que se le ha puesto por delante sin ceder ni una sola manga, sirva ese dato para entender la magnitud de su gesta.

También en semifinales, y ya contra un enemigo con una pinta magnífica, el español completó un ejercicio de diez y luchará otra vez por el título del Abierto de Australia, el único grande que solo ha conquistado una ocasión, y de eso hace ya demasiado (2009). Viendo cómo está, se le conceden todas las opciones del mundo, independientemente de quién vaya a estar al otro lado de la red (Djokovic o Pouille), pues Nadal, sencillamente, vuela en las antípodas.

Tenía su miga esta penúltima ronda, otro pulso generacional y ante un contrincante que llama a la puerta de los mejores. Tsitsipas ya es muy bueno y lo será mucho más, un griego de 20 años que tiene un arsenal de recursos para ganarse la vida en las alturas. Mide 193 centímetros, lo que le permite beneficiarse de un servicio poderoso y con muchas variantes. Su derecha es poderosa, imprescindible en este tenis que acepta poco debate. El revés, a una mano, es bellísimo y también hace daño. Y, por algo tiene solo 20 añitos, las piernas le van muy rápidas. Si a todo ello se le suma el carisma que destila, se puede afirmar, sin miedo al fallo, que aquí hay una estrella emergente que pronto logrará premios de los gordos.

No será el de Australia, pero, como Frances Tiafoe en cuartos, se llevará de ahí una lección para siempre. En primera persona, comprobó cómo un tenista que lo ha ganado todo, con la carcasa deteriorada por tanto golpe, sigue manteniendo la ilusión del primer día y que no se rinde jamás, dispuesto a agigantar un palmarés ya de por sí tremendo.

Nadal llama a la puerta de su decimoctavo grande después de un partido notable, otro más. Asfixió a Tsitsipas desde el primer intercambio e hizo break en el segundo turno de saque del griego, abrumado ante tanta velocidad. El mallorquín repitió manual y le sacó el máximo rendimiento a su servicio (no lo perdió en toda la tarde y solo concedió una oportunidad para ello, ya en el último juego) y a su derecha, un martillo diabólico. También el revés lució y se aproximó varias ocasiones a la red con una fiabilidad asombrosa. Lo dicho, de diez.

En 31 minutos, mandaba 6-2. Tsitsipas no entendía nada, incapaz de aguantar el ritmo en una velada de lo más calurosa. Con cierto orgullo, subió de nivel en el segundo capítulo y se mantuvo en pie durante ocho juegos, pero en el noveno se rindió. Break para el español, sinónimo de set.

Con dos parciales de ventaja, Nadal cabalgó hacia el triunfo, muchísimo más sencillo de lo esperado. Con todo, no es que su rival no estuviera a la altura, es que el mallorquín, que torturó al heleno en el tercero, no le dejó hacer absolutamente nada.

Queda ya solo un paso para abrazar la exclusividad que le concedería otra victoria en Melbourne. Será su quinta final en el primer grande de la temporada (25 en todos los majors)y nunca ha llegado tan rápido y tan bien. Es difícil hacerlo mejor, pero por algo es Rafa Nadal, un tenista en permanente evolución.