Iñaki Rodríguez, el escultor de Goya, Buñuel y Palafox

“Iñaki Rodríguez, de cuya muerte me entero por HERALDO y lo siento, fue un escultor muy vocacional, que disfrutaba mucho en su taller y en su jardín cuando eran grandes obras, como la cabeza de Luis Buñuel, que instaló en Calanda, o el más clásico monumento a Palafox en la plaza José María Forqué, cerca de la sede de la DGA. Muy activo militante del PCE durante años, luchó en defensa del Mercado Central y en otras muchas batallas. Personalmente, se le ocurrió y me propuso hacer la ‘Gran Enciclopedia Aragonesa’ (GEA), me presentó al editor en una comida en Flandes y Fabiola en el parque hoy José Antonio Labordeta, colaboró mucho en ella como director de la sección de ilustraciones. Hizo carteles, ilustró libros, colaboró también en ‘Andalán’, y fue una persona siempre amable, con su aspecto aparentemente de duro vasco de origen, muy aragonés en mil cosas”, dice Eloy Fernandez Clemente, historiador de la Economía y exdirector de la GEA y autor de numerosas publicaciones.

Iñaki Rodríguez (Bilbao, 1940) acaba de fallecer a consecuencia de una asepsia en la ciudad que lo adoptó desde muy joven a los 78 años de edad. Aquí se forjó su destino de artista versátil y emprendedor, un activista constante y un entusiasta. El pintor y diseñador Paco Rallo retrata así a quien fuera un gran amigo y colaborador de su padre, el escultor Francisco Rallo Lahoz: “Creo que fue vicepresidente con él de la Asociación de Artistas Plásticos Goya-Aragón. “Fue un compañero en el arte, un hombre solidario, un artista comprometido con sus propias ideas e ideales, de intención social, un gran profesional que se manejaba en muchos registros: el dibujo, la caricatura, la maquetación y el diseño, la pintura y, por supuesto, la escultura. He trabajado con él en varios proyectos y siempre te lo ponía fácil”, dice.

Estudió en la Escuela de Abel Bueno, se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios, en Zaragoza, y amplió su trayectoria en las Escuelas Massana y Lefebrve, en Barcelona. Empezó haciendo pintura figurativa, trabajó en la Base Americana y vendió, como un pintor ambulante lleno de energía e impulso, sus cuadros taurinos. A la vez, hacía incursiones en la ilustración, en la caricatura y en la escultura, sobre todo en la escultura civil. El escultor nació de manera decidida en 1967. Zaragoza y Aragón están llenos de obras suyas: hizo el busto de Goya varias veces (en 2008 se instaló en la Gran Vía con la Avenida de Goya un busto del artista de 3.40, que al final se mandó quitar al finalizar la Exposición Internacional), el de Luis Buñuel que campa en el Centro Buñuel de Calanda, que inauguró Felipe VI, entonces príncipe, el busto del Conde de Aranda o su gran estatua ecuestre del General Palafox en la plaza José María Forqué. Para otros lugares ha concebido esculturas públicas de carácter abstracto; pensemos en el ‘Monumento a la paz’ en Fraga. Obra suya puede verse en Aragón (Alcañiz, Caspe, Utebo, Huesca, Tamarite de Litera, Escadrón, Ricla), pero también otros lugares como el ‘Monumento al carro’ en Quintanar de la Orden y el ‘Monumento a Paco Rabal’ en Alpedrete.

“Iñaki Rodríguez me producía una gran simpatía. De verdad. Por la cantidad de cosas que sabía hacer; ahora bien, con lo que más me impresionó fue en los concursos de pintura rápida. El mejor, un auténtico especialista. No he visto nada igual. Luego se ha movido en diversos campos. Tenía facilidad”, dice Eduardo Laborda. Iñaki dio clases en los Talleres Virgen del Pilar, en el Liceo Europa, en Ibercaja.

Iñaki Rodríguez estuvo en un montón de batallas de la modernidad y de la crítica. Una de ellas fue el gran homenaje que se le hizo a Salvador Allende en los bajos del Mercado Central. Nunca paró de trabajar: alternaba la pintura, más abstracta que figurativa, con su escultura. Si mostró su talento en ‘Andalán’ y en la ‘GEA’ y también asomó al ‘El día de Aragón’, en este mismo siglo XXI colaboró con la revista ‘Trébede’ de José Ramón Marcuello, allí hizo algunas de sus mejores caricaturas. Un género que le encantaba. Realizó portadas y, en algún momento de su vida, también salía a recorrer el territorio por el placer de hallar inspiración en el paisaje.

Trabajaba a orillas del Canal Imperial, allí realizaba sus piezas macizas y compactas, que a veces tenían algo de collages rotundos de fuerza expresiva, dominaba el arte del plegado y del doblado, y la fundición en hierro. Deja su obra en varios museos. Natalio Bayo recuerda colaboraciones conjuntas y elogia “la fuerza, la variedad y el buen acabado de su escultura. Hizo muchas cosas, con diversos logros como es natural, pero su escultura llega por su potencia y su personalidad”, dice.

Nacho Rodríguez Domínguez es pintor y, además, su segundo hijo mediano, está entre Marta y Diego. Explica, con la emoción vivísima, que su padre sufría una cardiopatía (“el corazón apenas le funcionaba al 25%”, dice) que se agravó con una asepsia letal, y que ya estuvo ingresado desde el pasado mayo. Revela que deja hecha en fibra de vidrio la cabeza de José Antonio Labordeta. “Es su obra póstuma. Está acabada. Trabajó en ella, limándola y puliéndola, hasta que no pudo más. Era impresionante. Había hecho varias caricaturas de Labordeta para ‘Trébede’. Tenía mucha ilusión puesta en esa pieza”.

También recuerda Nacho una de las grandes frustraciones del artista: “El Ayuntamiento de Zaragoza durante la Expo de 2008 le pidió que cediese su busto de Goya durante la Exposición de 2008 y se colocó en Goya con Gran VÍA. Lo hizo de mil amores, pero luego el alcalde Juan Alberto Belloch lo dejó tirado y la retiró. Eso fue para él una fuente de amarguras y decepciones. Como hijo siento que una de mis misiones es dar a esa obra una instalación digna. Mi padre era un enamorado de Goya”.

Nacho destaca de su padre, como artista, el buen acabado que le daba a sus piezas, su maestría, la habilidad de hacer muchas cosas “y hacerlas bien”. Matiza: “Tenía una percepción de la tridimensionalidad, veía una pieza y la dibujaba de inmediato. Como pintor exploró dos líneas: la abstracción, en la que seguía a los informalistas y al expresionismo abstracto norteamericano, y la figuración, donde usaba el pincel grueso y alcanzaba una forma realista”. Revela que él y su familia, incluida su esposa Pilar Domínguez, pudieron despedirse de él y musitarle al oído: “¡Buen viaje. Sal!”. “Mi padre tenía mucha energía y buen corazón. Era sonriente y era muy potente. Él ya no pudo despedirse de nosotros”.

El escritor y periodista Mariano Gistaín recordaba una curiosa anécdota: “En su estudio recogió muchas veces al boxeador Perico Fernández y pintaba allí sus cuadros”. Nacho apostilla: “Así era mi padre. Perico hacía vida con nosotros. Aparecía a las once de la mañana y estaba hasta las ocho de la tarde”, finaliza. Iñaki será despedido en una velada íntima pero su cuerpo puede visitarse hoy en el velatorio 14 de Torrero.